En esta semana para mí muy extraña –llevo seis días de coronavirus, con síntomas molestos– he reparado en un CD precioso que compré de segunda mano: arias italianas, muchas de ellas sobre textos de Metastasio, escritas por Mozart, Haydn, Beethoven y Schubert. Unas más inspiradas que otras, pero todas ellas deliciosa en la voz de Cecilia Bartoli. De la Bartoli de agosto de 1992, es decir, de cuando era una cantante absolutamente maravillosa y aún no se había vuelto loca. Qué legato, qué medias voces, que dominio de los reguladores, qué mezcla de sensualidad y picardía, qué congoja sincera –nada de artificios–cuando corresponde.
Quien me ha defraudado es András Schiff: por los motivos que fuere, este señor confunde clasicismo vienés –en la capital de Austria grabó Decca este disco– con galantería rococó y modela su instrumento como si fuera un fortepiano, tanto en lo puramente sonoro como en lo expresivo. Lástima.
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