Vamos a por la parte musical (aquí escribí sobre la escénica) de estos Diálogos de carmelitas que ha presentado el Teatro Villamarta. Saqué entrada para la segunda y última de las funciones, la del domingo 26 de junio, por tener más garantías de que la cosa estuviese rodada. Mi butaca, de sesenta euros, estaba en Principal: excelente acústica.
Debo hacer constar que cuento con la enorme fortuna de haber presenciado esta ópera en tres ocasiones. Buena la de abril de 2003 en el Teatro de la Maestranza, de la que realicé una reseña que aún circula por aquí. Memorable la del Teatro Real de Madrid de junio de 2006 con la fascinante celebrada escena de Robert Carsen, bien dirigida por López Cobos y con un elenco de lujo: Andrea Rost, Patricia Petibon y la mismísima Raina Kabaivanska. Y notable la versión de concierto de 2011 con la Orquesta de Valencia y Gómez Martínez, de la que también conservo comentarios: mucho mejor la batuta que las voces. En lo discográfico conozco las grabaciones más difundidas: la de Pierre Dervaux de toda la vida, la de Nagano y el vídeo sensacional de Muti-Carsen, del que les dejo abajo la más celebrada secuencia.
Ocupaba el foso, por enésima vez, la Filarmónica de Málaga. Nunca jamás la había escuchado sonar así de bien, tan precisa, redonda y empastada, con ninguno de sus antiguos titulares ni –menos aún– con las discretas batutas que les suelen endosar aquí en el Villamarta para las funciones líricas. Que sus integrantes tocan cada vez mejor está claro, pero entiendo que el principal mérito hay que atribuírselo a José María Moreno, a todas luces idóneo como nuevo titular para la formación andaluza. Desde el punto de vista técnico ofreció un trabajo sensacional que aplaudo con entusiasmo.
Otra cosa es la cuestión expresiva. Encontré en su acercamiento un desarrollado sentido del ritmo, brillantez bien entendida y apreciable teatralidad, así como un admirable instinto a la hora de resaltar los aspectos más angulosos de la partitura de Francis Poulenc. Pero también aprecié cierta falta de atención a la vertiente gótica, esa que necesita de sensualidad, misterio y carácter opresivo, como también de ese lirismo a medio camino entre lo espiritual –no confundir con lo propiamente religioso- y lo torturado que define la personalidad de Blanche de la Force. Funcionó de manera muy satisfactoria su batuta, en cualquier caso, hasta llegar a una escena final que me pareció dirigida de manera mediocre por tosquedad sonora y despiste en la expresión. Todo sonó mucho, pero sin grandeza ni terror. ¡Qué lástima! Francamente bien el Coro del Teatro Villamarta –el decisivo Salve Regina es de lo más peliagudo para las féminas– bajo la dirección de José Miguel Román y Rebeca Barea; aún no se nos ha explicado por qué se fue el muy prestigioso Joan Cabero.
Ainhoa Arteta firmó el mejor trabajo que yo le haya escuchado. La voz, ahora la de una lírica de timbre oscuro y excelente proyección, no tiene nada que ver con la de aquella chirriante Francisquita con la que se dio a conocer junto a Plácido Domingo. La técnica también ha mejorado de manera considerable. Y los serios avatares médicos y sentimentales que ha vivido últimamente –incluyendo meses sin cantar– parecen no haberle pasado factura: salvando algunos pasajes no muy depurados y alguna que otra desigualdad, la encontré francamente bien para su edad. Expresivamente ya se sabe que esta señora nunca ha sido el colmo de la intensidad. Sigue sin serlo, pero puso toda la carne en el asador y supo atender a todas las facetas de su complicado personaje sin caer en histrionismos. Brava.
Espléndida la soprano valenciana Nuria García-Arrés como Sor Constance. No me voy a olvidar de la sensacional Petibon, pero lo cierto es que esta chica ha ofrecido una voz muy saludable, un canto luminoso y de enorme frescura y gran tino a la hora de que su encarnación resultase todo lo naif que debe resultar, mas sin caer en lo pizpireto. Hay que estar atentos a su carrera.
Poco me gustó Nicola Beller Carbone en su primera intervención: la voz no corría en la sala, el grave se encontraba desguarnecido y sus reproches a Blanche sonaron en exceso truculentos. Muchísimo más aceptable estuvo en la escena de su agonía y muerte, verdadero núcleo de la partitura y todo un reto para la cantante de turno. Sí, ya sé que este papel se le suele encargar a viejas glorias sin voz, pero el de esta señora (Mannheim, 1964) no es el caso.
Precisamente Ángeles Blancas es una de esas actrices-cantantes que a mí tanto me gustan. A la hija de Antonio Blancas y Ángeles Gulín la he admirado mucho (¡muchísimo!) a lo largo de todos estos años, pero me parece que hay un momento en el que el instrumento no puede: semejante sucesión de gritos, la que nos ofreció como la nueva priora, no se la perdono ni a mi queridísima Anja Silja. Eso sí, su encarnación fue de muy alto voltaje dramático: lo uno por lo otro.
Cumplió sobradamente Rodrigo Esteves como el Marqués, aunque su línea de canto la hubiera preferido más cálida y noble, por no decir más francesa. A David Alegret, Caballero de la Force, también le encontré un tanto ajeno al estilo. Buen nivel en el resto de los cantantes.
Ah, se me olvidaba: la regidora era Carmen Guerra. Lo digo porque, a raíz de este texto, la señora me amenazó con denunciarme si vuelvo a hablar de ella. Primero lo hizo dirigiéndose a este blog con un escrito repleto graves de insultos a mi persona y elogios a Paco López, firmando como REGIDORA LÍRICA, así en mayúsculas. Luego hizo lo mismo llamándome a mi número de teléfono, el cual ella –dicho sea de paso– no debería tener si atendemos a la Ley de protección de datos. Pues bueno, aquí hablo de ella: Carmen Guerra, regidora. Que me denuncie. A lo mejor los jerezanos se enteran de cómo funcionan las cosas en las tripas del Villamarta.
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