El enorme triunfo de Daniel Barenboim y la Orquesta de París en el disco Wagner comentado en una entrada anterior no se repitió en este segundo volumen dedicado al genial compositor alemán, en este caso centrándose en páginas de El anillo del nibelungo. La experiencia en el foso de Bayreuth por esas mismas fechas le había permitido profundizar en el idioma wagneriano, pero lo cierto es que los pliegues del Ring aún se le escapaban.
Sorprende la relativa flojera de la Cabalgata de las walkirias: interpretación solvente y bien encaminada pero algo gruesa, poco trabajada y poco matizada, aunque con algún impulso de energía muy eficaz. Ahora bien, la formación parisina resulta ideal para el “impresionismo” de los Murmullos del bosque, expuestos con una depuración sonora y una delicadeza bien entendida que resultan fascinantes.
En el Amanecer y viaje de Sigfrido por el Rin hay que destacar lo bien resuelto de las transiciones, la grandeza carente de escándalo gratuito y –marca de la casa– lo bien que se resaltan los aspectos siniestros de la llegada a la tierra de los gibichungos. La Marcha fúnebre decepciona relativamente, al menos en comparación que el prodigio que hará Barenboim años más tarde con la Sinfónica de Chicago: el planteamiento ya anuncia el posterior, filosófico y reflexivo, muy atento a los silencios, pero aquí no hay tanta imaginación ni concentración interna. El final de la ópera lo resuelve el maestro con convicción y buen criterio. Solo eso.
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