En principio, el planteamiento de este Beethoven es muy similar al de Harnoncourt: orquesta reducida de instrumentos modernos, pero con trompas y trompetas naturales, un equilibrio de planos que favorece a vientos y percusión frente a la cuerda, y una articulación “históricamente informada” de gran incisividad en la que interesa mucho antes el vigor rítmico que el legato o la delectación melódica. Vale. Con semejantes maneras, incluso optando por una plantilla toda ella historicista, se puede hacer bien la Heroica: Frans Brüggen lo consiguió en sus dos grabaciones. Incluso Herreweghe, otras veces deplorable en este repertorio, salió relativamente airoso en su diálogo con la partitura. Emelyanychev no. Se limita a correr todo lo posible inyectando fuerza, vigor y mucha electricidad (¡muchísima!), pero sin detenerse en otras consideraciones. No es solo que las melodías no estén cantadas con holgura ni delectación; que no haya rastro de humanismo ni de hondura reflexiva; que no se aprecie ese particular lirismo agridulce que esta música necesita. Estas ausencias son en buena medida voluntarias y, aun pareciéndome censurables, no son lo peor de esta interpretación.
Lo grave, lo que revela el auténtico valor de Emelyanychev como director de este repertorio, es que el imponente mural beethoveniano está pintado con brocha gorda. ¿Planificación? ¡Anda ya! La exposición es de una vulgaridad aplastante. El tratamiento orquestal es opaco, incluso confuso en los fortísimos. El tratamiento agógico y dinámico, de una tosquedad que echa para atrás. Las tensiones no avanzan con sentido orgánico: cuando hay que alcanzar un clímax, se limita indicar sus músicos que toquen lo más fuerte posible. Las transiciones están descuidadas. Los silencios (¡estamos hablando de la Heroica!) no tienen peso. Los matices son escasos, aunque para aparentar expresividad el director coloca aquí y allá acentos “cortesía H.I.P.” que pueden ser muy convenientes en el mundo barroco, pero que aquí resultan forzados. Los timbales sobreactúan a discreción, mientras que las trompas rajan que da gusto. Sí, rajan con frecuencia: esta Heroica está mal tocada, algo hoy día inadmisible en un disco grabado en estudio, por mucha trompa natural que se utilice.
En fin, los dos primeros movimientos de la obra me parecen recreados de manera deplorable. Reconozco, sin embargo, haber disfrutado relativamente del tercero: la frescura y el descaro con que el maestro lo aborda llegan a enganchar, pese a los “problemillas” de las trompas. Y el cuarto no sería del todo malo si no fuera porque Emelyanychev se reserva lo más horripilante para él: cuando el tema es cantado por los primeros atriles de la cuerda (a partir de 0:46), estos se ponen en plan “historicismo pleno” y emiten un sonido idéntico al de una camada de gatos exigiendo su desayuno. Puro maullido.
¿Qué puedo decir del Brahms? Emelyanychev desea renunciar a la tradición y moverse por esa “tercera vía” que no se sabe muy bien lo que es. Él tampoco parece tenerlo del todo claro, aunque resulta evidente que su principal deseo es evitar toda densidad tanto sonora como expresiva. Con todo, a ratos se muestra moderadamente ortodoxo. En otros momentos pone en primer plano líneas secundarias para llamar la atención, e inyecta teatralidad e incisividad para subrayar contrastes, pero sin alcanzar nunca esa particular concentración que necesita la poesía brahmsiana. En la sublime variación nº 4 intenta mostrarse sensato, para en la siguiente quedarse a medio camino entre la efervescencia y el exceso de nervio. En cualquier caso, los problemas principales son los mismos que en Beethoven: la tosquedad generalizada, la escasa sutileza de los matices y, por descontado, el discreto nivel de una orquesta cuyas trompas siguen cantando que da gusto y cuya cuerda, más aquí que en la Heroica, evidencia grandes limitaciones. Vale ya de tripa y de articulación filológica: escúchese cómo ha tocado esta misma música la Filarmónica de Viena y cómo lo hacen estos señores de la Nizhny Novgorod Soloists Chamber Orchestra. ¿Van a seguir tomándonos el pelo?
Una cosa más. Si usted, admirador de Emelyanychev, piensa que el autor de estas líneas es un imbécil y un ignorante, probablemente tenga razón. Pero en ese caso es vuesa merced el que ha cometido el primer error: ¡leer el blog equivocado! Pruebe mejor aquí, por ejemplo.
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