“Te vas a hartar de escuchar música en tu casa”, me dijo un amigo cuando se declaró la cuarentena. Pues no. Salvando la mañana del sábado, que dediqué a hacer la compra y a poner un poco de orden en el piso, el resto del tiempo lo he dedicado casi por completo a cosas del instituto. Hay que trabajar, aunque sea telemáticamente. Porque la vida –en principio– continúa, y a mí me siguen –también en principio– pagando el sueldo. Así que me he dedicado a volver a instalar mi equipo de filmación abandonado desde hacía tiempo, a grabar vídeos introductorios sobre esta enseñanza virtual para cada uno de mis grupos, a crear chats y foros en la plataforma Moodle, a enviar correos a los padres anunciando el plan de trabajo, a ir haciendo acopio de materiales… Incluso he probado a grabar una clase completa, aunque en esto de momento no ha habido fortuna: son treinta y siete minutos y parece que YouTube pone ciertas condiciones para subir los vídeos que duran más de diez. Seguiré investigando.
Escuchar música, lo que se dice escucharla sin hacer otra cosa, lo he hecho relativamente poco: un par de versiones de la Octava de Beethoven, el disco Haendel de Bryn Terfel, un DVD –maravilloso– del Cuarteto Hagen con Sabine Meyer y el disco de oberturas de Beethoven que grabó Sir Colin Davis frente a la Sinfónica de la Radio Bávara en octubre de 1985 –de la que se había convertido en titular dos años atrás– para CBS. Este lo he escuchado esta misma tarde. Me apetece escribir algo sobre él, porque no es exactamente como me esperaba.
Yo imaginaba un Beethoven ante todo noble y elegante, clásico en el mejor de los sentidos, amplio en el fraseo y de elevada cantabilidad, pero también un punto flemático, no del todo comprometido en la expresión, y quizá más atento al pasado musical que al futuro. Y me he encontrado con interpretaciones que sí, que poseen todas las características citadas en primer lugar, pero que también resulta considerablemente “gótico”. Ya saben: tempi tendentes a la lentitud, silencios que pesan como losas, sonoridades oscuras y un punto masivas –que no pesadas–, gran atención a la atmósfera, sentido plenamente orgánico del fraseo… Aun sin la fuerza visionaria de un Furtwängler, el distanciamiento y la rocosidad de un Klemperer o el temperamento de un Barenboim, el director británico se mueve en unos parámetros no muy distintos al de los citados maestros. Mirando hacia delante, pues, y no hacia atrás.
La obertura de Las ruinas de Atenas recibe una interpretación más que notable que no solo explora las posibilidades “góticas” de la obra, sino que también sabe aportar su punto de picardía. La de Coriolano, muy oscura, suena por momentos “protobruckneriana”. En la Leonora I debemos aplaudir la flexibilidad del fraseo, aunque por otro lado se echa de menos una dosis mayor de incandescencia y nervio interno. Justo como ocurre en la Leonora III, en la que no obstante emociona el tratamiento de la parte que evoca el aria de Florestán y la plasticidad con que están tratadas las masas sonoras. Las criaturas de Prometeo permite a Sir Colin desplegar una enorme nobleza en la introducción, así como una encomiable depuración sonora en la sección rápida. Egmont arranca de manera algo apagada; en general necesita mayor electricidad, pero las virtudes de la batuta del maestro se hacen bien presentes. Cerrando el disco, Fidelio encuentra una modélica exposición y adecuada temperatura expresiva.
¿Las mejores versiones posibles? En absoluto. Pero yo he disfrutado muchísimo. La toma sonora es modélica, así que no puedo más que recomendar la audición.
Un cajón de sastre para cosas sobre música "clásica". Discos, conciertos, audiciones comparadas, filias y fobias, maledicencias varias... Todo ello con centro en Jerez de la Frontera, aunque viajando todo lo posible. En definitiva, un blog sin ningún interés.
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