jueves, 29 de agosto de 2024

Nocturnos de Debussy: discografía comparada

Por fin termino esta comparativa del tríptico Nocturnes de Claude Debussy, una de mis obras favoritas de todo el repertorio. Sí, de todo, desde el Medievo hasta nuestros días. La experiencia ha resultado sumamente interesante, porque me ha permitido confirmar hasta qué punto términos como "autenticidad" y "ortodoxia" dependen muchísimo del punto de vista adoptado y de las propias líneas que han marcado los intérpretes desde el mundo de la fonografía.

En este caso concreto, diría que las grabaciones más antiguas nos revelan no la faceta impresionista de Debussy, sino la simbolista. Se trataría de describir, con pincelada ágil y vaporosa, colores sensuales, una cierta dosis de brumas y gran sentido de lo curvilíneo (¿por qué no hablar aquí de relación con el Art Nouveau?) una serie de escenas nocturnas más o menos oníricas: nubes al mismo tiempo estáticas y dinámicas reflejadas en la superficie del río, la efervescencia de unas fiestas –incluyendo desfile con banda– y el canto de irresistible fascinación de unas sirenas en el mar. Eso sería, se supone, lo querido por el propio Debussy, que vio el estreno completo del tríptico allá por 1901, en pleno apogeo del Modernismo.

Pero nosotros pretendemos ver, y tenemos derecho a ello, lo más moderno de su música. Y eso entronca con la pintura impresionista surgida pocas décadas atrás.Pero no tanto por lo que siempre se ha dicho, por la pincelada difuminada y tal, sino por el valor puro de las formas al margen de significaciones. Fíjense ustedes que en los lienzos que pertenecen auténticamente a ese estilo, los de Monet, Pisarro, Renoir y compañía –yo pondría aquí a Cezanne, más avanzado en lo conceptual pero de la misma generación que aquellos–, el tema no interesa en absoluto. Menos aún los "sentimientos". En el fondo, se trata de un arte profundamente antirromántico que, en paralelo al expresionismo –este sí, de tradición romántica– abre las puertas a la modernidad. Lo hará Debussy con una de sus obras más rabiosamente avanzadas, Jeux, que personalmente me parece un eslabón que enlaza con las Notations orquestales de Boulez. Y ahí está lo interesante: a partir de los años sesenta el citado Boulez, junto con maestro tan distintos a él como Giulini o Haitink, van a empezar a presentarnos un Debussy mucho más propiamente "impresionista", no en referencia a lo brumoso o a la fragmentación de la pincelada, sino de más ambiguo, más abstracto y moderno. Lo interesante no es lo que se representa, ni siquiera lo que se sugiere, sino el valor expresivo del trazo en el lienzo, o lo que es lo mismo, de la nota dentro del silencio.


1. Inghelbrecht/Orquesta Nacional de la ORTF (Testament/1953). Désiré-Émile Inghelbrecht fue amigo y reputado intérprete de la música de Debussy, lo que significa que este valiosísimo documento fonográfico es, en buena medida, una fuente directa para conocer la idea que el propio compositor tenía de su obra. Y aquí viene la sorpresa, porque el artista parisino ofrece una interpretación que no encaja en lo que entendemos como “música impresionista”. Es la suya una visión no muy brumosa, alejada de lo puramente atmosférico, poco atenta a los silencios, que por el contrario alcanza algunos momentos de calor y vuelo que podríamos calificar como “románticos”. Es justo lo que ocurre, por ejemplo, en el momento más expansivo de Sirenas, o en el hinchadísimo clímax del primer tercio de Fiestas, que termina evidenciando las deudas con la tradición interpretativa más subjetiva. El tratamiento sonoro de la orquesta, por su parte, es de una gran plasticidad y sí que encaja con lo que hoy entendemos como “tradición francesa”: refinamiento, levedad, colores pastel, etc. Finalmente, hay que atender a detalles como la manera en que al maestro resuelve en Fiestas la transición de la sección central a la conclusiva, o a cómo marca un tempo claramente más rápido para la introducción de Sirenas –hay directores que lo hacen al revés– que para el resto: podrían ser testimonios de los deseos de Debussy. (7)


2. Ormandy/Orquesta de Philadelphia (CBS, 1955). A sus cincuenta y seis años Ormandy es ya un maestro maduro que domina plenamente sus recursos, y eso queda bien claro en unas Sirenas de trazo horizontal flexible y cuidadoso –magníficas transiciones– y de tejido vertical perfectamente analizado, a pesar de que la toma monofónica juega en su contra. Encontramos asimismo sensualidad, momentos muy encendidos y una excelente participación del coro femenino de la orquesta. Muy bien Nubes, no particularmente poéticas, pero sí cargadas de atmósfera. Decepciona el maestro en Fiestas: como en su registro de los dos primeros números aislados realizado en 1944, las secciones extremas ofrecen gran virtuosismo, pero en la central la planificación es de brocha gorda y se deja llevar por la machaconería. Correcto sonido monofónico. (8)


3. Monteux/Sinfónica de Boston (RCA, 1955). Es un tópico, pero tópico cierto: allá por los años cincuenta y sesenta, la Boston Symphony era la más francesa de las orquestas norteamericanas. Y lo era fundamentalmente por unas maravillosas maderas –los metales dejan que desear– a las que más adelante Ozawa también sacará mucho provecho en este repertorio. En cualquier caso, aquí lo que interesa es la presencia de un Pierre Monteux de ochenta añitos e “históricamente informadísimo –estrenó Jeux y la versión ballet del Fauno– que ofrece una recreación de alto nivel en los dos primeros movimientos, de línea horizontal particularmente ondulante, apreciable claridad -hay detalles magistrales-, de enorme depuración tímbrica y recorridos por una frescura y una comunicatividad a flor de piel que en la actualidad no asociamos a este repertorio, acostumbrados como estamos a lecturas más estáticas y misteriosas. ¿Y las Sirènes? Extrañamente, al maestro parecen entrarle las prisas y se deja por el camino todo el sentido del misterio. De ahí que a la versión en su conjunto le ponga de “nota” solo un ocho, porque el resto se merecía más. Toma sonora estereofónica y superlativa para 1955, aunque –comprensiblemente– se quede corta en gama dinámica. (8)


4. Ansermet/Orquesta de la Suisse Romande (Decca, 1957). No menos autorizada parece la voz de Ansermet que la de Inghelbrecht o Monteux a la hora de preservar el idioma original de Debussy. Coincide con ellos a la hora de adoptar tempi rápidos y de ofrecer una incandescencia e inmediatez que se apartan de una visión evocadora, estática y difuminada. Dicho esto, en manejo de los recursos y en inspiración Don Ernesto resulta abiertamente superior a Inghelbrecht: atiéndase al juego de las maderas en Fêtes –sección central algo confusa, eso sí– o a la magia de los violines en el arranque de Sirènes –muy distinto al que estamos acostumbrados–. La orquesta suiza ofrece una sonoridad de pura tradición francesa de lo más adecuada. Toma estereofónica muy meritoria para la época. (8)


5. Rosenthal/Orquesta del Teatro Nacional de la Ópera de París (1957-58, varios sellos). Línea curva, efervescente, llena de agilidad pero no por ello escasa de elegancia o de poder de seducción, para una lectura muy en la línea de lo escuchado hasta ese momento entre los directores franceses. Eso sí, añadiendo una dosis de “pasión romántica” en Sirenas –dibujadas con prisas– que no terminan de encajar con el sentido del misterio que parece pedir la música. Excelentes las señoras del coro de la Radio de Francia. La toma, estereofónica, no es gran cosa. (8)


6. Giulini/Orquesta Philharmonia (EMI, 1962). Este Giulini no parece él mismo, sino Boulez. El Boulez de última época, habría que añadir: extremadamente severo, otorgando prioridad al rigor en la construcción y mucho más preocupado por analizar las líneas que por destilar magia o sensualidad. En Nubes resulta especialmente estático y distante, algo frío incluso. Por el contrario, en Fiestas se alcanza una fuerza extraordinaria, mientras que las maderas de la Philharmonia lucen un inalcanzable virtuosismo que se ve realzado por la claridad de la batuta. Las Sirenas resultan más oníricas que seductoras. Interesantísima experiencia, pues, que poco tiene que ver con lo que hasta entonces habían ofrecido los directores de la línea francesa “oficial”, y que parece sentar las bases de una renovada manera de entender a Debussy. (9)


7. Barbirolli/Orquesta de París (EMI, 1968). Aunque el arte de Sir John nunca se caracterizó por su sensualidad o su carácter evocador–, sino más bien por su mezcla de sobriedad, incisividad y tensión dramática, lo cierto es que supo ofrecer una lectura digna de toda admiración. Ahora bien, no lo hizo tanto por la manera de tratar el sonido –no especialmente leve ni difuminado, lo que a mi entender es una suerte– como por la fascinación que es capaz de conseguir haciendo gala del más ambiguo y misterioso estatismo; por ese especial sentido de la abstracción; por esa capacidad para darle valor expresivo al peso armónico de cada acorde y a su relación con los silencios. En este sentido, no es el suyo un Debussy pictórico ni narrativo. Es más bien “música pura”: al igual que el impresionismo pictórico abrió las puertas de la modernidad despegándose del tema representado para apostar por los valores puramente plásticos en sí mismos, sin necesidad de que estos hagan referencia a nada, se logra que el sonido despliegue toda clase de sugerencias sin necesidad de describir nada ni de expresar nada. Justo por apostar por el Debussy más moderno posible sin que eso signifique acercarse a la frialdad, el maestro roza el cielo en la página más atrevida del tríptico, esas Nubes que seguramente nunca han sonado más fascinantes. Por parecidas razones, a las que hay que sumar una depuradísima sensibilidad para las texturas –clarísimas sin que las pinceladas dejen de fundirse–, nos seduce por completo en Sirenas, expuestas con un trazo de una naturalidad y un sentido de lo curvilíneo impresionantes. Pero, como era de esperar dentro de semejante enfoque, en Fiestas se queda corto en electricidad y efervescencia; incluso hay algún pasaje resuelto de manera poco convincente. Magnífico el reprocesado de 2020. (9)


8. Boulez/Orquesta New Philharmonia (Sony, 1968). Lo que era de esperar: interpretación decidida, sin apenas brumas, tan rigurosa como clarificadora en la arquitectura, voluntariamente ambigua en la expresión –abierta, en absoluto narrativa–, pero no por ello distanciada, menos aún fría, porque Boulez subraya muy bien el ritmo interno y sabe alcanzar unos picos de tensión de gran intensidad, por no decir vehemencia controlada. La orquesta funciona muy bien y el maestro sabe hacerla sonar con el toque de levedad necesario en “lo francés”. Estupendas las damas del Coro John Alldis. (9)


9. Abbado/Sinfónica de Boston (DG, 1970). Aunque falte la magia de las más grandes recreaciones, encontramos aquí una portentosa demostración de virtuosismo extremo tanto por parte de la orquesta como por la de una batuta de claridad y agilidad extremas, riquísima además en colorido, refinada sin caer en el decadentismo y capaz de generar misterio, como también de resultar emocionante y comunicativa: muy encendido clímax central de Sirenas, que luego se va apagando de manera verdaderamente mágica. Solo se puede reprochar la sección central de Fiestas, un tanto precipitada y tendente no ya a lo festivo, sino a lo verbenero. La toma sonora es excelente para la época. (9)


10. Martinon/ Orquesta Nacional de la ORTF (EMI, 1973). Al frente de una orquesta no muy allá, pero dotada de esa peculiar tímbrica francesa aquí muy adecuada, el veterano maestro ofrece una lectura de gran ortodoxia, de elevado sentido del color, refinada al tiempo que de tímbrica incisiva, que en lo expresivo va de más a menos. Nubes comienza adecuadamente estática; luego saber mostrarse asimismo inquieta y tensa. Fiestas se encuentra recorrida por una gran electricidad y es bulliciosa en el mejor de los sentidos, pero también un punto primaria. Aunque comienza bien, Sirenas resulta precipitada y carece de misterio; ni siquiera está muy trabajada en el aspecto puramente sonoro. El nuevo reprocesado no logra soslayar las limitaciones de la toma. ¿Por qué demonios no rescatan el original cuadrafónico? (8)


11. Celibidache/Sinfónica de la Radio de Stuttgart (DG, 1976). Ya desde los primeros compases, personalísimos, se evidencia que esta interpretación va a ser muy diferente de cualquier otra. Los signos de identidad están claros: tempi lentísimos –salvando las partes extremas de Fiestas y los dos primeros minutos de Sirenas– compensados por una enorme concentración, enorme flexibilidad en la agógica, sutilísimas dinámicas, pincelada suelta y difuminada –todo lo contrario que un Boulez, por ejemplo–, colorido sensualísimo, atmósfera muy cargada, levedad sin rastro de blandura y una enorme capacidad de sugestión poética. Que por momentos tanta parsimonia se acerque al narcisismo y que la orquesta no sea nada del otro jueves son los únicos reparos de esta lectura extremadamente personal a la que, aunque parezca imposible, Celi le dará más vueltas de tuerca en el futuro. (9)


12. Maazel/Orquesta de Cleveland (Decca, 1977). Un Maazel en su primera madurez nos ofrece una lectura de tempi más bien rápidos, trazada con excelente pulso –no hay languideces ni puntos muertos–, impregnada de un nervio interno que aporta gran frescura, en la que una tímbrica angulosa e incisiva desmiente el tópico brumoso de estas músicas. Con tanta extroversión, eso sí, se echa de menos una dosis adicional de atmósfera y, sobre todo, de magia poética: hay muchos pasajes que podrían estar más aprovechados. Técnicamente, el trabajo es soberbio: la ejecución impresiona por su mezcla de limpieza, brillantez y refinamiento. Los ingenieros de Decca estuvieron a la altura. (8)

 

13. Celibidache/Filarmónica George Enesco (YouTube, 1978). Esta filmación no puede considerarse ni alternativa ni complemento a la de Celi en Stuttgart, por la sencilla razón de que suena mal y los problemas de edición audiovisual son muy serios. Es más bien una curiosidad, por momentos morbosa: los miembros de la orquesta se la ven y se las desean para ajustarse a las múltiples libertades que se toma el maestro. (No calificable)

 

14. Barenboim/Orquesta de París (DG, 1978). Barenboim ofrece una interpretación muy discutible en lo estilístico, antes “romántica” que impresionista, que termina resultando tan interesante como irregular. En Nuages apuesta por la lentitud y la concentración, cargando al más no poder la atmósfera para ofrecer una visión marcadamente gótica, en buena medida reveladora. Fêtes está lejos de ofrecer la agilidad y la depuración sonora de otros maestros, si bien resulta atractiva manera en que aborda con enorme lentitud la sección central sin que ello le impida alcanzar gran tensión en el clímax. Sirénes, que se beneficia de un coro femenino excepcional –el de la propia orquesta–, alterna de manera incomprensible momentos de escasa claridad con pasajes expuestos con tanta delicadeza como capacidad de fascinación poética. (9)

 

15. Haitink/Orquesta del Concertgebouw (Philips, 1979). Esta es una magnífica interpretación, cierto es que no personal y con un clímax en Fiestas no del todo depurado –no estoy tan seguro al escucharlo por tercera vez–, pero en general de una concentración, exactitud, claridad y gradación dinámica inmejorables, desmenuzando la partitura sin perder de vista el trazo global, todo ello al servicio de un concepto que sabe aunar lo estático y lo dinámico, lo misterioso y lo teatral, lo diáfano y lo brumoso, ofreciendo un perfecto equilibrio entre extroversión e introversión, con dinamismo pero alejándose de lo puramente contemplativo y del exceso de brumas. Como único reparo, al final de sirenas le falta un punto de magia sonora y poesía. Increíble la orquesta. Disponible en Dolby Atmos. (9)

 

16. Celibidache/Sinfónica de la Radio de Stuttgart (YouTube, 1981). Esta filmación televisiva “en estudio” –esto es, sin público– sí que alcanza un nivel técnico suficiente como para disfrutar del arte celibidachiano en su plenitud. La orquesta sigue sin ser ninguna maravilla, y el maestro se atreve con tempi todavía algo más lentos, pero aun así el resultado es una interpretación sensacional, sensualísima, refinada sin blanduras, misteriosa a más o poder y rebosante de creatividad. ¿De maravilloso idioma impresionista, podríamos añadir? Nos encantaría a todos decir que sí, pero lo cierto es que con el rumano estamos situados en el extremo opuesto a un Inghelbrecht o un Ansermet. A lo mejor es que la tradición interpretativa no estaba ahí, sino que se fue generando a lo largo del siglo XX y lo que hoy consideramos modelo de ortodoxia no es sino una creación tardía. (9)

 


17. Tilson Thomas/Orquesta Philharmonia (CBS, 1982). Sin necesidad de descubrir nada especial ni de hacer las cosas de manera distinta, el maestro norteamericano nos entrega, al frente de una Philharmonia a la que hace sonar con una levedad que en nada recuerda a de su titular Riccardo Muti, una recreación de la más admirable ortodoxia impresionista –luego volveremos sobre este asunto de la ortodoxia– que se alza hasta el nivel de las más grandes. Sobresale de manera especial la manera en que consigue ese dificilísimo punto de equilibrio entre estatismo y movimiento que demanda Nuages, por lo demás un prodigio en lo que se refiere a gradación de dinámicas y estudio de texturas, adecuadamente difuminadas pero no exentas –por paradójico que parezca– de claridad; quizá solo Celibidache, bastante más creativo y por ello mismo discutible, ha llegado aquí tan lejos. Fêtes está muy bien, pero solo eso. En Sirènes, que al igual que con Previn se beneficia de las mágicas voces femeninas de los Ambrosians Singers, Tilson Thomas va desplegando la música con mágica lentitud, líneas voluptuosamente onduladas –su acercamiento casi podría calificarse de “modernista”– y un asombroso estudio de tensiones y distensiones –clímax muy encendidos, remansos concentrados– que saca a la luz una perfecta comprensión del carácter orgánico del desarrollo tanto horizontal como vertical. La poesía más sugerente –nunca explícita– impregna cada segundo de esta recreación hasta llegar a un final que con ningún otro director ha sonado tan mágico. Una pena que la toma no sea tan buena como podía haberlo sido. (10)

 

 

18. Previn/Sinfónica de Londres (EMI, 1983). Resulta interesante comparar esta interpretación con la de Tilson Thomas, pues ambas se realizaron en los mismos estudios londinenses de EMI, con tan solo unos meses de diferencia y contando con la participación portentosa de mujeres de los Ambrosian Singers. La de Previn es todavía más impresionista, hasta el punto de que podría tratarse de la más brumosa, difuminada y atmosférica de toda la discografía. En Nubes, aun realizando una espléndida labor, no llega al nivel de sugerencia de su colega, que se arriesgaba bastante más. Le supera Fiestas, no la recreación más efervescente posible, pero beneficiada de un tratamiento de las maderas que es para quitarse el sombrero: ¡menuda técnica la de Previn! Sirenas, finalmente, ofrece más magia hipnótica que pasión, resultando irreprochable dentro de su estricta ortodoxia. La toma no es ninguna maravilla, pero cuenta con el punto fuerte de poseer una amplísima gama dinámica. (9)

 

19. Celibidache/Filarmónica de Múnich (Filarmónica de Múnich, 1983). La propia formación bávara se ha encargado de sacar, con buen Dolby Atmos en algunas plataformas, este último testimonio fonográfico del maestro acercándose a la obra. Era necesario que lo hiciera, porque no sabíamos cómo la interpretaba en su etapa muniquesa. Sospechas, confirmadas, en cualquier caso: aún más flexible y creativo, aún más mágico… y aún más lento. En el caso de Nubes el atrevimiento es tan extremo (11’58’’ frente a los 11’20’’ de su versión en DG) que la página llega a resultar irreconocible: el lienzo impresionista se convierte en un cuadro abstracto. En Sirenas tampoco se queda precisamente corto (con 14’50’’ supera ampliamente los 13’56’’ de 1976), y hasta tal punto parece el demiurgo ser capaz de paralizar aquello que es un fluir continuo, no otra cosa que el tiempo, que orquesta y coro no saben cuándo continuar y se desajustan entre ellas (2:08). En resumen, Celibidache en su grado máximo de radicalidad. Discutibilísimo y fascinante. A evitar por parte de los no iniciados. (9)

 

20. Ashkenazy/Orquesta de Cleveland (Decca, 1986). Excelente fraseo impresionista, curvilíneo y refinado, con adecuado peso de los silencios, levedad en su punto justo y apreciable difuminación, para una lectura sensual y misteriosa, muy bien expuesta y bastante musical, pero sin ese punto de tensión interna que necesita, y sin todo el vuelo poético deseable. Hay quizá un poco de nerviosismo en el primer movimiento. El clímax de Fiestas resulta un poco agrio en la sonoridad y se encuentra no del todo bien planificado. (8)


21. Abbado/Filarmónica de la Scala (YouTube, 1986). Rápida, impetuosa y cálida recreación, de trazo particularmente curvilíneo y pleno sentido orgánico la de un Abbado al final de su periodo scalígero y aún lleno de talento. Poco atenta al misterio, eso sí, y lastrada por un coro no muy allá. Por lo demás, imagen y sonidos son tan deplorables que este documento solo se recomienda a los muy interesados en el arte del maestro milanés, entre los que me cuento. (8)


22. Plasson/Orquesta del Capitolio de Toulouse (EMI, 1987-88). Desde los ojos de hoy, el maestro parisino ofrece una interpretación de absoluta ortodoxia. Lo que ocurre es que, a tenor del repaso que aquí estamos realizando, esa presunta ortodoxia es más bien un magnífico “invento” relativamente reciente que resulta de la fusión de dos grandes líneas interpretativas. Por un lado, la “auténtica” de los Inghelbrecht, Monteux y Ansermet, con su particular sentido de la ligereza sonora, el colorido pastel, la línea curva y ágil relacionable con el arte modernista y, no lo olvidemos, una frescura, una inmediatez y una calidez de ascendencia digamos que “romántica”. Por otro, el estatismo, el sentido de la ambigüedad y del misterio, el análisis riguroso y el carácter abstracto de la música de un Giulini, un Boulez y un Haitink que se atrevieron a apartarse de lo descriptivo para adentrarse en los aspectos más modernos de los pentagramas. Plasson, como Tilson Thomas, Previn o Dutoit por esos mismos años ochenta, hace una síntesis de todo ello y nos entrega un Debussy modélico, por estilísticamente incuestionable y bien realizado, aunque desde el punto de vista meramente expresivo, léase poético, mucho más logrado en Nouages que en los otros dos números. Muy bien la orquesta y excelente el coro, aunque no se benefician de la mejor toma sonora posible: faltan relieve y gama dinámica. (8)


23. Dutoit/Sinfónica de Montreal (Decca, 1988). Siempre afín a este repertorio, el maestro suizo ofrece una recreación sensata y de enorme ortodoxia en la que consigue, por un lado, ese punto justo entre levedad y densidad tan difícil de alcanzar, y por otro ese no menos complicado equilibrio entre movimiento y estatismo, que es como decir entre las dos principales líneas interpretativas de la página. Dicho esto, Dutoit no solo está lejos de ofrecer la imaginación y magia poética de los grandes recreadores de la página, sino que en la sección central de Fiestas cae en una brocha gorda –hay líneas que ni se oyen– que ni la absoluta excelencia de la toma logra disimular. (7)


24. Solti/Sinfónica de Chicago (Decca, 1990). Independientemente del asombroso virtuosismo del que hacen gala la batuta, su orquesta y –en no menor medida– el coro femenino de la CSO bajo la dirección de Margaret Hillis, así como de la admirable toma en vivo, esta lectura interesa por apartarse de las brumas impresionistas para optar por la efervescencia, los contrastes y la teatralidad, así como por una paleta de colores menos difuminada, más incisiva que de costumbre. En Nuages la cosa funciona regular: el misterioso y ambiguo estatismo que hacen tan visionaria esta página se termina perdiendo. También en Fêtes, pero aquí es difícil resultarse ante el dinamismo, el fulgor y el carácter sanguíneo que Solti imprime para ofrecer una recreación más festiva que nunca. En Sirènes, amén de la excelencia de un trazo que manera con asombroso sentido orgánico tensiones y distensiones, matices dinámicos y texturas –hay pasajes reveladores–, se aprecia un espíritu gozoso, de verdadera plenitud dionisíaca, que arroja nuevas luces sobre la partitura. (9)


25. Boulez/Filarmónica de Viena (Medici TV, 1992). No deja de ser curioso que este registro se encuentra menos cerca del que Boulez hará al año siguiente en Cleveland que de su grabación de 1968 con la New Philharmonia, solo que añadiendo ahora con el sentido del refinamiento y del color que ha adquirido al ir pasando el tiempo. Porque hay poco aquí, pese a conseguir que la orquesta suene con la levedad apropiada, de ortodoxia impresionista, y sí mucho de tensión interna, de intensidad dramática y hasta de desazón. El resultado, de las recreaciones más inquietantes que recuerdo. Lo tienen ustedes ahí gratis y legal, así que ni se les ocurra perdérselo. (10)


26. Boulez/Orquesta de Cleveland (DG, 1993). Aquí Boulez es ya el Boulez tardío, ofreciéndonos su personal y discutible versión consistente en tempi más bien rápidos, ausencia total de brumas y misterio, arquitectura perfectamente trabada, escasa sensualidad y claridad excepcional. La realización y su coherencia de ideas son tan sólidas que el resultado termina convenciendo, pero mucho más en Fiestas que en los otros dos números, que resultan en exceso distanciados. La toma es sensacional. (8)


27. Salonen/Filarmónica de Los Ángeles (Sony, 1993). El maestro finlandés alcanza el perfecto punto de equilibrio entre estatismo y dinamismo por un lado, entre levedad e intensidad por otro, fraseando con flexibilidad y sin prisa alguna, trabajando con enorme sensualidad las masas sonoras, atendiendo a las diferentes atmósferas y sabiendo mostrarse incandescente –no solo en Fiestas, sino también en el clímax de Sirenas– sin temor a “romantizar” la obra. Solo le falta un punto adicional de magia poética para llegar a lo excepcional. La toma sonora es un punto borrosa, pero a cambio ofrece graves muy redondo y amplia gama dinámica. (9)


28. Abbado/Filarmónica de Berlín (DVD TDK, 1 mayo 1998). Propuesta de tempi más bien rápidos, fraseada con enorme fluidez y refinamiento, transparente sin que se pierdan las brumas impresionistas y de un muy desarrollado sentido del color. Desdichadamente, también están aquí las señas de identidad del Abbado de su etapa en Berlín, entre ellas la obsesión por las sonoridades en exceso livianas, la tendencia a la blandura y cierta falta de misterio e incluso de concentración. La toma sonora resulta algo difusa, dadas las circunstancias de haberse realizado la grabación en un museo. (8)


29. Abbado/Filarmónica de Berlín (DG, 1999). El maestro y la que todavía era su orquesta repiten la aproximación en vivo del año anterior adoptando tempi rápidos, un fraseo muy fluido y sonoridades aéreas, siempre en busca del mayor refinamiento de timbres y texturas, apostando por lo luminoso, prefiriendo el movimiento continuo al estatismo y apartándose, para lo bueno y para lo menos bueno, de toda densidad sonora y expresiva: de nuevo se echan de menos concentración y magia poética. La diferencia es que ahora la toma está bastante más conseguida, merced a la acústica de la Jesus-Christus-Kirche y a la ingeniería de DG. Maravillosas las señoras del Rundfunkchor Berlin. (8)


30. Maazel/Filarmónica de Viena (RCA, 1999). Maazel repite su aproximación ágil, colorista y refinada en el trazo, pero una vez más parece más preocupado por el trazo global que por el matiz expresivo y no termina de destilar toda la poesía necesaria. Nubes funciona muy bien, pero podría resultar más misteriosa. Fiestas, llevada a un tempo muy rápido, resulta más un ejercicio de virtuosismo que otra cosa, y se ve lastrada por una sección central tratada por la batuta con desconcertante tosquedad. En Sirenas, no muy voluptuosa pero tímbricamente fascinante, sobresale el fenomenal trabajo del Schoenberg Choir, que juega de manera muy acertada con diferentes vocalizaciones en su parte. La toma parece muy buena, pero al estar realizada a un volumen alto pierde un poco de gama dinámica. (8)


31. Prêtre/Maggio Musicale Fiorentino (OF, 2004). El maestro contaba setenta y nueve años cuando en marzo de 2004 ofreció este concierto en el Teatro Comunale de Florencia. El dato es relevante, porque nos recuerda que Prêtre se había en una tradición interpretativa puramente francesa anterior al gran giro que protagonizaron, cada uno a su manera, los Giulini, Boulez, Haitink y compañía. Por ello nos encontramos aquí ante una interpretación rápida y muy ágil, más explícita que sugerente, de sonoridades aéreas en el buen sentido y adecuado colorido pastel; más que ambigüedad, estatismo y mirada desde lo abstracto, desde el valor puro de las notas, lo que hay es narración e inmediatez. Y de un gran valor poético, habría que añadir, y haciendo gala de esa singular característica de Prêtre que fue la flexibilidad en el trazo y su imaginación para poner acentos. Si la interpretación pierde enteros es por la medianía de la orquesta y –le pasa a muchos maestros– la deficiente planificación del clímax de Fêtes. Buena intervención de las damas florentinas bajo la dirección de José Luis Basso. (8)


32. Thielemann/Filarmónica de Berlín (Digital Concert Hall, 2012). Nubes ofrece para el maestro berlinés más nervio que misterio, mostrándose su batuta un tanto ajena a la sensualidad y la magia que deben desprender los pentagramas. Fiestas es un prodigio de virtuosismo, sin que tampoco llegue a fascinar. Las Sirenas salen mejor parada, sorprendiendo la colocación antifonal en dos grupos, dentro de la orquesta, de las admirables voces femeninas del coro de cámara de la RIAS. En definitiva, globalmente una interpretación más rápida de la cuenta que se admira por su espléndido análisis sonoro, pero que permanece ajena al estilo y no termina de remontar el vuelo poético. (8)


33. Nézet-Séguin/Filarmónica de Rotterdam (DG, 2014). Aun faltándole un último punto de inspiración, al maestro canadiense demuestra su sintonía con el lenguaje impresionista en una recreación de fraseo flexible y curvilíneo que sabe no caer en lo decorativo, llena de misterio mas no brumosa, con sonoridades adecuadamente aéreas pero no ingrávidas, dicha con una tímbrica que sabe oscilar entre lo sensual y lo incisivo, y expuesta con un trazo de gran atención a la texturas para que lo difuminado de la línea no impida apreciar la riqueza de detalles que alberga la genial partitura. Consigue además el punto justo de indefinición expectante en Nubes y un buen grado de chispa y vitalidad en Fiestas, aunque es en Sirenas donde alcanza los mejores resultados, en parte por la sobrenatural intervención de las voces femeninas del Collegium Vocale de Gante, pero también por la magia sonora que destila su batuta en toda la sección final. Lástima que la toma no sea la mejor posible. (9)


34. Franck/Filarmónica de la Radio de Francia (YouTube, 2017). Ni búsqueda de sentido orgánico de el fraseo, ni estudio de texturas, ni sensualidad, ni evocación poética ni magia sonora. Lo que aquí encontramos es una neutra sucesión de notas puestas muy buen puestas todas ellas en su sitio. Pero mucho ojo, que no es la neutralidad al mismo tiempo analítica y llena de misterio de un Boulez. Esto es pura rutina, fruto quizá de la falta de afinidad con este repertorio. La toma, extrañamente, suena monofónica. (5)


35. Roth/Les Siecles (Harmonia Mundi, 2018). ¿Hace falta una interpretación “históricamente informada” estando ahí las grabaciones de Inghelbrecht, Monteux y Ansermet? Lo cierto es que otras veces mediocre François-Xavier Roth descubre muchas cosas interesantes y muy sugerentes; por ejemplo, las figuras de la cuerda sin vibrar en Nubes. Lo hace todo ello apostando por la levedad y la ligereza, sin ser su visión particularmente sensual ni brumosa; más bien mira hacia la tradición que mantenían los directores citados y propone mayor levedad. Es el suyo, pues, un impresionismo de pincelada ágil y ligera, como si mirase a la pintura japonesa antes que al universo simbolista. Magnifica toma en alta definición, pero en el clímax de Fiestas (¡otro más que cae en la trampa!) la cosa no funciona: hay cierto barullo, producto en parte de una excesiva reverberación en la Philharmonie de París. (8)


36. Ticciati/Sinfónica de la Radio Alemana de Berlín (Linn, 2019). Recreación de alto nivel la que consigue el maestro londinense en las dos tablas laterales del tríptico, unas Nouages en las que recrea a la perfección la fascinante dualidad entre movimiento y estatismo diseñada por Debussy gracias a un excelente estudio de texturas y, sobre todo, de dinámicas, y unas Sirènes en las consigue hacer uso de una pincelada particularmente ligera y ágil al tiempo que –cuadratura del círculo– alcanza un algo grado de “temperatura emocional”, si es que tal etiqueta se puede aplicar en este repertorio. Le ayudan una orquesta en plena formas y las admirables féminas del Coro de la Radio de Berlín. Fêtes no alcanza semejante altura poética, y en su clímax central ocurre lo de casi siempre: los metales desequilibran el delicado balance orquestal de la página. Magnifica la toma. (8)

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