miércoles, 1 de abril de 2020

Las Sinfonías de Schumann por Kubelik en Múnich

Un repasito a las sinfonías de Robert Schumann registradas por Rafael Kubelik al frente de su Sinfónica de la Radio Bávara –desconozco el ciclo anterior con la Filarmónica de Berlín– para CBS, hoy Sony Classical, entre 1978 y 1979. Esta integral sigue manteniendo un prestigio enorme, aunque algunos críticos que afirman que no es para tanto. A mí me gusta mucho.


Encuentro una virtud que, para esos críticos menos entusiastas, es precisamente su punto flaco: este Schumann suena a Schumann, pero no a Brahms ni a un precursor de Bruckner. Quienes busquen interpretaciones que mezclen nobleza y densidad, que suenen con músculo, que atiendan al carácter orgánico de la arquitectura y que exploren los aspectos más "góticos" de la música, deben mirar antes a directores como Furtwängler, Klemperer, Celibidache o Barenboim. Quienes, por el contrario, pongan en primer lugar esa peculiar agilidad (¡que no ligereza!) schumaniana y esa dualidad espiritual que se traduce en nervio bien entendido, en un fraseo ágil y en un espíritu anhelante en el que delicadeza y frenesí se yuxtaponen con más sentido de los contrastes que de la coherencia, encontrará aquí sus interpretaciones ideales. A mí me gustan las dos opciones, y por ende no puedo renunciar ni a Kubelik ni a los otros intérpretes citados.

Me parece espléndida la lectura de la Sinfonía nº 1. El maestro checo ofrece un primer movimiento verdaderamente primaveral, de una frescura y de un impulso juvenil irresistibles, sin que por ello se pierdan la fluidez y la naturalidad en el trazo que caracterizan su inmenso arte directorial. Aunque también es cierto que los resultados se ven afectados por cierto exceso de nerviosismo, incluso por cierta premura que impide explorar todas las posibilidades expresivas de esta música. Cosa que no ocurre en un maravilloso Larghetto en el que, sin necesidad de bajar la guardia ni de optar por densidades, Kubelik alcanza una concentración, una magia sonora y vuelo poético encomiables. Muy bien, dentro de una visión efervescente ante todo, el Scherzo. Y llega la sorpresa en un Finale en el que podría esperarse otro despliegue de electricidad y, por el contrario, nuestro artista decide paladear la música con sosiego y desmenuzar con atención el tejido orquestal sin que se pierda agilidad ni se caiga en las sonoridades protobrahmsianas cuidadosamente evitadas desde el podio.

Notable la Sinfonía nº 2. Ya una introducción modelada con plasticidad admirable vuelve a dejar bien claro el Schumann que a Kubelik le gusta. Digamos que un Schumann “clásico” en el mejor de los sentidos, apolíneo mas no insustancial, sonado con una ligereza que no debe confundirse con la ingravidez e interpretado con un equilibrio que debe evitar tanto subrayar el pathos que suybace en los pentagramas como quedarse en un mero juego de bellezas sonoras. El Allegro ma non troppo discurre haciendo gala de fluidez y naturalidad, lo mismo que un Scherzo no particularmente esquizofrénico al que podría pedírsele un carácter algo menos lineal y más flexible. El Adagio está dicho con una cantabilidad milagrosa evitando cargar las tintas en densidades; por eso mismo para algunos paladares, incluido el mío, resultará algo insuficiente en unos clímax en los que el maestro decida renunciar a la desazón intensa que imprimen otros directores. El movimiento conclusivo sabe ser al mismo tiempo alado y entusiasta sin necesidad de perder el equilibrio.

En la Renana, Kubelik vuelve a ofrecernos un Schumann fresco, espontáneo, juvenil y vibrante, luminoso en el mejor de los sentidos, pero también lleno de elegancia, fraseado con apreciable flexibilidad (¡qué dominio de la agógica!) sin merma de la naturalidad y la lógica en el fraseo, de una sinceridad, una belleza y una fuerza comunicativa irresistibles. En cualquier caso, no hubiera estado nada mal frasear con más sosiego el trío del Scherzo –para Kubelik, efervescente ante todo– y dotar de un sabor más claramente amargo al Adagio espressivo. Al maestro no le gusta cargar las tintas.

Aun lejos del carácter visionario de un Furt o de la magia de un Celibidache, el maestro checo acierta plenamente al conseguir en la Sinfonía nº 4 ese equilibrio tan difícil entre ligereza y densidad, entre frescura juvenil y carácter reflexivo. Y lo hace trazando la arquitectura con una naturalidad admirable, con pulso firme pero abierto a numerosas inflexiones, trabajando con mucha plasticidad la masa orquestal, cantando las melodías con frescura y aportando los imprescindibles tintes épicos.

De propina se nos ofrece la obertura Manfred: interpretación ágil, rápida (12’05’’), muy fluida y llena de impulso vital, de gran lógica, naturalidad y flexibilidad en su arquitectura, aunque también dotada de cierto nerviosismo, lo que no impide al maestro ofrecer cantabilidad y belleza melódica en la sección final.

Recomiendo vivamente la adquisición de esta cajita editada por Sony Classical, en la que se incluye asimismo un estupendo ramillete de sinfonías de Mozart y un admirable Bruckner del que ya he hablado por aquí.

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