miércoles, 18 de septiembre de 2019

Dos parejas para Saint-Säens: Du Pré/Barenboim y Rostropovich/Giulini

Vamos a repasar dos versiones del precioso Concierto para violonchelo nº 1 de Camille Saint-Säens: la de Du Pré con Barenboim y la New Philharmonia registrada para EMI en 1968, y la de Rostropovich con Giulini y la Filarmónica de Londres grabada para el mismo sello en 1977, originalmente cuadrafónica –he tenido la suerte de escucharla en ese formato– y unos meses anterior en el tiempo a la filmada por estos artistas para la televisión. Las dos son maravillosas.

 
En la primera de ellas Barenboim ofrece una dirección ardiente y poderosa, pero en todo momento controlada, maravillosamente desmenuzada, sonada con gran atención a los timbres incisivos de las maderas y a la cuerda grave, por ende, robusta y no muy francesa. En cualquier caso, vibrante y sincera a más no poder- En el segundo movimiento, al estar desgranado sin prisas, evita cualquier carácter pimpante sin perder su elegancia y delicadeza. Claro que lo verdaderamente descomunal es una Du Pré de bellísimo sonido, muy variada en lo expresivo y muy sincera, intensa y comunicativa. Lo más interesante de ella es que no se queda en la vertiente lírica de la obra: de hecho, antes resulta doliente y desgarrada –sin perder las formas– que reflexiva o humanística. Poco hay que decir sobre su increíble virtuosismo: el tercer movimiento es de oírlo para creerlo. Muy buena la reciente remasterización en alta definición.



En cuanto a Slava, ya se sabe: el suyo es un violonchelo cálido, cantable, humanista a más no poder, también tierno y acariciador. Ofrece un gran poso reflexivo que no está reñido con el ardor, aunque aquí la pasión está siempre muy controlada y regida por la elegancia, todo ello a través de un diálogo fluido y equilibrado, más que enfrentado, con la masa orquestal. Giulini dirige siguiendo esos mismos parámetros, que son los suyos propios, aunque sabe también ser poderoso, dramático y por momentos escarpado dentro de un enorme control de los medios. En este sentido, el trabajo con la orquesta es espléndido, transparente y detallista dentro de una muy calculada arquitectura global.

¿Y si comparamos? Rostropovich es más cálido pero carece de la intensidad, la variedad expresiva y el hondo dolor de Du Pré; el sonido del de Baku es más profundo, más sensual, y por ende más francés, careciendo a su vez del desgarrador registro agudo de su colega, a la postre aún más intensa, más sincera y más profunda. Barenboim dirige con mucho más ardor, es más tempestuoso, y desde luego no menos claro que Giulini, mientras que la visión del italiano es más ortodoxa con el estilo, menos robusta, más luminosa; menos dionisíaca si se quiere, aunque no carezca precisamente de garra dramática.

En definitiva, una interpretación es más arriesgada y radical, por ello más discutible, la otra se mueve dentro de la más admirable ortodoxia, pero las dos son imprescindibles.

1 comentario:

Julio César Celedón dijo...

Concuerdo con usted. Me sería difícil escoger una sola.

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