No es el caso de su lectura de la celebérrima Rapsodia húngara nº 2 de Lizt que abre el programa: interpretación con garra, colorista y entusiasta a más no poder, llena de frescura y de chispa, pero también en exceso teatrera –el arranque–, no del todo perfumada, nada profunda y no poco efectista. A la postre, superficial y de cara a la galería, por no decir chabacana.
Lo que sí me gusta ,incluso me entusiasma, es la Rapsodia rumana nº 1 de Enesco, que en sus manos recibe una formidable interpretación: vehemente a más no poder, llena de chispa, frescura y desparpajo, e indisimuladamente espectacular. Dicho esto, podría alcanzar mayor lirismo en la primera parte y graduar más las dinámicas en la segunda, como he podido comprobar innediatamente después poniendo el registro de Daniel Barenboim y la Filarmónica de Berlín registrado –con deficiente toma sonora– por el sello Teldec en el concierto del Waldbühne de 1990, en el que por cierto también se incluye una genial, asombrosa recreación de la rapsodia lisztiana antes citada que tan desacertadamente hace Don Leopoldo.
La cara B del vinilo estaba dedicada a Smetana. El Moldava conoce una recreación sensata y cuidadosa, fraseada con amplitud, atenta a la claridad –notable tratamiento de texturas en la sección nocturna–, dicha incluso con cierto vuelo lírico, pero a la postre falta de chispa y de nervio interno, no del todo variada en la expresión; incluso resulta un tanto plana, por no decir sosa. Funciona de manera bastante más satisfactoria la obertura de La novia vendida: bien diseccionada –ejemplar tratamiento de la cuerda, que vuela con adecuado lirismo en la sección central– y con certero sabor rústico, ya que no con la mayor electricidad posible.
De un registro algo posterior con la Symphony of the air proceden dos páginas de Richard Wagner que completan el SACD que he escuchado. Primero incluye el preludio del acto III de Tristán e Isolda, en interpretación amplia pero un tanto hinchada e insincera, quejumbrosa más que doliente, quizá también un punto gangosa. Para terminar, Obertura y Venusberg de Tannhäuser. Ni que decir tiene que la sección mística se la pasa el maestro por el forro, porque lo que le interesa es la orgía –nunca mejor dicho– de melodías y colores del Monte de Venus, en la que se siente verdaderamente a gusto; muy especialmente paladeando con embriagadora sensualidad –aunque también con el pulso algo alicaído y sin toda la magia sonora posible– la sección final de la página, incluyendo el coro femenino y la subyugante música que envuelve las primeras intervenciones de Venus y el trovador.
Una significativa pincelada sobre el primero de los discos: a priori la toma sonora parece sensacional por su cuerpo y relieve, por si limpieza y por sus poderosas frecuencias graves, pero al estar realizada a un volumen demasiado elevado, la gama dinámica se queda corta.
1 comentario:
A mi Stokowski me gusta mucho porque en ocasiones sorprende con un enfoque distinto, y tiene hallazgos sobresalientes. Podía ser muy ortodoxo en el repertorio clásico y romántico, pero en el ruso y francés era realmente maravilloso. En efecto, el color orquestal y a veces la energía y la espectacularidad eran sus puntos fuertes. Es verdad que tenía ramalazos horteras, no voy a negarlo, y que tiene muchas grabaciones con altibajos o, ya al final de su carrera (murió con 95 años, y trabajando), desvaídas. Eso sí, hay que considerar a qué generación pertenece... ¡debutó en Londres en 1912!
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