Me preguntan si no tengo nada que decir sobre el Concierto de Año Nuevo de esta mañana. Pues no, la verdad. Si acaso, que algunas personas parecen haber confundido el manifiesto agotamiento físico de Daniel Barenboim, visiblemente más delgado y que venía de cancelar por enfermedad sus últimas actuaciones, con falta de interés o de inspiración. Quizá porque estos melómanos saben ver pero no escuchar: a mí me parece muy evidente que la música que de allí salía, con independencia de la mayor o menor calidad de las partituras en los atriles, estuvo maravillosamente interpretada.
Y ya no doy para más. Pasar el coronavirus, con todo lo que conlleva, me ha dejado muy fuera de juego tanto en lo físico como en lo anímico. Las entradas que aquí han aparecido en los últimos días han sido algo muy puntual al hilo de circunstancias excepcionales. Las pocas fuerzas que reservo quedan para las muy exigentes clases de Historia del Bachillerato Internacional a las que me debo. Imposible reabrir el blog en las próximas semanas. En cualquier caso, muchas gracias a las personas que han mostrado interés.
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