No creo que el problema estuviera en la labor de Andoni Mercero. Como violinista hizo gala de un sonido bello, de una articulación nítida y de una apreciable capacidad para cantar las melodías. Como director me pareció sensato, musical y buen comunicador, irreprochable conocedor de las particularidades del estilo y artista mucho más atento a servir a los pentagramas que a utilizarlos para montar un numero exhibicionista. Verdad es que en el primer movimiento del Concierto para cuatro violines RV 580 de Vivaldi el fraseo resultó un poco más saltarín de la cuenta, también que se apreciaron algunos desequilibrios en los que prefiero no entrar, pero funcionó francamente bien la Sonata a 5 HWV de Haendel, mientras que todas las arias estuvieron dirigidas con acierto expresivo. Bajo su dirección la OBS sonó como en sus mejores noches, siendo de destacar una vez más el formidable clave de Alejandro Casal.
Tampoco creo que se le puedan hacer muchos reproches a Hallenberg. Hay que aplaudirla por su valentía a la hora de cantar enferma y admirar la carnosidad de su voz bien timbrada y homogénea –bien holgada por abajo–, la naturalidad con que desgrana las agilidades, la sabiduría con la que administra las vibraciones y la sutileza con que ornamenta las melodías. Otra cosa es que echemos de menos la personalidad, la imaginación o la fuerza expresiva de otras cantantes. En tal aria o en tal otra –el día anterior estuve realizando un repaso con la ayuda de la plataforma Tidal– podemos tener nuestras preferencias. Y lo cierto es que si realizamos comparaciones detectamos que por momentos la mezzo sueca puede parecer un tanto contenida, quizá en parte porque su incuestionable buen gusto le invitara a alejarse de todo exceso, y en parte porque su estado vocal le hiciera guardar una sabia prudencia y no poner toda la carne en el asador. En cualquier caso, su triunfo entre el público estuvo más que merecido. Profesionalidad enorme, insisto.
A mí me parece que las diferencias fundamentales entre el recital del año pasado y este vinieron por otro lado. En primer lugar, en que un "duelo" entre dos divas resultaba mucho más excitante de cara al espectador, y quizá más estimulante para las propias artistas; un recital de arias más algunas piezas instrumentales para que descanse la voz suena un tanto a déjà vu. En segundo lugar, creo que las páginas escogidas en esta ocasión no tuvieron la calidad de entonces, cuando tuvimos la ocasión de escuchar en exclusiva a Vivaldi y a Haendel. A mí las páginas de Torri y Orlandini me parecieron poco interesantes, meros vehículo de lucimiento sin mucha sustancia musical, y entre las de Vivaldi me resultó mucho más interesante "Sposa son disprezzata" que "Alma opressa". Qué quieren que les diga, cuando llegó Haendel la cosa cambió de manera sustancial y en las arias del alemán el arte de Hallenberg encontró el vehículo adecuado para demostrar cómo se puede poner la técnica al servicio de la expresión; especialmente memorables sus recreaciones de "Vieni o figlio" y de "Lascia ch'io pianga", esta última ofrecida como propina.
¿Quiero decir con lo expuesto en las últimas lineas que las páginas de los compositores menores no merecían ser interpretadas? En absoluto: me parece por completo pertinente escuchar tanto a los grandes como a los que no son tan grandes. Simplemente expongo las razones por las que me parece que al terminar el notable concierto del sábado no saliésemos con el entusiasmo con que lo hicimos tras el del pasado año.
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