sábado, 25 de julio de 2020

Barenboim en Granada, 2020: encuentros en la cuarta fase

Si se compara la Sonata nº 31 op. 110 de Beethoven que Daniel Barenboim ofreció ayer viernes 24 de julio en Granada con las que ha grabado en disco y/o en vídeo –un servidor se ha tomado la molestia de prepararse a fondo este concierto escuchando esas y otras muchas versiones–, se apreciará con claridad la evolución del de Buenos Aires en su manera de enfrentarse a este fascinante y fundamental universo beethoveniano que es el corpus de sus sonatas pianísticas. En los años sesenta, cuando todavía estaba en la veintena, ofreció lecturas lentas, hondas y muy concentradas en las que ya hacía gala de una sonoridad cálida y oscura, riquísima en armónicos, de un fraseo eminentemente orgánico en el que cada frase solo tenía sentido con respecto a la siguiente, y de un singular equilibrio formal que apuntaba tanto al mundo del clasicismo como a una cierta intemporalidad; desde el punto de vista del virtuosismo la agilidad era plena, pero su dominio del sonido de cada nota aún tenía que desarrollarse. En los ochenta –integral para DG y filmación con Ponnelle: mejor grabada esta última– su Beethoven perdió en hondura y en carácter visionario lo que ganó en inmediatez, en garra dramática y en capacidad para atreverse con los extremos. Fue, abiertamente, un Beethoven “romántico” en el que se reivindicaban los aspectos más atormentados del compositor. En 2005 –filmación para EMI, volcada a CD por Decca– Barenboim quiso ofrecer una síntesis entre ambas aproximaciones, pero añadiendo una buena dosis de sensualidad, de chispa, de encanto… Todo aquello que su austera y reivindicativa personalidad como intérprete había querido dejar de lado estaba aquí, servido por un toque ahora mucho más rico, más hermoso y más seductor. Parecía que el maestro nos había legado su Beethoven más plural, más redondo y más indiscutible, el gran legado de toda una vida dedicada al sordo de Bonn: cuatro integrales de las sonatas, otras tantas de las Diabelli, el mismo número de los Conciertos para piano, tres de las Sinfonías, dos de los Tríos con piano –contando con la reciente filmación en la Pierre Boulez Saal–, más luego las Sonatas para violín –Zukerman–, las Sonatas para violonchelo –Du Pré–, Fidelio, la Solemnis


Bueno, pues tanto la sonata del Carlos V como las Diabelli que vinieron a continuación dejaron claro que Barenboim ha entrado en una “cuarta fase” en la interpretación beethoveniana, que no es sino la que se podía esperar. La de los grandes genios de la interpretación al final de su vida, la de los Furtwängler, Giulini, Celibidache o –por citar un ejemplo pianístico– el inolvidable Arrau, cuyo espíritu sobrevoló en más de una ocasión el patio trazado por Pedro Machuca: la fase de la desmaterialización, la espiritualidad y la reconciliación con el mundo y con uno mismo. Por eso mismo se pueden preferir otras maneras de acercarse a los dos primeros movimientos de la op. 110; maneras más extremas, más sanguíneas y dramáticas. Y por las mismas razones al llegar el tercer movimiento uno tiene la sensación de estar ante el mejor Beethoven posible. No se puede ir más allá a la hora de dar continuidad a las cuatro secciones que comprende esta genial música, de respirar el fraseo con tanta naturalidad, tanta cantabilidad y tan elevado sentido poético, de dar a cada nota el peso justo a medio camino entre la densidad que este repertorio exige y la espiritualidad que nuestro intérprete pretende alcanzar, de otorgar tanta significación a los silencios sin necesidad de caer en la gravedad de aquella –sin duda maravillosa, pero muy radical– interpretación de los años sesenta… Significativo fue que ya el maestro no necesite resaltar la indicación de “arioso dolente” en la sección intermedia: el dolor ya no es el centro ni el motor de su acercamiento al mundo beethoveniano. Los acordes in crescendo ya no le suenan tan terroríficos como antes –aunque sigue lejos de la timidez con que los abordaban esos muy sobrevalorados intérpretes llamados Backhaus y Kempff–, y la fuga que viene a continuación, delineada con verdadera magia sonora, ya no consiste en una acumulación de tensiones hacia el paroxismo: es más bien una lógica, perfectamente natural e inevitable consecuencia de todo lo anterior para llegar a una serena transfiguración.

Las Variaciones Diabelli estuvieron en la misma línea que las del pasado abril, que comenté aquí. Sigo considerando aquella como una de las más descomunales interpretaciones de cualquier obra para piano que yo haya escuchado. Las de ayer en la colina de la Alhambra estuvieron en la misma línea expresiva, que es la apuntada en los párrafos anteriores. Pero debo reconocer que no estuvieron tan bien tocadas –hubo más de un roce–, que el maestro no desgranó el tema de Diabelli ni la primera variación con la debida concentración y que después… Bueno, pueden ustedes leerlo en la crítica de Luis Gago. Pese a los errores y relativas insuficiencias de esta lectura, bastante menos lenta de lo esperable –creo que cronometré 54 minutos–, hubo tantas cosas tan absolutamente maravillosas que solo puedo calificar de genial su recreación. Las tres últimas variaciones, particularmente la nº 31, volvieron a alcanzar el podio de lo más grande jamás escuchado. Por no hablar de algunas increíbles transiciones (¡qué manera de otorgar continuidad a este mosaico!), de la ductilidad del toque pianístico, de la cantabilidad transparente y un punto mozartiana de algunas de las variaciones o, por el contrario, de la manera en la que Schubert e incluso Chopin se asomaron por allí… Fue una experiencia inolvidable.

Una cosilla más. Algunos periodistas y críticos, sevillanos fundamentalmente, han realizado durante años denodados esfuerzos por hacer creer que Barenboim ha estado viviendo a Andalucía para sacar dinero de nuestras arcas, y que lo hizo con la complicidad del PSOE que gobernaba la Junta. Pues bien, el concierto de ayer lo dio gratis a beneficio de la Cruz Roja y con el Partido Popular en el Palacio de San Telmo. Zasca en toda la cara para los que muy interesadamente han estado sembrando mentiras sobre un músico genial –hoy por hoy, el más genial de todos– que se siente aquí muy a gusto y al que los andaluces tenemos muchísimo que agradecer.

PS. La fotografía la he tomado del Facebook oficial del Festival y tiene copyright de Fernando Daniel Fernández Álvarez. Espero no haber inflingido ninguna norma.

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