2 de junio de 2023. Ese será el día de la aparición de la primera de las dos grandes cajas en las que Warner va a sacar todo el material grabado en su momento por Otto Klemperer para EMI con un nuevo reprocesado. Tremendo acontecimiento, porque el conjunto es uno de los más grandes monumentos de la historia de la interpretación musical y hasta ahora, salvando algunas reediciones puntuales, no había conocido reprocesados a la altura: muchos de esos registros de momento suenan regular, y a la vista de los milagros que el mismo sello ha hecho con un Barbirolli o un Arrau, podemos esperar un cambio sustancial.
Como adelanto de la edición, hoy viernes se ha subido a las plataformas habituales la Segunda de Mahler grabada al frente de la Philharmonia en noviembre de 1961 y marzo de 1962. Podían haber escogido otra cosa, la verdad, porque esta Resurrección ya la habían sacado en un reprocesado a 26 bits que mejoraba las mediocres encarnaciones en compacto anteriores. He escuchado el resultado en Dolby Atmos –plataforma Tidal– y solo he notado un mayor relieve en las frecuencias graves: salen ganando el bombo del tercer movimiento y (¡cuidado con los vecinos, menuda pegada!) el órgano del final.
¿La versión? Muy probablemente, usted ya sabe de qué va la cosa. Yo mismo ya lo intenté explicar por aquí. Esta es una interpretación “históricamente informada”, mucho más que los bodrios de un Van Immerseel o un Roth, por la sencilla razón de que Herr Klemperer tuvo la oportunidad en esta sinfonía de dirigir la banda interna con el mismísimo Mahler en el podio. No se puede estar más informado, la “verdad”.
Otra cosa es que el maestro haga –perdonen la vulgaridad de la expresión, pero conociendo cómo era el de Breslau seguro que le hubiera encantado– lo que le sale de los huevos. Y eso no es otra cosa que mostrarse radicalmente antirromántico. Primer movimiento rápido, nada gótico: inmediatez y visceralidad expresionista –sin descontrol alguno, todo está medido al milímetro– mucho antes que congoja y lamentos autoconmiserativos. Su coda es rápida e implacable, como quería Mahler. Segundo muy bien cantado, pero alejándose de toda sensualidad contemplativa. Tercero marca de la casa, rebosando mala leche al cien por cien en perfecta complicidad con las maderas únicas de la Philharmonia. Un acierto la colocación antifonal de violines primeros y violines segundos. Cuarto movimiento extremadamente sobrio, sin derramar lagrimitas ante la visión seráfica; bien a secas Hilde Rössl-Majdan. Y el quinto… ¿Cómo diría yo? No me convence la expresión, pero vale: pura religiosidad atea. O sea, puro Klemperer. Maravillosa la Schwarzkopf.
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