jueves, 1 de septiembre de 2022

Musikfest Berlín 2022: Yannick y Philadelphia

Acaba de terminar otro concierto de la Musikfest de Berlín, retransmitido en directo a quienes estamos abonados –si usted no lo ha hecho aún, anímese– a la Digital Concert Hall. Menudo nivelazo el de la Philadelphia Orchestra: quizá el más alto de su historia, lo que es decir muchísimo. Salvo algún primer atril sin la excelencia de sus compañeros, nada que envidiar a sus antecesoras en el festival, Filarmónica de Berlín y Concertgebouw.

Yannick Nézet-Séguin ha arrancado con una obertura Carnaval de Dvorák interpretada a pedir boca: brillante en su punto justo, pero también muy cálida y poética, amén de trabajada con pinceles finos y gran plasticidad.


El resto del programa ha servido para promocionar los dos últimos discos de la formación estadounidense y su titular. De absoluta referencia el Concierto para violín nº 1 de Karol Szymanowski, que yo ya había escuchado en el correspondiente registro. Lisa Batiashvili ha lucido un sonido hermosísimo, carnoso en el centro y dorado en el agudo, ha mostrado virtuosismo supremo y ha sintonizado a la perfección con la singularísima, fascinante sensualidad de la partitura. Pero más aún –si ello es posible– me ha gustado la dirección de Yannick, de una sensibilidad para el colorido y las texturas impresionistas difícil de superar, como también muy comprometido con la expresión, con la intensidad de las emociones, amén de perfecto planificador de la arquitectura tanto vertical (¡qué claridad!) como horizontal. Creo que es imposible escuchar una interpretación mejor que esta. La propina, la misma del disco: Beau soir de Debussy con el maestro al piano.


Lo que yo no conocía es la Sinfonía nº 1 de Florence Price (1887-1953), una compositora de raza negra que supo salir adelante en un contexto no precisamente cómodo para una persona de sus circunstancias. De esta partitura en particular, completada en 1931, no me ha gustado el cuarto movimiento, pero los otros tres me han parecido una delicia: música maravillosamente norteamericana y maravillosamente “racial” que, partiendo de manera indisimulada del legado europeo, sabe aportar frescura y personalidad. ¿La interpretación? Sonada con enorme belleza y comprometida a más no poder. Tampoco aquí se me ocurre cómo se puede hacer mejor.

Primera propina, una obrita para violín y piano de la misma autora transcrita para la maravillosa cuerda de Filadelfia. Segunda, una bulliciosa y algo precipitada Danza húngara de Brahms que podían haberse ahorrado.

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