La Wassermusik de Georg Philipp Telemann no tiene nada que ver con la Water Music de Haendel. La segunda, ya saben, es "música pura", esto es, carente de hilo argumental, que tuvo origen en el deseo de acompañar un paseo real por el Támesis en 1717, mientras que la primera es auténtica música programática en la que desfilan dioses, seres marinos, vientos, mareas y marineros a petición realizada allá por 1723 por parte de las autoridades de Hamburgo. Con motivo de su interpretación en Sevilla dirigida por Jordi Savall el pasado mes de mayo preparé esta discografía comparada que ahora me atrevo a publicar.
1. Wenzinger/Konzertgruppe der Schola Cantorum Basiliensis (Archiv, 1961). Aun lejos de lo que hoy entendemos que debe ser la articulación apropiada para este repertorio, no se puede decir que el pionero violagambista August Wenzinger –cincuenta y seis años contaba por aquel entonces– ofrezca una interpretación pesadota o “romantizada”. Antes al contrario, es la suya una lectura fluida y musical, ciertamente serena antes que contrastada o atenta a las “tempestades barrocas”, pero con importantes aciertos a la hora de destilar sensualidad en las escenas de Tetis y Neptuno. Sus puntos flacos están en las Náyades y los Tritones, tratados con una laxitud muy poco conveniente. No está del todo mal el clave al continuo, menos coqueto que lo que por aquellos años –y hasta bastante más tarde en ciertos grupos británicos– se acostumbraba. El registro no ha pasado a formato digital: yo he escuchado un trasvase del vinilo que manifiesta que la toma se ha conservado francamente bien. (7)
2. Goebel/Musica Antiqua Köln (DG, 1984). El por entonces muy radical historicista Reinhard Goebel –hoy reniega de los instrumentos originales– nos ofrece una versión cien por cien germánica. Al frente de una orquesta de sonido seco y prieto, poco interesada por la belleza sonora, y bien apoyado por un clave extremadamente rico y fogoso –supongo que será Andreas Staier– el maestro desgrana una obertura con severidad de corte muy centroeuropeo, para en el resto de la partitura ofrecernos toda una explosión de vivacidad, teatralidad y sentido de los contrastes. Ahora bien, hemos de señalar que su agilísimo y fluido fraseo resulta también un tanto cuadriculado y enjuto, y que demasiado poco interés por la sensualidad y la delectación muestra en una música como la presente, si bien también sea cierto que semejante postura le aleje de la coquetería mal entendida y del amaneramiento. (8)
3. Dombrecht/Il Fondamento (Vanguard, 1996). Seguimos en terreno y estética alemana. Siguen ahí la sonoridad compacta y un punto ácida de la orquesta, como también la severidad dramática y el desinterés por los aspectos más sensuales y ensoñados de esta música. Pero se pierde –creo para bien– parte de esa tensión extrema de Goebel para dar paso a un fraseo más natural y elocuente, así como a una expresión algo más rica en concepto, con ese punto de chispa y desparpajo se echaba en falta en Colonia. La orquesta de Dombrecht –que dirige desde su posición de oboísta, no subido en el podio– es formidable y se encuentra muy bien recogida por la toma. (9)
4. Pickett/New London Consort (Decca, 1966). Estamos en un territorio muy distinto al de Goebel y Dombrecht. Aquí la orquesta suena con menos acidez, más carne y mucha mayor belleza sonora. El fraseo es más holgado y elegante, y posee mayor cantabilidad. La música respira mejor. Se evidencia un deseo de explorar los aspectos sensuales de esta música. Y la mezcla de clave y cuerda pulsada al continuo es todo un acierto, particularmente en los efectos que se consiguen en la aparición de Eolo. Por desgracia, el fuego y el sentido teatral del conjunto renano se ve sustituido por un “distanciamiento británico” poco convincente, porque de vez en cuando hacen su aparición cierta laxitud, e incluso cierto carácter desvaído, que a esta música no le conviene. (7)
5. King/King’s Consort (Hyperion, 1997). Como la de Pickett, esta es una interpretación incuestionablemente británica, también un punto haendeliana, bellísima y muy depurada en la sonoridad, fraseada con enorme elegancia y naturalidad, perfecta en su equilibrio entre densidad y ligereza. Lo que ocurre es que King recupera toda esa luminosidad, esa chispa y ese entusiasmo de la interpretación de Goebel, atendiendo al nervio interno, a la intensidad dramática y al sentido de los contrastes, añadiendo un gran instinto teatral (¡formidables efectos de subida y bajada de marea!) y aportando un continuo sencillamente fabuloso, además del virtuosismo y la musicalidad de su formidable orquesta. Todo ello, por descontado, dentro de una línea por completo historicista, pero sin el menor asomo de excentricidad o amaneramiento. Espléndida la toma. (10)
6. Bernardini/Ensemble Zefiro (Arcana-Naïve, 2003). Por muy tópico que parezca, lo que hacen los italianos es llevar esta música a los territorios al sur de los Alpes. Más concretamente, a las maneras en las que las agrupaciones de los noventa –Giardino y compañía– habían venido aportando al repertorio barroco. De ahí que nos encontremos ante una interpretación llena de vida, color e imaginación, en la que desaparecen tanto la severidad germánica como la distinción inglesa para dar paso a la exuberancia, a la profundización en los contrastes y al puro gozo por hacer música. Ni que decir tiene que Bernardini –magnífico en la flauta dulce– y su equipo no se muestran tímidos a la hora de ornamentar, de llenar la música de efectos retóricos y pictóricos –sorprendentes en la “arlequinada”– o de acercar a Telemann al mundo de las tempestades vivaldianas. Soberbia la toma en vivo. (9)
7. Stefano Bagliano/Collegium Pro Música (Stradivarius, 2004). A medio camino entre la línea alemana y la italiana, Stefano Bagliano –admirable a la flauta dulce– hace uso de una plantilla algo pequeña de sonoridad más bien seca y ofrece una obertura con un grave más bien moroso, por no decir alicaído, y un Allegro de gran vivacidad. A partir de ahí todo discurre con irreprochable estilo barroco H.I.P. e incuestionable sensatez, pero sin ese plus de sensualidad, elegancia, poesía y emoción que gracias a King y a Bernardini descubrimos que esta música podía tener. Francamente bien el continuo, aunque a estas alturas se podía esperar un clave más rico. (7)
8. Savall/Le Concert des Nations (Alia Vox, 2015). Hay algo –o mucho– de versallesco en la obertura que ofrece Savall. Luego se confirma la impresión inicial, que no es sino lo que todos esperábamos: Savall lleva esta música a su propio terreno, el del barroco francés, que por otra parte es en enorme medida el referente de esta música. Hay pompa y riqueza ornamental, mucho hedonismo, indolencia bien entendida –los oboes suenan galos a más no poder– y un buen equilibrio entre festejo y elegancia. El maestro dirige, además, con entrega y pasión, aunque su batuta nunca ha sido –aquí tampoco lo es– el colmo de la depuración sonora ni de la atención al matiz. El sueño de Tetis y los suspiros amorosos de Neptuno, por su parte, podían estar un poco más paladeados y desprender mayor poesía. Francamente buena la orquesta, sin ser de las mejores: las maderas se ven superadas en virtuosismo por los conjuntos de Dombrecht, King y Bernardini. (8)
9. Akademie für alte Musik Berlin (YouTube, 2015). Un placer volver a tierras y maneras germánicas, la sonoridad densa, prieta y un punto oscura le sienta muy bien a esta música. Los de la Akamus dejan a un lado hedonismos y coqueterías para potenciar los aspectos dramáticos, lo que tampoco es mala idea. Ahora bien, no solo no se mantienen dentro dentro de la sobriedad sino que le echan mucha imaginación al asunto, no solo a la hora de ornamentar sino también a la de ofrecer toda suerte de juegos agógicos y dinámicos. No siempre convencen del todo, pero su propuesta resulta refrescante. En el último número se sueltan la melena: los marineros que bailan el canario están borrachos. (9)
1 comentario:
De todas formas, me gusta esta música. Muy buena comparativa.
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