sábado, 6 de julio de 2024

Los planetas, de Holst: discografía comparada

ACTUALIZACIÓN 6.VII.2024

La publicación original de esta entrada se remonta nada menos que al 3 de septiembre de 2012: casi doce años ya. Hace muy poco han aparecido en un sitio demoníaco (click satánico aquí, usted verá lo que hace) versiones reprocesadas en alta definición de los registros de Karajan/Viena y Ozawa/Boston. He vuelto a ellos, claro está. Ya puestos, he escuchado de nuevo a Karajan y Colin Davis con la Filarmónica de Berlín. Para todos estos registros he escrito comentarios sustancialmente renovado. Añado, además, reflexiones sobre otros discos que he ido conociendo a lo largo de este tiempo, como son los de Sargent, Boult/New Philharmonia, Svetlanov, Mehta/Nueva York y Salonen. Por si fuera poco, esta misma tarde decido conocer una versión más que me ha dejado fuera de juego: la muy reciente de Daniel Harding. ¡Sensacional!

Una cosa más, por si hay algún despistado: esta obra NO habla de viajes por el espacio, sino del ser humano y sus circunstancias. Hay mucha más miga aquí de lo que parece.

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Entre 1914 y 1918 compuso Gustav Holst su celebérrima suite para gran orquesta, una página tan popular como despreciada por buena parte de la crítica y de los melómanos más exigentes. Bien, justo es reconocer que la idea de componer cada uno de los movimientos a partir de las presuntas características astrológicas de cada uno de los planetas resulta un tanto naif, como lo es también el tratamiento sonoro de los mismos. Pero tampoco debemos desdeñar el gran vuelo melódico, la imaginación desplegada –sublime el coro femenino fuera del escenario en Neptuno–, la exquisitez de la tímbrica, esa particular elegancia inequívocamente británica y, al menos en los tres últimos números, la enorme sinceridad y fuerza expresiva que contienen los pentagramas. Por eso mismo, frente a enfoques interpretativos que se centran en los aspectos más convencionales de la obra, nos quedamos con las batutas que han sabido indagar en los pliegues tenebrosos e inquietantes que se esconden entre las notas, independientemente de que desde la pura ortodoxia se hayan podido obrar verdaderos prodigios de belleza, brillantez y comunicatividad, léase Herbert von Karajan.

En la siguiente lista creo haber reunido buena parte de las versiones que más circulan en el mercado. Conozco también una dirigida por el propio Holst que he decidido no incluir; otro día les cuento por qué, no la vayamos a liar parda.

Una cosa más: reparen en la enorme cantidad de grabaciones que se realizaron a principios de los años setenta. ¿Influencia quizá de la moda espacial impuesta por Stanley Kubrick en 1968 con su más célebre película?

Los movimientos de la obra son los siguientes:

  • Marte, el portador de la guerra.
  • Venus, el portador de la paz.
  • Mercurio, el mensajero alado.
  • Júpiter, el portador de la alegría.
  • Saturno, el portador de la vejez.
  • Urano, el mago.
  • Neptuno, el místico.



1. Stokowski/Filarmónica de Los Ángeles (EMI, 1956). No está claro si el principal problema es el mal estado de la orquesta o la evidente desgana de la batuta, pero en cualquier caso se trata de una lectura deficientemente trazada –el desvalazamiento es generalizado–, mediocremente ejecutada, dicha de pasada y carente casi por completo de inspiración, amén de trufada por algunos caprichos innecesarios. Solo se salvan la sección “elgariana” central de Júpiter y el final de Saturno, ambos por su adecuado lirismo, y un Urano humorístico al que, aun así, se le podría sacar mucho mayor partido. Sonido estereofónico meritorio para la época. (4)


2. Karajan/Filarmónica de Viena (Decca, 1961). El Maestrissimo ofreció algunos de los mejores trabajos de su carrera cuando se olvidó de la perfección técnica como objetivo último y permitió que la música saliera directamente de sus entrañas. Es el caso. Llega a sorprender, incluso, la cantidad de pequeñas imperfecciones por parte de orquesta y batuta, a pesar de que el trabajo que la batuta realiza es de enorme plasticidad y obtiene unas texturas tan claras como sugerentes. Puede que la toma algo áspera –lo sigue siendo en el excelente en el reprocesado de Esoteric para SACD– contribuya a transmitir la sensación, pero no es solo eso, sino también el descarnado enfoque que adopta Karajan, bien evidente en los dos números más logrados: un Marte de apreciable agresividad e imaginativamente tratado en sus tensiones y distensiones –implacable acelerando hacia el primer clímax– y un Júpiter de alegría desbordante en cuya sección central –por fin– se luce la incomparable cuerda de los vieneses. El resto es de alto nivel, solo eso. En Venus hay concentración y belleza, pero también más portamentos de lo deseable. Muy ágil y refinado en lo tímbrico Mercurio. En Saturno se echa de menos un clímax aún más terrible y rebelde. Espléndido Urano, aunque más bienhumorado que sarcástico. Hermosísimo Neptuno. (9)

 

 

3. Sargent/Sinfónica de la BBC (BBC Classics, 1965). Deficiente toma de origen radiofónico en el que el por entonces ya veterano Sir Malcolm –fallecería dos años más tarde–, valiéndose de tempi más bien rápidos –particularmente bullicioso Mercurio, Urano vivaz antes que corrosivo–, se muestra entusiasta, comunicativo y variado en lo expresivo, atento tanto a la brillantez como a la concentración poética, incluso áspero y dramático cuando debe, pero también algo efectista –Marte, Júpiter–, sin mucha inspiración poética y –lo que es peor– de trazo sin mucha unidad, incluso un tanto grueso. Esta última sensación puede deberse a tener que lidiar con una orquesta que, en vivo, evidencia limitaciones en su virtuosismo y cuenta con algunos primeros atriles –violín y violonchelo– de escaso nivel. (6)



4. Boult/New Philharmonia (EMI, 1966). Sir Adrian le toma prestada la orquesta a Klemperer y se mete en el Kingsway Hall para, apoyado por una estupenda ingeniería de sonido, ofrecer una interpretación que no es personal ni creativa, ni se encuentra especialmente inspirada, pero que se encuentra magníficamente trazada, ofrece un espléndido trabajo con las texturas y ofrece un espléndido equilibrio entre buen gusto e intensidad expresiva. A destacar, en este sentido, un Marte cargado de potencia dramática, un Venus maravillosamente paladeado y un Urano dicho con muy adecuada mala leche y beneficiado de las sarcásticas maderas de la formación londinense, que pese a la admirable labor del maestro termina siendo lo mejor de la función: hasta esa fecha es posible que no se hubiera escuchado a una orquesta, Filarmónica de Viena incluida, tocar con semejante precisión y empaste la presente partitura. La recuperación en SACD por parte de Esoteric bordea el milagro desde el punto de vista técnico. (9)


5. Herrmann/Filarmónica de Londres (Decca, 1970). Como ya explicamos por aquí, el registro realizado por el autor de la banda sonora de Vértigo, que pronto cayó en desgracia ante la crítica y en el mercado y solo en tiempos muy reciente ha pasado a compacto, resultó personalísimo. No ya por la extrema lentitud, sino por ofrecer una visión marcadamente sombría, gótica y macabra, como corresponde a la personalidad de Herrmann como compositor. Con él Marte resulta atmosférico y agobiante, más que desgarrador. Venus ofrece punzante lirismo. Mercurio no se encuentra del todo alado, pero aporta detalles muy interesantes en el entramado de las maderas. Júpiter emotivo, también en exceso hinchado en la sección central. Saturno muy desolado, de nuevo más siniestro que rebelde, con una introducción escalofriante en la que los violines suspiran con punzante emoción. Un Urano de marcadísimo humor negro, muy poco jovial, da paso a un Neptuno muy emocionante y expuesto con mucha concentración. La orquesta no está del todo fina, pero se encuentra maravillosamente diseccionada, logrando que se escuchen muchas cosas nuevas, atendiendo muy especialmente a las maderas y ofreciendo un desarrolladísimo sentido del color en las maderas. Decididamente, la interpretación más genial de la obra. También la más discutible. La grabación 4 Phases es algo artificial: pone en primer plano instrumentos que no deberían estarlo. (10)



6. Haitink/Filarmónica de Londres (Philips, 1970). Tan solo unos días después de Herrmann, otro Bernard se puso al frente de la misma Filarmónica de Londres para dar su visión propia. Lo hizo con mucha más técnica que el norteamericano, hasta el punto de que logró firmar una de las lecturas de más admirable claridad de cuantas se han llevado al disco. Y ello, por descontado, haciendo gala de un pulso bien firme, una musicalidad irreprochable y de una gran convicción. ¿Qué falta para la genialidad? Pues lo de siempre en el siempre objetivo Haitink: una mirada más imaginativa y personal. O sea, justo lo que ofrecía Herrmann. A destacar en cualquier caso un Marte particularmente opresivo. (9)



7. William Steinberg/Sinfónica de Boston (DG, 1970). Beneficiándose de una orquesta fabulosa y de una brillante toma de sonido que ha quedado estupenda tras la última remasterización, el maestro traza una lectura extrovertida, teatral y entusiasta, expuesta de manera irreprochable, a la que le falta un punto de imaginación, de refinamiento y de magia sonora para alcanzar lo excepcional. Lo mejor es un Marte lleno de garra, y lo menos bueno un Urano ruidoso y superficial. (8)



8. Mehta/Filarmónica de Los Ángeles (Decca, 1971). Aunque merecen ser destacados la nobleza de la sección lírica de Júpiter, el final especialmente amargo y descarnado de Urano y la sensualidad del coro de Neptuno, la verdad es que se podría haber esperado más dosis de imaginación, riesgo y compromiso expresivo por parte del joven maestro indio en esta, por lo demás, muy sólida y bien llevada versión, ajena a blanduras y efectismos y dotada de toda la brillantez necesaria. Se nota, en cualquier caso, que la orquesta no es de primera. (8)



9. Bernstein/Filarmónica de Nueva York (Sony, 1971). Bernstein hace de sí mismo y ofrece una lectura extrovertida, fresca, impulsiva, llena de vitalidad –trepidantes Marte y Urano–, bien paladeada cuando debe –muy hermoso Venus, bellísimo el canto de la cuerda en la sección elgariana de Júpiter, mágico el final de Neptuno–, pero en la que solo en contados momentos se desciende al detalle en la planificación o se ofrecen aportaciones personales. Tampoco la orquesta es precisamente la mejor posible. En suma, una interpretación muy vistosa pero un tanto tosca y superficial, perjudicada por una toma sonora que no está a la altura de la época. (7)



10. Previn/ Sinfónica de Londres (EMI, 1974). Al frente de una orquesta en plena forma, su todavía joven titular ofreció una lectura no especialmente personal ni reveladora, pero admirable por su brillantez carente de retórica, su asombroso sentido del color y de las texturas, su admirable disección del entramado orquestal y, sobre todo, su comunicatividad y fuerza expresiva, sobresaliendo en este sentido los hirientes clímax de Saturno e Urano. La remasterización en DVD Audio de fugaz paso por el mercado, que recuperaba la cuadrafonía original, mejoraba de manera muy considerable el sonido. Deberían reeditarla en SACD, porque se trata de una de las más grandes interpretaciones que circulan por ahí. Si en este listado usásemos decimales, le podríamos el nueve y medio. Por lo menos. (9)



11. Susskind/Sinfónica de San Luis (Mobile Fidelity Sound Lab, 1974). Resulta difícil comprender el prestigio entre algunos aficionados de este registro claramente lastrado por una orquesta muy de segunda y una batuta que, siempre solvente y por momentos bien encaminada, no solo no resulta nada personal ni creativa sino que resulta más bien plana e incluso –flojísimo arranque de Júpiter– un tanto desganada. Tampoco la toma sonora –que reconozco haber escuchado en estéreo, no en la cuadrafonía original recuperada por el Super Audio CD– resulta especialmente destacable para la época. (5)



12. Ormandy/Orquesta de Filadelfia (DVD Euroarts, 1977). Ya en el último tramo de su dilatada carrera, Ormady demuestra creer firmemente en la partitura y entrega una recreación llena de fuerza y ajena a la espectacularidad gratuita, amén de soberbiamente tocada, pero a la que se le podía sacar mayor partido, sobre todo en un Saturno algo seco. Eso sí, Marte resulta sensacional. La toma sonora ofrece una dinámica muy amplia. (8)



13. Marriner/Concertgebouw (Philips, 1977?). La sensacional ejecución por parte de la orquesta holandesa y la enorme musicalidad de sus solistas –me han gustado menos los portamentos del violín– es la gran baza de esta interpretación en la que el joven Marriner ofreció toda la pompa y la flema británica posibles; también una gran elegancia y un elevado refinamiento tímbrico y melódico. Por desgracia al final se impuso su perfil de director escasamente implicado en lo expresivo, poco sincero y nada creativo, de tal modo que junto a un Venus, un Mercurio y un Júpiter muy convincentes, se ofrece un Marte más ampuloso que tenso, un Saturno dicho de pasada y un Urano tan escandaloso como desaprovechado. Más interesa Neptuno, aquí recreado con un nerviosismo que lo hace muy atractivo. La toma sonora es algo reverberante pero de muy buena calidad. (7)



14. Solti/Filarmónica de Londres (Decca, 1978). Valiéndose de unos tempi bastante rápidos, quizá los más cercanos a los del propio Holst, Sir George ofrece una lectura vibrante, extrovertida, directa, de una brillantez que para nada se acerca a la aparatosidad y de un nervio que no conoce descontrol alguno. Todo se encuentra magníficamente expuesto, tanto por la perfección técnica de una batuta que sabe extraer lo mejor de la orquesta –la que más veces ha registrado la partitura, con diferencia– como por la sinceridad y vehemencia de la interpretación. ¿Qué falta? Pues algo más de poesía en los momentos líricos y, en general, de imaginación y creatividad, particularmente en los tres últimos números. Lo mejor, como era de esperar dada la garra dramática y la inmediatez que suelen caracterizar a Solti, es Marte. (8)


15. Boult/Filarmónica de Londres (EMI, 1978). A sus ochenta y nueve añitos, el maestro británico quiso dejar una nueva grabación de la página, entre otras cosas para beneficiarse de la mejora de la tecnología: suena mejor –sobre todo tras el nuevo reprocesado– que la de Solti grabada en ese mismo 1978. Interpretativamente se encuentra, eso sí, un punto por debajo, en parte porque la Filarmónica de Londres, aun espléndida, no es el prodigio de la Philharmonia, y en parte porque la inspiración es un punto inferior: todo está muy bien en esta equilibrada y nada efectista versión, pero falta un último grado de creatividad, colorido y tensión emocional para ser una lectura de primera. Marte está muy bien, no siendo nada aparatosa y ofreciendo una sección lenta central llena de malos presagios, hasta llegar a un final implacable. Venus es ahora bastante más rápida, pero sigue estando dicha con apolínea belleza y se mantiene ajena por completo a blanduras o portamenti. Mercurio resulta bullicioso antes que ágil. Júpiter se queda a medo camino, comenzando sin mucha agilidad y cayendo en cierta “solemnidad británica” que no va bien acompañada por la emoción que debería tener la sección lírica central. Saturno va un poco acelerado al principio -hay casi un minuto de diferencia con la grabación anterior-, aunque su clímax si es lo suficientemente rebelde y en la sección final hay un interesantísimo trabajo con las texturas. Urano vuelve a ser magnífico, con un tratamiento muy acertado de las texturas de las maderas y con una buena dosis de mala leche, llegando hasta un final lleno de rabia. Flojea Neptuno: si antes se extendía hasta los 7'09'', lo que resulta bastante sensato, ahora se queda en 6’18’’, si bien lo que se pierde en misterio se gana en carácter aéreo. (8)




16. Ozawa/Sinfónica de Boston (Philips-Newton, 1979). haciendo uso de su enorme técnica, particularmente de su desarrollado sentido del color y de su habitual elegancia, el maestro oriental da una verdadera lección de plasticidad en el tratamiento orquestal –impresionante la cuerda grave–, construyendo una versión fabulosamente planificada y ejecutada, de claridad meridiana, bellísimamente sonada, ajena a cualquier exceso y muy centrada en lo expresivo. Marte puede resultar algo seca en su marcialidad, pero Venus es un prodigio de elegancia, como Mercurio lo es en clarificación de texturas. La melodía central de Júpiter resulta algo hinchada –no tanto como con Herrmann–, Saturno sobrecoge en su introducción –no tanto en el resto–, Urano sabe ser mordaz y Neptuno alcanza enormes dosis de misterio. Una pena que el violín solista (¿Silverstein?) muestre un sonido algo frágil en Venus y Mercurio. Tras el reciente reprocesado, la toma ha demostrado ser de enorme calidad: solo le falta mayor gama dinámica. (9)



17. Rozhdestvensky/Sinfónica de la BBC (Ica Classics, 1980). En la línea de un Herrmann pero sin llegar a sus extremos, el maestro ruso ofreció en concierto una interpretación muy personal, espléndidamente desmenuzada y de tímbrica muy incisiva, que puso de relieve los aspectos más siniestros de la partitura. Su Marte es hosco, opresivo y especialmente siniestro, con detalles muy creativos. Venus lento, primorosamente paladeado, emotivo y sin asomo de blandura o narcisismo. Mercurio rápido, nervioso y escurridizo. Júpiter más solemne que alegre, con buen aliento lírico y un tratamiento incisivo de las maderas. Saturno arranca con una atmósfera gótica y concluye con gran nihilismo. Urano áspero y amargo. Neptuno, antes que ser místico, ofrece un inquietante distanciamiento. Discreta la orquesta y floja la toma sonora, con un coro que suena demasiado lejos. Aun así, otro nueve y medio. (9)



18. Karajan/Filarmónica de Berlín (DG, 1981). Aquí Karajan es mucho más claramente él mismo, por lo general para bien: su empeño en crear enormes contrastes dinámicos y por ofrecer un refinamiento extremo son bienvenidos en una página como esta siempre que se evite el mero narcicismo. Y Don Heriberto, en esta ocasión, lo evita. Bien es verdad que Marte y Júpiter han perdido un poco de la fuerza e inmediatez de la grabación vienesa, pero a cambio Venus se ha despojado de portamentos innecesarios, Mercurio ha ganado en refinamiento, Saturno y Urano han desarrollado mayor sentido de lo ominoso y Neptuno, más lento ahora (8’47’’ frente a los 7’37’’ de antaño), alcanza una magia tanto sonora como poética que no encuentra parangón en ningún otro registro. La orquesta realiza toda una exhibición, formidablemente recogida por una toma sonora que, con independencia de los trucos de mesa de mezcla que pueda utilizar, termina siendo absolutamente sensacional. Disco obligatorio. (10)


19. Maazel/Orquesta Nacional de Francia (Sony, 1981). Lo que coloca a esta versión en primera línea es la recreación de Marte: lenta pero muy tensa, absolutamente sombría y atmosférica –mucho antes que violenta–, opresiva como pocas, que culmina en un desenlace particularmente apocalíptico y abrumador. Es ahí donde Maazel da buena cuenta de su genialidad y –alargando al máximo la coda– de su técnica de batuta. El resto está muy bien, pero en una línea mucho más ortodoxa y menos creativa, con tempi más bien ligeros, sin querer caer en la retórica ni cargar las tintas, y haciendo gala de un buen sentido del color y de las texturas. Mercurio ofrece así la agilidad deseada y se encuentra espléndidamente desmenuzado, Venus no resulta demasiado ensimismado, pero ofrece momentos de punzante lirismo. Júpiter se aleja de la pesadez –podría alcanzar mayor cantabilidad–, Saturno emociona sin ser muy sombrío y el humor de Urano es más juvenil que amargo. A destacar el estático tratamiento del coro en un Neptuno más místico que nunca. Lástima que haya algún exceso decibélico y que la orquesta no sea de primera. (9)


 

20. Dutoit/Sinfónica de Montreal (Decca, 1986). Este registro alcanzó en su momento una espléndida acogida entre los aficionados, deslumbrados quizá ante las bondades de su portentosa toma sonora. Lo cierto es que Dutoit dirige con gran solvencia técnica, brillantez y refinamiento, mostrándose siempre centrado en lo expresivo y bien lejos de la retórica barata, pero –como le suele ocurrir al suizo– sin ese último punto de imaginación y, sobre todo, de emoción que le haga alcanzar la excepcionalidad. (8)



21. John Williams/Boston Pops (Philips, 1986). Lamento decirlo, por ser enorme admirador de su faceta de compositor, pero Williams parece confundir esta obra con su Star Wars y se limita a dirigir con entusiasmo y brillantez, procurando que esta nunca caiga en excesos, al tiempo que desatiende por completo los matices expresivos, camina de pasada sobre los aspectos más interesantes de la partitura y desaprovecha la fabulosa orquesta y una toma sonora –de volumen muy bajo– que ofrece una gama dinámica increíblemente amplia. El resultado es tan vistoso como superficial. A olvidar. (6)



22. Previn/Royal Philharmonic Orchestra (Telarc, 1986). Al igual que hizo con su justamente célebre Segunda de Rachmaninov, Previn repitió la grabación con la Sinfónica de Londres para EMI de los setenta una década más tarde con la Royal Philharmonic para Telarc, ya en digital. En esta ocasión, al contrario de lo que ocurrió con la partitura del ruso, no hubo cambios de concepto. Si acaso, se evidencia aquí menor compromiso expresivo e inspiración que en su realización para el sello británico, siempre dentro del alto nivel que garantizan el dominio de los recursos orquestales que posee el maestro y su siempre admirable buen gusto. La toma sonora no es todo lo espléndida que se pudiera pensar: escuchada en DVD-Audio, la de EMI no es en absoluto inferior. Un disco muy bueno, pero inútil. (8)


 
23. Groves/Royal Philharmonic (varios sellos, 1987). Una lectura de alto nivel en la que Sir Charles, adoptando unos modos muy británicos, ofrece esa elegancia y esa nobleza tan particulares en el fraseo al tiempo que sabe ser elocuente sin caer en arrebatos y brillante –incluso brillantísimo– sin perder la compostura. Ahora bien, se puede reprochar algún exceso decibélico, y echarse de menos una dosis adicional de imaginación y compromiso expresivo, excepción hecha de un Neptuno lentísimo y fascinante. Es la opción más barata del mercado –ha conocido varias ediciones a precio de saldo–, y una de las que mejor suenan. Recomendable. (8)



24. Colin Davis/Filarmónica de Berlín (Philips, 1988). Sir Colin se pone al frente de la orquesta que todavía era la de Karajan para ofrecer una interpretación menos personal y apabullante que la de este, también menos inspirada, pero no menos soberbiamente expuesta, dotada de una “distinción británica” muy adecuadas para la partitura y, por descontado, dicha con enorme sinceridad expresiva. Marte resulta antes implacable que ominoso. Elegancia enorme la de Venus, aunque aún se podría sacar mayor partido a la página. que no están reñidos con la fuerza expresiva. Flaquea un tanto Mercurio, falto de chispa y electricidad. Soberbio Júpiter, lleno de grandeza y solemnidad sin la menor grandilocuencia. Excelente Saturno. En Urano vendría bien un mayor sarcasmo, mientras que en Neptuno hay que destacar de manera especial la mágica intervención de las mujeres del Coro de la radio de Berlín, bajo la dirección de Dietrich Knothe. La toma no es en absoluto tan buena como la de Karajan: la aventaja en equilibrio de planos, pero la tímbrica es algo dura y no posee toda la pegada posible. (9)


25. Levine/Sinfónica de Chicago (DG, 1989). Al frente de un instrumento de una potencia, brillantez y virtuosismo insuperables, el norteamericano se vuelca en el puro espectáculo sonoro en una lectura decibélica, sonada con excesiva robustez y brocha gorda, vulgar y dicha de pasada. Hace gala de su habitual mal gusto, particularmente en Marte, completamente desmadrado, en buena parte de Júpiter y en los clímax de Saturno y Urano, aunque en este último sí acierta en el cómico tratamiento de las maderas. Los pasajes más introvertidos los recrea por el contrario con mucha corrección, sin pasarse con el azúcar, pero podían estar mucho más aprovechados en su colorido y en su potencial vuelo lírico. Magnífica la grabación, como también la portada. (6)

26. Mehta/Filarmónica de Nueva York (Teldec, 1989?). Otra vez Mehta haciendo gala de una artesanía de primerísima calidad con una interpretación admirablemente expuesta, muy sensata en lo expresivo, pero falta de ese último punto de compromiso e imaginación que distingue un producto de irreprochable eficacia de aquel en el que hay arte verdadero. A destacar, en cualquier caso, la admirable plasticidad del tratamiento de la cuerda –por ejemplo, en la sección central de Marte–, la amplitud y naturalidad del fraseo –los tempi son algo más reposados que en su versión de Los Ángeles– o la manera particularmente evanescente y dulce de abordar Neptuno. La grabación es muy buena, pero no todo lo que podía haber sido. Incluso en el último número hay algún empalme en exceso evidente. (7)

 

 

27. Eduardo Mata/Sinfónica de Dallas (Sion, 1990). Ante todo sorprende la manera en la que la carátula subraya las presuntas cualidades de la toma sonora cuando en realidad nos encontramos ante una grabación turbia, confusa y afectada por una extraña reverberación. Por lo demás, al optar aquí el malogrado director mexicano por la lentitud de los tempi, podemos escuchar un Venus particularmente sensual, un Saturno muy atmosférico y un Neptuno embriagador, pero la tensión interna no brota y la interpretación termina resultando deslavazada, incluso desganada. Tampoco logra la batuta extraer todo el colorido deseable de una orquesta no muy allá. (7)

 

28. Svetlanov/Orquesta Philharmonia (Phoenix-Brilliant, 1991). Un verdadero placer escuchar a Svetlanov al frente de una orquesta occidental de primera y recogido por una toma sonora de verdadero lujo. Nada que ver con sus testimonios del mundo soviético. Por lo demás, esta grabación –editada originalmente por Phoenix Music– pertenece ya a la última y más personal etapa del maestro ruso, que aquí opta por unos tempi de marcada lentitud y una gran atención a los aspectos atmosféricos y ominosos de la obra, siempre dibujando el entramado orquestal con pinceles muy finos –todo meridianamente expuesto– y sin dejarse llevar por la espectacularidad gratuita. Desdichadamente, con semejante lentitud la tensión no termina de ser toda la deseable, mientras que en lo que a la expresión se refiere, dentro de esa misma línea digamos que trágica y siniestra se echa de menos la creatividad admirable de Bernard Herrmann, mucho más arriesgado; a Svetlanov, siendo su trabajo en muchos sentidos admirable, le falta un último punto de inspiración. Cameo de lujo en Neptuno para The Sixteen y Harry Christophers. (8)

 

29. Gardiner/Philharmonia (DG, 1994). El trazo es firme, la claridad muy notable y la objetividad irreprochable, pero Gardiner se muestra no ya en exceso ortodoxo e impersonal sino bastante distanciado en lo expresivo, siendo el resultado un frío producto de laboratorio; nada nuevo en el maestro británico. No convence el violín solista en Venus, por sus excesivos portamentos. Como era de esperar, fabuloso el Monteverdi Choir. Increíble la grabación, sin necesidad de poner en primer plano celesta o arpas. En tiempos circuló una edición en SACD. (7)



30. Levi/Sinfónica de Atlanta (Telarc, 1997). Versión rápida, directa, honesta y bien realizada, desde luego ajena a la blandura y al narcisismo, pero bastante pobre en variedad expresiva, color, imaginación y personalidad, resultando Yoel Levi bastante expeditivo, cuando no rutinario. Solo algunos detalles aislados en Venus o Saturno despiertan nuestro interés. En contrapartida, Urano resulta bastante ruidoso. La toma sonora podría ser mejor. (7)



31. David Lloyd-Jones/Royal Scottish National Orchestra (Naxos, 2001). Marte decibélico y en exceso brutal, por no decir vulgar. Muy bien Venus, hermosa y sin blanduras. Mercurio más intenso que ágil y refinado. Júpiter hinchado y vulgar en la sección central, y más bien ruidoso en la final. Saturno comienza admirablemente, muy misterioso, con una frase inicial de los violines muy arrastrada y sugerente, pero luego la percusión vuelve a hacer de las suyas. Claro que donde esta está verdaderamente descontrolada, hasta el punto de no dejar escuchar el resto de la orquesta, es en un Urano vulgarísimo. Muy correcto pero sin particular magia Neptuno. Sin problemas la orquesta y espléndido el coro. La reproducción en DVD-Audio ofrece un gran relieve a las frecuencias graves, aunque la grabación original no es del todo clara. (6)



32. Colin Davis/Sinfónica de Londres (LSO Live 2002). Como ocurriera con su anterior testimonio con la Filarmónica de Berlín, Sir Colin ofrece una interpretación no genial pero sí perfecta, muy equilibrada en todos sus componentes, sean estos dramáticos, líricos o humorísticos, sincera siempre y por completo ajena a la grandilocuencia y al efectismo, como también a la blandura o la mera ensoñación. Suena un poco menos bien. (9)



33. Rattle/Filarmónica de Berlín (EMI, 2006). Sir Simon intenta seguir los pasos de Karajan, pero carece de su talento y las cosas se quedan a medio camino. Marte bien a secas, aunque hay una transición resuelta de manera poco convincente. Venus y Mercurio están muy bien, sin particular magia. Júpiter correcto, no muy lírico y con algún efectismo, aunque se descubre algún detalle nuevo en la orquestación. Lento, carente de pulso y sin fuerza dramática Saturno. Urano soso, sin humor. Bien Neptuno, aunque podría haber mayor sentido del color y de las texturas. Total, una interpretación de “rutina de altura” en la que solo interesa la inclusión del Plutón de Colin Matthews, más las propinas ("asteroides") del segundo disco. (8)


34. Andrew Davis/Filarmónica de la BBC (Chandos, 2010). Una toma sonora espaciosa, natural y de amplia gama dinámica, modélica en suma, es la gran baza de esta lectura en general muy bien trazada -flojea Júpiter, falto de tensión interna-, perfecta en el idioma y puesta en sonidos con incuestionable buen gusto, pero más bien parca en matices, carente de verdadera inspiración y dicha un tanto de pasada. Sólida, pero plana y aburrida. Sólo para obsesionados por la alta fidelidad. (7)


35. Heras-Casado/Nacional Danesa (Youtube, 2010). Pese a que la orquesta se queda muy corta en todas sus secciones, el maestro granadino ofrece una interpretación con toda la brillantez y el colorido que la partitura demanda pero sin un gramo de retórica, trazada además con buen pulso y evidente entusiasmo. Marte posee la garra dramática necesaria sin caer en lo enfático. Venus resulta menos contemplativa y más emocionante de lo que suele, aunque a violín y violonchelo, como ocurre en tantas y tantas interpretaciones, les sobren portamentos. Mercurio resulta muy ágil. En Júpiter hay que admirar su grandeza sin grandilocuencia y su emotivo lirismo. Bien a secas Saturno, seco e implacable, aunque no todo lo opresivo que pudiera ser. En Urano el director evita caer en lo meramente lúdico y atiende a la mala leche de la página. A Neptuno le faltan el misterio, la magia sonora y el refinamiento que han sido capaces de obtener los grandes alquimistas sonoros arriba relacionados. (8)

 

36. Salonen/Philharmonia Orchestra (Blu-ray Signum, 2012). La personalidad del maestro sueco queda bien en evidencia en una lectura que deja de lado los aspectos más atmósfericos de la obra y pasa por encima de su potencial poético para ofrecer una interpretación seca y angulosa, incisiva y marcada por el nervio, por momentos más violenta de la cuenta y, en cualquier caso, atractiva por su tímbrica descarnada y por su asombrosa claridad. Distinta y reveladora, pues, aunque mucho más partido expresivo se le puede sacar a la partitura. Sin solución de continuidad, tras Neptuno se ofrece Worlds, Stars, Systems, Infinity, un encargo al compositor Joby Talbot que este resuelve con fórmulas digamos que cinematográficas llenas de atractivo y de inspiración. La realización visual, pese a contar con nada menos que treinta y siete cámaras y ofrecer en Blu-ray la posibilidad de alternar el ángulo de visión, no resulta muy atractiva. La toma sonora sí que es extraordinaria, y el ingeniero de sonido juega indisimuladamente con el sonido surround a la hora de ubicar el coro femenino. (8)

 

37. Harding/Sinfónica de la Radio de Baviera (BR, 2022). No sé si será por el contacto “con las alturas” que le permite su trabajo como piloto de aviación profesional o, más bien, la madurez que concede la edad, pero lo cierto es que Harding consigue aunar el concepto siniestro de Herrmann -sin llegar a su genial radicalidad- con la magia tímbrica e inspiración poética de un Karajan -sin alcanzar tampoco su grado de seducción- y ofrecer, de esta forma, una de las más interesantes grabaciones de esta página. Yo diría que la mejor, junto a las dos citadas. A destacar la manera en la que el maestro sostiene el pulso a pesar de la lentitud de los tempi (56’48’’, frente a los 49’36’’ de Previn LSO o los 52’ de Karajan/Berlín, aunque habría que restar medio minuto de “coro difuminándose”), como también la enorme emotividad que bajo su batuta adquiere el tema lírico de Neptuno, aunque basta con los estudiadísimos reguladores del minuto inicial de Marte, particularmente siniestro y mascadísimo hasta el primer clímax, para darse cuenta de que estamos ante una interpretación muy especial. Fabulosas las señoras del coro muniqués, y formidabilísima la grabación a pesar de que la acústica de la Herkulessaal no sea la mejor posible. (10)

viernes, 5 de julio de 2024

¿Se puede saber quién ha dejado suelto al gato?

¡A maullido limpio! Atrévanse a escuchar la grabación completa en las plataformas habituales. Si es que aguantan la risa, claro...




jueves, 4 de julio de 2024

Gilbert y Kavakos cierran temporada en Hamburgo

La NDR Elbphilharmonie Orchester cerraba el pasado fin de semana la temporada de abono con su titular Alan Gilbert y la presencia de Leonidas Kavakos. No quedaban entradas para la función del sábado, así que saqué para el domingo: justo la tarde del día en que en la misma Elbphilharmonie escuché, con Argerich y Cambreling, a la otra orquesta de la ciudad, la Sinfónica de Hamburgo. Esta de la NDR me ha parecido algo mejor, pero no diría que haya una enorme diferencia entre ellas. Ambas son de muy buen nivel, sin llegar a una auténtica primera fila. En la de Gilbert destacaría una cuerda extraordinaria, solidísima y muy bien empastada, frente a unos vientos más convencionales en los que se puede presentar algún desajuste sin importancia.

Acudí especialmente interesado por el Concierto para violín nº 2 de Martinu, pero el griego decidió no interpretar la partitura alegando una enfermedad y la sustituyó por el Nº 3 de Wolfgang Amadeus Mozart, no casualmente la página que mañana viernes 5 tiene previsto interpretar con la Filarmónica de Gran Canaria dirigiendo él mismo. También era el propio Kavakos el que dirigía su grabación de 2006 que comenté en esta discografía comparada. Escuchado el concierto del domingo, he acudido a la filmación del que se ofreció el día anterior, que tienen ustedes disponible en YouTube. Y me temo que lo tengo ahora más claro: no me gusta cómo interpreta este señor la página. Que en Hamburgo no estuviera del todo bien de dedos –lo de la enfermedad debe de ser verdad– importa poco. Es una cuestión de estilo y de expresión. Kavakos quiere ser tradicional e históricamente informado, optando por una tercera vía que, en su caso, no es chicha ni limoná. Modera considerablemente las vibraciones –a veces el resultado es tímbricamente feo–, apuesta por la articulación incisiva y añade una buena cantidad de adornos no siempre afortunados. Ojo, que está muy bien que el artista tenga ideas propias, arriesgue y demuestre un intenso trabajo detrás, pero a mí lo que suena a ratos me resulta frío, a ratos me parece frivolón y pimpante. No sé decir si las cadencias eran las mismas del disco, pero iban por el mismo camino. En mi función no hubo propina, sí en la del vídeo: movimiento conclusivo de la Partita nº 1 en interpretación formidable.

¿Bueno, y qué pasa con Alan Gilbert? Dirigió bien a Mozart, recortando un poco la articulación para encajar con su amigo Kavakos sin por ello renunciar a lo tradicional. El resto del programa rimaba con el Martinu inicialmente previsto, porque originalmente estaba todo dedicado al repertorio checo. Vysehrad, primero de los poemas sinfónicos que integran el ciclo Mi patria de Smetana, recibió una interpretación de buena planta. El maestro neoyorquino se mostró sabio a la hora de poner de relieve la sana rusticidad que los pentagramas necesitan, y supo no confundir ese ingrediente con la precipitación ni el exceso: dejó que la música fluyera con naturalidad, equilibrando francamente bien los planos sonoros y cantando con amplitud toda la sección final. Y ya está: no hubo particular inspiración.

Sinfonía del Nuevo Mundo en la segunda parte. Como en el audio con la Filarmónica de Nueva York, Gilbert se mostró muy consciente de que la más célebre –no la mejor– de las partituras de Dvorák no puede limitarse a la delectación melódica: el carácter combativo y el amargor que la música alberga tienen que ponerse bien de relieve. Su batuta lo hace buscando el contraste entre lirismo y fuerza dramática, aportando no pocas ideas propias –el arranque del movimiento conclusivo, sin ir más lejos– y acertando de pleno en una coda llena de desgarro. Me gustó particularmente que el maestro no se tomara las cosas con prisas y buscara la claridad de texturas. Y esta vez me ha interesado más la manera de resolver el celebérrimo tema lírico del primer movimiento.

Dicho esto, he de volver a lo que comenté acerca de la Séptima del mismo autor por la Filarmónica de Viena y Lorenzo Viotti: en directo se aprecia mucho mejor el estudio de la gama dinámica. Y si en aquella ocasión lo hizo para bien, esta vez lo ha hecho para mal. En el soberbio auditorio principal de la Elbphilharmonie queda en evidencia que Gilbert realiza un trabajo bastante grueso a la hora de regular el volumen de su orquesta. No importa que no se interese por ofrecer esos pianísimos imposibles a los que tan aficionados han sido otros directores –Abbado el primero de ellos–, pero entre el piano y el mezzoforte la cosa debería haber estado mucho más matizada. Por lo demás, tampoco me parece que su recreación fuera de una particular poesía: tratándose de una lectura muy disfrutable en vivo, el vídeo tiene poco que hacer en un panorama discográfico repleto de grandes versiones.

Una cosa sobre el público. Se supone que el de allí es mucho más culto que el de aquí. Verdad es que se mostró bastante más silencioso que el de un Maestraza o un Villamarta, pero no es menos verdad que en la función del sábado –la del vídeo– se aplaudió detrás de todos y cada uno de los movimientos de las dos partes del programa. En la del domingo Gilbert logró, con un claro gesto, que no se aplaudiera entre los dos últimos de la Novena de Dvorák, pero luego el personal reventó como si hubiera escuchado las versiones de Karl Böhm o de Celibidache, y no fue para tanto. Efecto Nuevo Mundo, sin duda: lo popular sigue siendo lo que más vende. Aquí abajo y allí arriba.

martes, 2 de julio de 2024

Martha Argerich en Hamburgo: la fiera a los ochenta y tres

El cinco de junio Martha Argerich cumplió ochenta y tres años. ¡Cómo pasa el tiempo! El próximo sábado tiene previsto actuar en Granada con su exmarido Dutoit. Saldrá en olor de multitudes, pero creo que hago bien en abstenerme: nunca me terminó de convencer cómo hizo el Concierto para piano de Schumann. Ni con Rostropovich, ni con Harnoncourt, ni con Chailly ni con Barenboim. Demasiado nerviosa. Lo que sí he hecho es aprovechar mi estancia en Hamburgo –ya estoy de vuelva– para verla en el concierto conclusivo del Festival Argerich que ha habido en la Elbphilharmonie, en el cual tocaba dos de sus verdaderas especialidades: el Concierto para piano nº 1 de Shostakovich y El carnaval de los animales.

Eso sí, antes me tuve que tragar una Sinfonía nº 1 de Beethoven a cargo de la Sinfónica de Hamburgo y su titular Sylvain Cambreling que, la verdad, se podían haber ahorrado. Absolutamente descomunal recreador de la música de Olivier Messiaen, el maestro francés tiene poco que aportar en el repertorio clásico. Tras un arranque algo desajustado, ofreció un primer movimiento muy sensato para luego fracasar en un Andante inquieto, sin sensualidad ni poso lírico, amén de confuso en el entramado polifónico. Algo rígido el Menuetto, tan sólido como sensato el Finale. La orquesta demostró mucha profesionalidad, pero yo preferí desentenderme de la interpretación y dedicarme a repasar qué hacía en tal momento o en aquel otro el sordo genial. ¡Qué tío, oigan!

Mejor estuvo Cambreling en un Shostakovich muy bien expuesto y dicho con ganas. Eso sí, dentro de una óptica más "romántica" que expresionista, lo que no dejó de sorprender. Argerich, algo menos atrevida en determinadas frases –la del arranque mismo– que en recientes ocasiones, estuvo formidable de dedos, manejó los recursos del piano con plenitud –maravillosos reguladores– y acertó de pleno en la expresión, desde lo juguetón hasta lo desgarrado pasando por la más íntimamente poético. Su toque y su fraseo, los ideales. Ella ha nacido para esta obra, como también para el Nº 3 de Prokofiev. Punto. Por si fuera poco, tuvo el gusto de traerse a uno de los trompetistas que mejor ha desempeñado esta parte, Sergei Nakariakov, ya presente en su grabación para EMI (aquí discografía comparada): estuvo controladísimo, muy vigilante de no tapar a la estrella –hubo algún desajuste puntual–, y aportando un punto aguardentoso de lo más conveniente. Solo faltaban el humo de los cigarros y el olor a whisky.


La segunda parte se abrió con la concesión de un premio al pianista Anton Gerzenberger –ofreció un precioso Chopin a cambio– y continuó con una particular recreación de la página de Saint-Säens antes citada, narrada con diálogos entre Annie Dutoit –hija de la artista, evidentemente– y Daniel Arkadij Gerzenberg. Ella en inglés, él en alemán, así que me enteré solo de la mitad del asunto, que a decir verdad era bastante divertido.

¿Y la versión musical? Sorpresa: Cambreling destapó el tarro de las esencias y estuvo formidable. Muy francés, eso sí, lo que significa entre otras cosas que el león no rugió todo lo que podía haberlo hecho, mientras que en al acuario consiguió una de las más refinadas y poéticas interpretaciones que yo haya escuchado. Argerich derrochó sensibilidad, sutileza y concentración –sí, también esto último, que cuando ella quiere bien que lo ofrece– en el piano izquierdo, mientras que dejó el derecho para dos jovencitos que se iban alternando, David Chen y Roman Blagojevic. La orquesta se comportó muy bien, aunque elefante y cisne –algo blando– no fueran gran cosa. En cualquier caso, una larga y maravillosa mañana musical esta del domingo 30 de junio.

Los planetas, de Holst: discografía comparada

ACTUALIZACIÓN 6.VII.2024 La publicación original de esta entrada se remonta nada menos que al 3 de septiembre de 2012: casi doce años ya. Ha...