viernes, 30 de agosto de 2024

Cuando Chailly y La Scala visitaron Granada

El mayor acierto de Antonio Moral al frente del Festival de Granada no fue el de traer a grandes estrellas cosa altamente meritoria, sino meter una parte de los conciertos en plataformas de streaming con imágenes tales como Arte, Mezzo, Medici TV o Stage +. Ya saben: tal y como han evolucionado las cosas, lo que no está en esas plataformas no existe. La publicidad es inmejorable, y además permite al aficionado que no pudo o no quiso ir saber que pasó allí.

En su momento me quedé con las ganas de escuchar a Riccardo Chailly al frente de la Filarmónica de La Scala con un programa precioso que me gusta de manera muy, pero que muy especial: Séptima de Prokofiev y Sexta de Tchaikovsky. Ahora he podido conocer los resultados de ese concierto del 23 de junio de 2023 gracias a la filmación todavía disponible, siempre bajo suscripción, en el canal Arte.

Visto lo visto o escuchado lo escuchado, creo que hice bien en quedarme en casa. Porque fue un buen concierto, pero un tanto irregular por parte de Chailly y lastrado por una orquesta que deja mucho que desear. Usted la habrá escuchado en no pocos de sus registros recientes para Decca: ahí está bien, porque se puede repetir y escoger las mejores tomas. En un directo sin edición, la cosa cambia. No es solo que haya notas falsas, desajustes y tal: es que el sonido es pobre, particularmente el de unos violines que desgranan las melodías con escaso empaste y excesiva acidez. Dicho esto, nada que ver con el monumental fiasco que le escuchamos a los milaneses con Riccardo Muti en Sevilla en enero de 1997, con unos Cuadros de una exposición que estuvieron francamente mal tocados. El nivel ha subido desde entonces.

Riccardo Chailly estuvo irregular, como dije antes. En el primer movimiento de la sinfonía postrera de Prokofiev demuestra no solo un muy buen dominio del idioma y ser capaz de transmitírselo a la orquesta, sino también un pleno acierto expresivo: en esta música lo tchaikovskiano es fundamental, y en este sentido el maestro canta las melodías de maravillas, pero también hay que marcar aristas, acentuar contrastes y atender a lo más inquietante de la música. Su batuta lo hace. También logra captar la ironía de un segundo movimiento que sabe ofrecer su punto de ironía para que no resulte excesivamente naif, con independencia de que otros maestros hayan acentuado el grado de "locura desesperada" que también anida entre las notas. Las prisas le pueden en un tercero pobremente paladeado a cuyo espíritu permanece ajeno, mientras que en Finale comienza bien, tropieza con la marcha central y no capta el pesimismo de la conclusión; que acepte añadir el postizo final feliz que Prokofiev se vio obligado a añadir y hoy casi nadie hace corrobora que Chailly no se entera de qué va el asunto.

La Patética globalmente sale mejor, aunque en el primer movimiento hay de todo: secciones muy correctas, caídas en lo sentimentaloide, admirables expansiones melódicas, más nervio que grandeza opresiva... Falta unidad. Mucho mejor el segundo, cantado con belleza sin blandura y esto es clave anhelante en el Trío. Correctísima la marcha, muy bien expuesta y con empuje. Solo eso. Y magnífico, sensacional el Finale. ¡Qué admirable mezcla de belleza y dolor, qué sapientísima administración de las tensiones, qué manera de transfigurar a la discreta cuerda milanesa, qué sinceridad expresiva! Ahí apareció por fin, aunque fuera en la última parte del concierto, ese grandísimo maestro que fue un día Riccardo Chailly.

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