domingo, 26 de abril de 2020

Quinta de Mahler por Horenstein: una referencia

Ayer escuché este registro para incorporarlo a la discografía comparada que estoy terminando. Pero quedé tan conmocionado que quiero dejar ya unos apuntes. Corría el año 1961. La Quinta de Mahler no era todavía una pieza del gran repertorio y apenas se había asomado al mundo discográfico. El señor Jascha Horenstein le coge la orquesta a Karajan, se va al Festival de Edimburgo y levanta una interpretación que no solo es que fuera excelente para la época. Es que, recuperada hace poco por los chicos del sello Pristine Classical, puede situarse como una de las más grandes de las que tenemos testimonio fonográfico, y desde luego como un modelo del Mahler que se debería volver a hacer. Porque muy poco después llegó Bernstein y abrió una nueva línea que él se creyó a pies juntillas y materializó como nadie (¡increíble, sobrenatural su grabación digital con la Filarmónica de Viena!), pero que dio pie a que otros directores convirtieran esta música en un monumento a la vulgaridad, la dulzonería, o montaran el numerito de cara a la galería. Y cuando llegó Muerte en Venecia, no digamos la que se lio.


¿Y cómo es este Mahler? Ya lo están ustedes imaginando: negro, intenso y expresionista a más no poder, nada rápido en los tempi, muy flexible cuando ello es necesario para conseguir determinados fines expresivos, pero siempre sujeto por riendas firmes y, eso por descontado, por completo ajeno a preciosismos, amaneramientos, blanduras o éxtasis místicos. Los dos primeros movimientos renuncian a lo quejumbroso para poner directamente el dedo en la llaga. El gran Scherzo central no anda escaso de chispa ni de sentido del humor, pero posee una gran visceralidad, rusticidad sonora bien entendida y cierto carácter rugiente; a la postre, lo demoníaco termina imponiéndose. El Adagietto no es contemplativo bajo la batuta de Horenstein, sino doliente y encendido. Y el Finale está llevado por un tremendo impulso vital en el que resulta difícil distinguir qué es júbilo y qué risa desesperada. La coda está llevada con lentitud y evidencia la renuncia a todo efectismo, pero no por ello el público deja de lanzarse a aplaudir con enorme entusiasmo.

La toma de sonido es muy precaria, a pesar de la concienzuda restauración realizada por Pristine. A esta se le puede discutir el relieve artificial que se le ha concedido a las frecuencias graves, si bien es verdad que sin ellas no se puede entender el sonido propio de la Berliner Philharmoniker. Dejemos a un lado estas consideraciones: audición imprescindible para quienes aman la obra. Junto con Barbirolli y Bernstein, versión de referencia.

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