Llevo ya casi un mes con el blog abandonado. Varias personas cercanas me han
insistido en que vuelva. La última, esta misma mañana. Y he vuelto a responder
que no. Todavía no.
Qué quieren que les diga, he invertido muchísimo tiempo y
esfuerzo en escribir sobre música. Durante demasiados años, desde aquella
revista digital que se llamaba Sevilla Cultural a finales de los noventa hasta
ahora mismo en este blog que abrí allá por 2008, pasando por Mundo Clásico,
Filomúsica y Ritmo. Y me he cansado. Del tiempo y del esfuerzo invertido, sobre
todo. Pero también del escaso “feedback” positivo que he encontrado: directores
de teatro que te desprecian porque consideran que tu obligación es escribir
críticas siempre positivas, responsables de revistas y diarios locales que
afirman hacerte un favor dejando que les trabajes gratis, personas que se
dedican a lo mismo que te dejan claro que “no eres de los nuestros”,
colegas que entran en tu blog para decirte que lo que haces es una puta mierda
al mismo tiempo que ellos violan cotidianamente las reglas básicas del código
deontológico, responsables de comunicación que deciden dejar de contar contigo
sin mediar explicación pero ofrecen encargos remunerados a personas que les
entregan textos plagiados de aquí y de allá… Demasiado para el cuerpo.
Por otra parte, mi labor investigadora sobre arte medieval no ha avanzado
como debería haberlo hecho por culpa de este deseo de compartir impresiones sobre música. Muchos amigos afirman que con ello me estoy perdiendo cosas muy interesantes en ese otro terreno: llevan razón.
Además, tengo que cumplir mis compromisos con el Centro de
Estudios Históricos Jerezanos, a los que no quiero ni debo eludir: hay
diferentes proyectos que sacar adelante y eso requiere una considerable
inversión de tiempo.
El problema es que si no dejo constancia por escrito de lo que he
visto en directo, mi memoria borrará pronto las impresiones. Sobre lo que
escucho en casa dejo siempre unas líneas escritas en mi bloc personal, pero los
eventos se escuchan y se olvidan. Por eso mismo voy a escribir unas pocas, muy
pocas líneas sobre los dos espectáculos a los que he asistido en fechas recientes.
El jueves 13 de septiembre estuve en la inauguración de la temporada de la
Sinfónica de Sevilla. Se estrenaba una obra del mexicano Samuel Zyman:
Concierto para guitarra y orquesta, “Sefarad”. Me pareció insufrible, no porque su lenguaje sea “tradicional” –lo que no me parece mínimamente
censurable–, sino por hortera, ruidosa, tópica y chabacana. Incluso mal escrita:
en los fortísimos no habían quien distinguiera una línea de otra, si bien en
este sentido buena parte de la responsabilidad fue la de un John Axelrod que
para la ocasión sacó lo peor de sí mismo. José María Gallardo del Rey hizo lo que pudo. Un
horror, sin paliativos.
En la segunda parte Axelrod dirigió la Sinfonía nº 3, Kaddish de
Leonard Bernstein de manera irreprochable, con excelente gusto y enorme
convicción expresiva –aun sin llegar, ni de lejos, al increíble logro de Antonio
Pappano en su registro recién salido al mercado–. Pero aquí el director
norteamericano traicionó a su presunto maestro sustituyendo los textos del
propio compositor por otros de Sam Pisar que, por muy necesaria que siga siendo
la denuncia del Holocausto –algunos hijos de puta se empeñan en negar este hecho histórico–,
transformaban la intención original de “cagarse en Dios” del agnóstico Lenny en
un fervoroso y autocomplaciente cántico de alabanza y agradecimiento a la
divinidad. Insisto, una traición en toda regla que no merece el menor aplauso.
El viernes 28 de septiembre presencié en el Villamarta Black el
payaso. No conocía la obra. ¿A estas alturas necesito ocultar que la lírica
española me interesa poquísimo? Sorozábal es quizá una excepción: en esta
partitura encontré cosas muy bellas –sensibles, inteligentes– y cosas banales.
Creo que la dirección musical de Juan Manuel Pérez Madueño estuvo muy bien
encaminada, pero la Orquesta Álvarez Beigbeder presentaba serias limitaciones:
los violines, literalmente insufribles. Mediocre la Coral de la Universidad de
Cádiz, particularmente las voces femeninas. Javier Galán no me gustó como cantante ni como actor. Carmen Jiménez tampoco me convenció en
lo escénico, pero al menos cantó con sensibilidad y buen gusto.
El nivel de la función subió en gran medida gracias a la admirable labor de José Julián Frontal, muy bien de voz –pelín corta en el
grave– e inmenso en lo escénico interpretando a White. Hubo solvencia en el
resto de los cantantes-actores, con especial mención para el simpatiquísimo y
muy desenvuelto Marat de Álvaro Bernal. Pobretona de medios pero rica en
sabiduría la producción escénica a cargo de Miguel Cubero, francamente
satisfactoria y digna de elogio.
Y ahora vuelvo a mi refugio. Hasta otra.
Un cajón de sastre para cosas sobre música "clásica". Discos, conciertos, audiciones comparadas, filias y fobias, maledicencias varias... Todo ello con centro en Jerez de la Frontera, aunque viajando todo lo posible. En definitiva, un blog sin ningún interés.
martes, 2 de octubre de 2018
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