sábado, 27 de julio de 2024

Dos versiones de la Misa de Santa Cecilia de Haydn

El otro día tuve la oportunidad de escuchar, una a continuación de la otra, un par de versiones de la Misa de Santa Cecilia de F. J. Haydn, la más larga del autor. Simon Preston y Rafael Kubelik eran sus protagonistas. Hoy sábado he repetido la del británico. Dos reflexiones, tontísimas pero necesarias.

Primero: esta es una música estupenda, no solo hermosa sino también rica en ideas. ¿Qué novedad hay en ello? En teoría ninguna, pero ya me dirán ustedes por qué se toca y se graba tan poco. Sencillamente, porque la gente no se había enterado. Y que conste que me incluyo entre "la gente", porque un servidor hasta ahora solo conocía la versión de Owen Burdick para Naxos, que estaba bien sin más.

 

Segundo: defender con empeño que unos instrumentos determinados (antiguos/modernos) son los que de verdad sirven para hacer justicia a la música del periodo clásico es una solemne majadería propia de insensibles o talibanes, que en el fondo son la misma cosa: el insensible es aquel que es incapaz de ver que hay diversas maneras de hacer magníficamente una música, aunque a él no le gusten. Ojo, que esto no significa que uno tenga que aceptar cualquier propuesta, ni muchísimo menos. Lo que digo es que, aparte de las una o dos posibilidades que con las que uno puede sintonizar, hay otras aproximaciones que pueden aportarnos cosas que son sensatas, válidas, complementarias o –en ocasiones– reveladoras, y si por empeñarnos en escuchar una música únicamente como nosotros queremos –por afinidad en la expresión, por costumbre o por pereza–, no solo no entenderemos en toda su riqueza la partitura, sino que nos convertiremos en peligrosos intolerantes.

Este rodeo no era sino para decir que las dos versiones que he escuchado son maravillosas, ambas igual de válidas y por completo complementarias, porque cada una aporta una visión distinta sin que falte lo verdaderamente más importante, que no es ser "históricamente informado" o dejar de serlo, sino ofrecer la necesaria mezcla de excelencia técnica, atención a los diferentes ámbitos expresivos y capacidad para comunicar.

De julio de 1979 es la de Simon Preston. El "leppardiano" Moisés en Egipto de Haendel con la English Chamber quedaba solo cuatro años atrás, pero ahora los instrumentos son originales: la ya magnífica Academy of Ancient Music de su primera época. La interpretación será tachada de trivial por los pocos aficionados y críticos que se han quedado anclados en Leppard. Tampoco terminará de convencer, si bien por razones por completo distintas, a los muchos que quieren que los clásicos Haydn y Mozart, como también no pocos de lo que vienen después, suenen a barock'n roll. Los unos y los otros se lo pierden, porque a mí la dirección de Preston me parece una perfecta combinación de transparencia, elegancia, vitalidad y sentido de los contrastes: ni ligerezas mal entendidas, ni trivialidades, ni fraseo "a saltitos" ni claroscuros excesivos, y si hay algún reproche es el de cierta rigidez puntual. Técnicamente, por otra parte, es perfecta.

La otra versión es ya de 1982. Se trata de una toma televisiva magníficamente trasvasada a Blu-ray por Arthaus que usted también puede localizar en audio en las plataformas habituales. Sus protagonistas, nada menos que Rafael Kubelik y su Sinfónica de la Radio de Baviera. Y aquí lo mismo que con Preston, pero al revés. No se puede hablar de pesadez, falta de claridad ni, menos aún, de mirada “romántica” hacia la página. Antes al contrario, la dirección del maestro checo es un prodigio de estilo: los tempi son más bien rápidos, el fraseo se desarrolla con agilidad, fluidez y elegancia proverbiales, los claroscuros están medidos en su punto justo y la emotividad se encuentra a flor de piel. Porque, eso sí, no es este un clasicismo marmóreo y severo, sino comunicativo, vibrante y con ese punto de teatralidad que requiere la liturgia católica. ¿Y la orquesta? Suena bien, con carne y buen empaste, pero yo me quedo con la AAM de Hogwood dirigida por Preston. Sí, aun situándome lejísimos del radicalismo historicista, en Haydn –no así en Mozart– prefiero el sonido rústico de los instrumentos "de época".

Lo de los coros está clarísimo: el de Kubelik lo hace muy bien, pero le supera ampliamente el de la Christ Church Cathedral de Oxford. Algunos radikales dirán que se encuentra muy nutrido y tal. Pues sí, pero menuda la exactitud, la transparencia y el equilibrio polifónico de estos señores y niños –no hay mujeres, claro– que integran la agrupación de la que el propio Preston era titular. ¿De verdad van a hacernos creer que con menos gente aquello suena con mayor claridad? Eso será cuando el coro no es de primerísima categoría, y este sí que lo es. En cualquier caso, hay un "algo más" que lo eleva a la cima: su expresividad. Y eso no es cuantificable ni explicable, por mucho que se empeñen los críticos que a lo primero que van es a contar cuántas personas hay sobre el escenario. Este fue un magnífico coro, y Preston un extraordinario músico.

En cuanto a los solistas vocales, con Preston forman un buen equipo, de "línea british de los setenta", Judith Nelson, Margaret Cable, Martin Hill y David Thomas. Particularmente bien están soprano y tenor; la mezzo no es gran cosa y el presunto bajo sufre excesivos cambios de color. Resulta satisfactorio Horst Laubenthal en Baviera, pero los otros cantantes que se congregaron en la basílica rococó de Ottobeuren –allí se fueron Kubelik y los suyos– se llaman Lucia Popp, Doris Soffel y Kurt Moll. ¡Cómo está este último en el Agnus Dei!

Mi recomendación está clara: escuche usted las dos versiones. Tampoco se crea que va a encontrar por ahí un gran número de grabaciones de la obra. 

1 comentario:

Pablo2312 dijo...

Mi versión preferida es la de Jochum dirigiendo la Orquesta de ls Radio Bávara. No conocía la versión de Simon Preston así que ahora la estoy disfrutando

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