viernes, 28 de julio de 2017

Barenboim en los Proms de 2017 (I): Sibelius, Elgar

Ya dije que esperaría a escuchar las retransmisiones de la BBC para comentar los tres Proms a los que he asistido este año. Voy ahora al primero de los dos que ofrecieron Daniel Barenboim y la Staatskapelle de Berlín, el de la noche del sábado 15 de julio con el Concierto para violín de Sibelius y la Primera sinfonía de Elgar en los atriles, retransmitido solo en audio (el del día siguiente sí se llegó a filmar). Solista de lujo: Lisa Batiashvili.


La violinista georgiana repite su asombroso logro discográfico del año anterior junto al propio Barenboim, comentado por aquí, ofreciendo el máximo nivel posible dentro de una aproximación ante todo lírica y apolínea en la que impera una extraordinaria belleza formal, pero sin desdeñar en modo alguno las tensiones sonoras: el final del primer movimiento está lleno de frenesí controlado, el segundo rezuma amargor y la desesperación agónica de la coda del tercero (¡que algunos comentaristas quieren ver luminosa, menudo despiste!) se hace bien patente. Por otra parte, la comparación con la lectura que le escuché tan solo una semana antes a Janine Jansen en Granada resulta reveladora: Batiashvili no solo toca la obra bastante mejor que su colega, que en más de un momento se las vio y se las deseó a la hora de enfrentarse a los terribles escollos de la partitura, sino que canta las melodías de una manera mucho más sincera y emotiva. El público de los Proms supo reconocer su excelsitud, hasta el punto de que hubo amagos de aplaudir entre movimientos.

También interesa comparar a Barenboim con Rattle: el británico lo hizo estupendamente en lo expresivo, pero no terminó de cuidar el equilibrio con la solista y se soltó la melena a la hora de desplegar decibelios. El de Buenos Aires, por el contrario, mantuvo muy controlada a la bestia para no sepultar a Batiashvili –yo estaba detrás de la orquesta y aun así la escuché relativamente bien–, y además –esto me lo hizo ver un amigo en el intermedio– tuvo muy en cuenta la peculiar acústica del Royal Albert Hall a la hora de tratar los clímax sonoros. Todo ello, por descontado, con una perfecta comprensión del universo sonoro y expresivo de Sibelius. El resultado, una interpretación descomunal.


En cuanto a la Primera de Elgar, nada nuevo com respecto a lo que ya le había escuchado en disco y en vivo: una interpretación descomunal que alcanza su cénit en un tercer movimiento dicho con una cantabilidad, una plasticidad en el manejo de las masas orquestales y un aliento poético de altísimos vuelos. En cualquier caso, haber tenido la oportunidad de verle –por segunda vez en esta obra– desde detrás de la orquesta, es decir, de frente, me permite calibrar mejor hasta qué extremo Barenboim cuida todos los detalles de la exposición sonora, atiendo con una gestualidad precisa –y en absoluto de cara a la galería– a todos y cada uno de los matices: su dominio de la gama dinámica –increíblemente planificada–, de las tensiones orquestales, de las texturas –se escucha absolutamente todo pese a ofrecer un empaste redondo y sensual envuelto por brumas–, del sentido orgánico del legato... Verdaderamente estamos ante un director con una técnica magistral, además de ante un músico de una inspiración excelsa que hoy no conoce rival alguno en el podio.


La primera propina fue el Vals triste. Barenboim comete el error de comenzarlo con el auditorio aún armando jaleo, así que la orquesta se equivoca y a los pocos compases tienen que volver a comenzar. Importa poco: una espléndida –no genial– interpretación en la línea que ya le conocemos al maestro, no particularmente concentrada en el arranque ni en el final pero muy encendida en el clímax.

Para finalizar, la marcha nº 1 de Pompa y circunstancia: no me gustaron las secciones rápidas, en exceso lastradas por el nervio y la aparatosidad, pero el celebérrimo tema lírico fue desgranado por Barenboim con la mezcla de elegancia y solemnidad que le conviene. Y sin pizca de retórica. El público, arrebatado: juro que los que estaban a mi lado cantaban “Land of hope and glory”, como si estuvieran en the last night. Claro que lo tremendo vendría al día siguiente.

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