Ya en Mi madre la oca se hacen evidentes las virtudes de este Ravel: perfecta arquitectura, asombrosa depuración sonora, claridad absoluta, elegancia sin el menor asomo de amaneramiento, alejamiento de lo decadente y logro de esa particular elegancia indolente típicamente francesa. Ahora bien, asimismo quedan en evidencia las habituales limitaciones de Boulez en este repertorio. Hay escasa animación y muy poco sentido teatral. Los timbres se encuentran difuminados en su punto justo, pero ofrecen escasa variedad y son parcos en sensualidad. Y la poesía no termina de levantar el vuelo.
Mejor Una barca en el océano. Pese a la –relativa, solo relativa– frialdad del director, el trabajo de disección de texturas, análisis de planos sonoros y de matización de dinámicas es tan portentoso, y el virtuosismo de la orquesta berlinesa tan extraordinario, que el resultado termina siendo fascinante. Aunque no podamos olvidar interpretaciones menos estáticas y con un carácter dramático mucho más acentuado –increíble Muti–, posiblemente con ningún otro director se hayan escuchado tantas cosas.
Muy floja la Alborada del gracioso. Se agradece el alejamiento del tópico folclorista en una lectura magníficamente expuesta, impresionante en el análisis de texturas, pero en exceso distanciada, sin misterio alguno en la sección central y demasiado parca en sensualidad. Faltan idioma y mayor creatividad. En cuando a la Rapsodia española, copio lo que en su momento escribí en una discografía comparada:
"Al frente de una orquesta sensacional, superior sin duda a la Orquesta de Cleveland de los sesenta, Boulez no repite su grabación anterior sino que, aun siempre desde su proverbiales objetividad y distanciamiento, aporta parámetros nuevos. En este caso, unos tempi considerablemente más lentos (sobre todo en la Habanera: 3’27 frente a los 2’42’’ de entonces) que permiten una claridad analítica todavía mayor, hasta el punto de revelarse detalles que apenas podemos percibir en otras interpretaciones, pero también hacen que el resultado sea algo parsimonioso y se pierdan vitalidad e inmediatez. A la postre, aquí sí se puede hablar de la frialdad del músico francés."
Y llegamos al Bolero. Boulez repite y mejora su acercamiento previo con la Filarmónica de Nueva York uniendo su insuperable talento para planificar –como mera construcción, esta lectura es perfecta– con el virtuosismo formidable de los músicos berlineses, que no serán los más idiomáticos posibles, pero se entregan al cien por cien. Como además el acercamiento del músico francés posee más frescura, más animación y mucha más emoción (¡sí, emoción en Boulez!) que en el resto del disco, los resultados son excepcionales. Más aún: una interpretación de referencia.
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