jueves, 6 de enero de 2022

¿Periodistas, críticos o cotillas?

Intentaba no escribir más durante algún tiempo, pero no me puedo resistir.

Hay una clase de crítico musical que me parece especialmente peligrosa: el crítico amarillista. Es decir, el que confunde dos géneros tan distintos entre sí como son el de valorar estéticamente el espectáculo de turno y el de practicar un periodismo de carácter sensacionalista. El primero exige sabiduría, objetividad, compromiso y buenas maneras. El segundo se basa en la noticia llamativa y/o morbosa, en la indagación con frecuencia poco honesta entre bambalinas y en la recurrencia a un lenguaje más o menos “populista” que llegue a las masas y haga pasar por “verdades como puños” lo que no son sino cargas de veneno dispuestas a conseguir lectores, haciéndolo aun a costa de inmiscuirse en cuestiones que son y deberían seguir siendo privadas. Incluso de hacer daño.

Este individuo basa su actividad en una red de informadores que incluye a músicos de orquestas, cantantes, gestores e incluso críticos locales. ¿Cómo es posible, se preguntarán ustedes, que estos le pasen alegremente tal cantidad de cotilleos más o menos peligrosos? En algunos casos –sospecho que los menos– por simple amistad. En otros, posiblemente por miedo: el depredador informativo maneja tal cantidad de información que te arriesgas a que si tú dejas de pasarle material, él publique sobre algo que te afecte directamente. Pero pienso que la mayor parte de las filtraciones son el resultado de la dinámica propia de las relaciones humanas dentro de los espectáculos y de las instituciones musicales. El gestor de turno ha tenido problemas con el pianista y, en un rapto de desesperación, se lo deja caer su amigo periodista. El barítono no se siente cómodo con el regista y le suelta indiscreciones sobre este al plumífero, el cual a su vez le hará al cantante una entrevista promocional como contraprestación a sus servicios. El viola de tal formación está hasta las narices del nuevo titular y le suelta “tutto quel mal che in bocca le vieni” al cotilla mayor del reino. El crítico de tal localidad teme perder su campo de influencia por los últimos cambios administrativos y se decide a mover ficha llamando a su colega amarillista y facilitándole material tan suculento como poco contrastado y –sobre todo– parcial y sujeto a intereses particulares.

Lo peor de todo llega cuando esta persona que basa buena parte de su actividad en el amarillismo se lanza a escribir la crítica musical de turno, porque a menudo la valoración se verá filtrada por las cosas que ha escrito previamente o que, sin haberlas escrito, le han llegado sobre el artista a juzgar. Si le ha dicho que el pianista esa mañana había tenido problemas en los ensayos, es que ha tocado mal durante el concierto. Si la soprano estuvo todo el tiempo peleándose con el regista, es que esta en ningún momento de la función sigue las directrices escénicas. Si el director estaba enfermo, es que en su lugar dirigió el primer atril. Si los ensayos fueron un continuo enfrentamiento entre batuta y profesores, es que la orquesta sonó sin empaste y tocó sin ganas. Y así. El melómano que ha asistido al evento y que ya cuenta con cierta experiencia podrá discrepar fácilmente de estas valoraciones, pero imaginen el daño que semejantes textos pueden hacer entre aquellos que están empezando o, sencillamente, no han asistido. Que si tal concierto estuvo fatal, que si nos han dado gato por liebre, que si menos mal que hay alguien que se atreve a decir “la verdad”…

No hace falta que les diga quién es el mayor ejemplo a nivel mundial de este tipo de periodista, o crítico, o lo que sea. Es británico, escribe libros y su veneno resulta solo comparable con su petulancia. Son ustedes libres de añadir a la lista quienes a quienes consideren oportuno, a este o al otro lado de los Pirineos. Yo pondría a ese señor que publicó en su web la maldad que le pasó su conocido informante hispalense acerca de un maestro que había sido visto en las calles de Sevilla con dos copitas de más. ¡Hay que caer bajo! Pero seguro que hay otros ejemplos.

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