Pero vamos al Berlioz: creo que esta es la dirección que más me gusta de cuantas conozco. Contra todo pronóstico, porque conociendo cómo hacía las cosas el de Buenos Aires por aquella época, podría pensarse que su recreación iba a acentuar los aspectos dramáticos de esta irregular y desequilibrada página, que no son los más importantes, para descuidar lo mucho que tiene de misticismo, de sensualidad y de magia poética. Pues no, nada de eso: Barenboim no solo frasea con una concentración milagrosa, sino que destila una acongojante mezcla de voluptuosidad terrena, reflexión humanística y elevación espiritual como quizá ningún otro director lo haya logrado. Y lo hace, además, modelando a la Orquesta de Paris con una morbidez y una plasticidad netamente francesas que, a decir verdad, en aquellos tiempos de su titularidad no terminada de dominar.
El inconveniente, como no podía ser menos en esta obra, es la toma sonora: admirable desde el punto de vista tímbrico, se encuentra poco lograda en lo que al equilibrio de planos se refiere, y anda muy holgada en gama dinámica. ¡Lástima! Así las cosas, y dado que ni Colin Davis ni Leonard Bernstein tampoco tuvieron mucha suerte con la ingeniería, quizá la grabación más recomendable en cuanto a equilibrio entre calidad interpretativa y toma sonora sea la que grabó André Previn con la Sinfónica de Londres en 1980. Pero si pueden escuchen esta de Barenboim, porque merece mucho la pena.
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