Sus descomunales grabaciones de 1982 y 1991 ya las comenté en este blog. Después de diecinueve años, ¿ha habido diferencias significativas? Creo que tres. En primer lugar, un considerable enriquecimiento en matices (¡sí, todavía se puede ir más lejos!) que ya queda de manifiesto en la misma exposición –qué flexibilidad dinámica y agógica tan lúcida, tan natural y tan poco narcisista– del anodino tema de Diabelli. En segundo lugar, una dosis mayor de belleza sonora: si antes el maestro se desinteresaba por ella en buena medida para ir al meollo del asunto, ahora destapa el tarro de las esencias merced a esa pulsación de increíble variedad y sutileza que ha venido desarrollando poco a poco a lo largo de su ya dilatadísima carrera, pero sobre todo a lo largo de las dos últimas décadas. La sonoridad que extrae del piano, plenamente beethoveniana pero sin ese carácter en macizo e incluso un tanto monolítico que tenía en su juventud –y que en cierto modo compartía con el enorme Gilels–, puede alcanzar ahora una ligereza y una luminosidad muy especiales.
Lo tercero y más importante: el concepto ha seguido evolucionando en la misma dirección en que ya lo hacía en 1991. Ahora Barenboim dice adiós definitivamente al Beethoven sombrío, escarpado y sin concesiones que ofrecía en los ochenta para ofrecer una mirada menos angulosa, más serena, también más espiritual. Diríase asimismo que con más encanto y sensualidad, también con una buena dosis de ternura e incluso más desarrollada delectación melódica. Sin olvidar el pathos, la atmósfera ni la densidad expresiva de esta música, Barenboim nos ofrece ahora un Beethoven más plenamente humano, visto más “desde la vejez” –la del compositor y la de su recreador–, más desde la reconciliación con el mundo y con uno mismo. Más rico en significaciones, también más atento a las deudas con el pasado, y hasta más risueño. El maestro describe la página como “una pieza metafísica con humor”. Pues eso mismo.
Dos aspectos negativos. Primero: hay un ligero accidente en una nota de una de las últimas variaciones, cosa “gravísima” que a buen seguro hará marcar con tiza su pizarrita a cuantos beckmesser hay por ahí, esos que nunca se enteraron de la genialidad de Barenboim y buscan cualquier excusa para confirmar una opinión que no es sino fruto de su considerable sordera. Segundo: el vídeo estará solo a disposición del público durante tres días. ¡No se lo pierdan!
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