sábado, 11 de enero de 2020

Jaroussky frente a Schubert

Me invitó ayer un amigo a asistir al recital de Philip Jaroussky en el Espacio Turina de Sevilla. Programa íntegramente dedicado a Franz Schubert y muy bien diseñado, combinando lieder muy famosos con otros bastante menos conocidos y desgranando los más luminosos en la primera parte para reservar los más dolientes para la segunda. ¿Me lo pasé bien? Sin duda. Pero no soy capaz de decirles a ustedes si me convenció: albergo muchas dudas sobre lo escuchado.


No sé si la voz de contratenor resulta adecuada para Schubert, porque las cualidades expresivas que son intrínsecas a su timbre aflautado no parecen casar bien con este universo con frecuencia doliente y lleno de claroscuros. Tampoco sé si el fraseo curvilíneo del cantante francés, empeñado en acariciar nuestros oídos con filados y pianísimos de gran sensualidad, resulta pertinente en estas canciones. Ni si sus insuficiencias en el registro grave supusieron un límite a la hora de otorgar la expresión adecuada a determinados instantes. Ni si su dicción mórbida y ajena a las aristas del idioma de Goethe resta fuerza al genial diálogo entre texto y música establecido por el compositor. Ni si la monotonía que aprecié en su recital en el Maestranza en 2015 y en este otro de ayer podría ser una impresión demasiado subjetiva. No estoy nada seguro de todo esto.



De lo que sí estoy seguro es de que Jaroussky posee una voz preciosa, de que su técnica –a despecho de algunos sonidos velados en las primeras canciones– es espléndida, de que despliega belleza canora a raudales y de que es capaz de ofrecer detalles de una sensibilidad exquisita. Y más seguro estoy aún de que el acompañamiento al piano de Jérôme Ducros fue magnífico por técnica y por expresión. Apolínea esta última, desde luego, en perfecta sintonía con el cantante, pero de evelada musicalidad y gran riqueza de matices. Su categoría a la hora de interpretar a Schubert la dejó bien clara en sus dos piezas en solitario, la segunda de las Klavierstücke D 946 y el Impromtu nº 3 D 899. Solo por escuchar estas dos páginas sublimes así interpretadas merecía la pena el viaje.

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