lunes, 3 de diciembre de 2018

Krenek y Ullmann en el Maestranza: tiempos sombríos

En junio de 2016 pude ver en el Teatro Real de Madrid este espectáculo en torno al Emperador de la Atlántida de Viktor Ullmann, en arreglo y orquestación de Pedro Halffter y bajo la propuesta escénica de Gustavo Tambascio, con la diferencia de que en la primera parte se ofrecía entonces El canto del amor y muerte del corneta Christoph Rilke, del mismo autor, y esta vez se ha optado por la breve ópera de Ernst Krenek El dictador. No tengo tiempo de repetir lo que entonces escribí: vamos a por lo que me ha parecido ahora.

En primer lugar, siento con mayor claridad que la versión que más me gusta no es la del propio Ullmann, sino la de Halffter. Vuelta a escuchar la grabación de Lothar Zagrosek (Decca), me parece que el original no es tan incisivo ni cabaretero como algunos pensábamos. Que esta música está pidiendo a gritos “otra cosa”: una profundización en el vuelo lírico, en los contrastes sonoros y en el pathos trágico implícito en los pentagramas. Justo lo que hace con sus arreglos el maestro madrileño, potenciando así los aspectos más interesantes de esta música desigual que solo alcanza verdadera inspiración en los dos números finales, que han logrado dejarnos con el corazón en un puño.

En segundo lugar, quizá deba replantearme mi negativa opinión sobre el desaparecido Gustavo Tambascio, al que desdichadamente asocio a dos óperas que considero musicalmente horrorosas: el Quijote de Manuel García y el Segismundo de Tomás Marco. Este trabajo con Ullmann comparte con aquellas producciones su esteticismo y su tendencia a la cursilería, pero no hay que negarle inteligencia a la hora de evitar tópicos, capacidad para sugerir y habilidad para darle ritmo a la acción. En lo puramente visual el trabajo es de un extraordinario atractivo, aunque aquí el mérito le corresponde a la escenografía de Ricardo Sánchez Cuerda, la luminotecnia de Felipe Ramos y los figurines de Jesús Ruiz.

La partitura de El dictador me parece mediocre. Incluirla en el programa sirve ante todo para satisfacer la curiosidad de quienes estamos interesados por las “músicas degeneradas”. Si a lo largo de esa media hora lo pasé bien fue por la divertida puesta en escena de Rafael Rodríguez Villalobos, un chico al que conozco desde tiempo inmemorial pero con el que no tengo ningún contacto desde hace bastantes años, dicho sea de paso, y del que me había formado una mala opinión como director de escena a tenor de lo que parece ser la naturaleza de sus producciones: regista como provocador y centro de la función, por descontado. Dicho esto, me parece muy bien –mejor dicho, muy mal, por lo tarde que le ha llegado el ofrecimiento– que el Maestranza haya contado con él, y me ha gustado mucho lo que ha hecho con el título. Ciertamente convertir a María en la Unión Europea y al dictador inspirado en Mussolini en el no menos gorrinoide Donald Trump puede resultar demasiado obvio, pero no ha dejado de resultar oportuno: ayer 395.000 andaluces votaron a la ultraderecha de VOX. Por lo demás, el conjunto está realizado con inteligencia, dinamismo y buen sentido del humor, sin cargar las tintas en lo grosero y haciendo gala de una enorme capacidad para la dirección de actores. Veremos si Rafa no se pasa de la raya en ese Orfeo de Gluck para el que le han dado carta blanca en el Villamarta.

Por pura casualidad tanto el Orfeo como la Eurídice de esa próxima producción estaban en el elenco de este programa doble: José Luis Sola encarnó de manera muy satisfactoria a Arlequín mientras que Nicola Beller Carbone cumplió sobradamente como María en la página de Krenek y como Tambor Mayor en la de Ulllmann. También convenció en su doble papel Natalia Labourdette. Martin Gantner se mostró irregular prestando voz a los dos tiranos, aunque sin los serios problemas de quien se ocupara del emperador en Madrid: en el Maestranza hemos salido ganando. Formidables Sava Vemic encarnando a la Muerte y el onubense David Lagares como el Altoparlante. Muy bien el ya veterano pero siempre estimable Vicente Ombuena interpretando a los soldados de ambos títulos: ¿falla alguna vez el tenor valenciano? Buen trabajo el de la orquesta bajo la dirección de Halffter, aunque como siempre su batuta acertó antes a la hora de desarrollar atmósferas que a la de construir tensiones.

El respetable reaccionó –función del domingo 2 de diciembre– de manera extremadamente fría tras la página de Krenek y con moderado entusiasmo tras la de Ullmann. Un señor mayor, supongo que indignado, se levantó cuando María se quedaba en bragas y sujetador. Otro lo hizo mientras los figurantes se iban desnudando para entrar en la cámara de gas en la última escena. Muy probablemente este es el público que verá con agrado la anunciada marcha de Halffter, y el mismo al que, espero que no se cumplan las peores predicciones, el nuevo responsable del Maestranza obsequiará con mayor dosis de zarzuela, presuntamente atrevidas de recuperación del repertorio lírico hispano (¡horror!) y portazo total a “rarezas germánicas”. Todo muy acorde con los sombríos tiempos que nos vienen en lo político.

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