domingo, 26 de julio de 2020

Chamayou en Granada

El recital de ayer sábado 25 de julio de Bertrand Chamayou en el hermoso Patio de los mármoles del Hospital Real comenzó con La catedral sumergida. No me convenció. Y eso que el pianista francés hizo gala de unas virtudes extraordinarias: sonido leve en su punto justo y adecuadamente difuminado, es decir, ideal para este repertorio, matizadísima regulación de las dinámicas y absoluto virtuosismo digital. Pero resulta que por Granada andaban (¡menuda coincidencia!) los tres más grandes intérpretes de esta pieza que se conocen, unos tales Daniel Barenboim, Krystian Zimerman y Javier Perianes. Y uno hubiera deseado ver en el escenario, para esa página en concreto, a cualquiera de los tres. A Chamayou le faltaron tensión armónica, grandeza y carácter visionario. Los otros dos Preludios de Debussy estuvieron interpretados a pedir boca: al mismo tiempo sugerente y abstracta la Terrasse des Audiences du Clair de Lune, de increíble limpieza y perfecto control Feux d'artifice.


El resto del programa respondió exactamente a lo que le conocemos en disco, y por ende ya casi queda comentado en esta otra entrada. Miroirs de Ravel conoció una interpretación de altura, perfecta en el estilo y muy sensible, que alcanzó su punto de mayor interés en Una barca en el océano, sencillamente perfecta, y el más discutible en la Alborada del gracioso, rítmica y festiva a tope, pletórica de virtuosismo, pero pasando muy por encima de lo mucho que la pieza encierra de misterioso e inquietante.

El Liszt fue sencillamente soberbio, sensacional. El sonido del piano se fundió maravillosamente con el ruido de la fuente del patio para recrear los Juegos de agua en Villa d'Este. Mirando hacia donde hay que mirar, es decir, hacia el mundo impresionista: ¡qué visión de futuro tuvo el vejete Liszt! Venecia y Nápoles, una maravilla: hubo canto netamente italiano, sentido del balanceo, sensualidad, magia poética… También tensión, apasionamiento “romántico” y una perfecta planificación que le permitió terminar con una tarantela fulgurante y arrebatada sin merma de la claridad y alejada de cualquier efectismo.

La preciosa Wiegenlied S. 198 de Liszt fue la ensoñada propina en esta velada no redonda, pero sí hermosísima y llena de sugerencias. Acierto pleno haber contado con Chamayou para el festival.


PS. La fotografía la he tomado del Facebook oficial del Festival y tiene copyright de Fernando Daniel Fernández Álvarez. Espero no haber inflingido ninguna norma.

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