martes, 2 de octubre de 2018

Todavía no

Llevo ya casi un mes con el blog abandonado. Varias personas cercanas me han insistido en que vuelva. La última, esta misma mañana. Y he vuelto a responder que no. Todavía no.

Qué quieren que les diga, he invertido muchísimo tiempo y esfuerzo en escribir sobre música. Durante demasiados años, desde aquella revista digital que se llamaba Sevilla Cultural a finales de los noventa hasta ahora mismo en este blog que abrí allá por 2008, pasando por Mundo Clásico, Filomúsica y Ritmo. Y me he cansado. Del tiempo y del esfuerzo invertido, sobre todo. Pero también del escaso “feedback” positivo que he encontrado: directores de teatro que te desprecian porque consideran que tu obligación es escribir críticas siempre positivas, responsables de revistas y diarios locales que afirman hacerte un favor dejando que les trabajes gratis, personas que se dedican a lo mismo que te dejan claro que “no eres de los nuestros”, colegas que entran en tu blog para decirte que lo que haces es una puta mierda al mismo tiempo que ellos violan cotidianamente las reglas básicas del código deontológico, responsables de comunicación que deciden dejar de contar contigo sin mediar explicación pero ofrecen encargos remunerados a personas que les entregan textos plagiados de aquí y de allá… Demasiado para el cuerpo.

Por otra parte, mi labor investigadora sobre arte medieval no ha avanzado como debería haberlo hecho por culpa de este deseo de compartir impresiones sobre música. Muchos amigos afirman que con ello me estoy perdiendo cosas muy interesantes en ese otro terreno: llevan razón. Además, tengo que cumplir mis compromisos con el Centro de Estudios Históricos Jerezanos, a los que no quiero ni debo eludir: hay diferentes proyectos que sacar adelante y eso requiere una considerable inversión de tiempo.

El problema es que si no dejo constancia por escrito de lo que he visto en directo, mi memoria borrará pronto las impresiones. Sobre lo que escucho en casa dejo siempre unas líneas escritas en mi bloc personal, pero los eventos se escuchan y se olvidan. Por eso mismo voy a escribir unas pocas, muy pocas líneas sobre los dos espectáculos a los que he asistido en fechas recientes.

El jueves 13 de septiembre estuve en la inauguración de la temporada de la Sinfónica de Sevilla. Se estrenaba una obra del mexicano Samuel Zyman: Concierto para guitarra y orquesta, “Sefarad”. Me pareció insufrible, no porque su lenguaje sea “tradicional” –lo que no me parece mínimamente censurable–, sino por hortera, ruidosa, tópica y chabacana. Incluso mal escrita: en los fortísimos no habían quien distinguiera una línea de otra, si bien en este sentido buena parte de la responsabilidad fue la de un John Axelrod que para la ocasión sacó lo peor de sí mismo. José María Gallardo del Rey hizo lo que pudo. Un horror, sin paliativos.

En la segunda parte Axelrod dirigió la Sinfonía nº 3, Kaddish de Leonard Bernstein de manera irreprochable, con excelente gusto y enorme convicción expresiva –aun sin llegar, ni de lejos, al increíble logro de Antonio Pappano en su registro recién salido al mercado–. Pero aquí el director norteamericano traicionó a su presunto maestro sustituyendo los textos del propio compositor por otros de Sam Pisar que, por muy necesaria que siga siendo la denuncia del Holocausto –algunos hijos de puta se empeñan en negar este hecho histórico–, transformaban la intención original de “cagarse en Dios” del agnóstico Lenny en un fervoroso y autocomplaciente cántico de alabanza y agradecimiento a la divinidad. Insisto, una traición en toda regla que no merece el menor aplauso.

El viernes 28 de septiembre presencié en el Villamarta Black el payaso. No conocía la obra. ¿A estas alturas necesito ocultar que la lírica española me interesa poquísimo? Sorozábal es quizá una excepción: en esta partitura encontré cosas muy bellas –sensibles, inteligentes– y cosas banales. Creo que la dirección musical de Juan Manuel Pérez Madueño estuvo muy bien encaminada, pero la Orquesta Álvarez Beigbeder presentaba serias limitaciones: los violines, literalmente insufribles. Mediocre la Coral de la Universidad de Cádiz, particularmente las voces femeninas. Javier Galán no me gustó como cantante ni como actor. Carmen Jiménez tampoco me convenció en lo escénico, pero al menos cantó con sensibilidad y buen gusto.

El nivel de la función subió en gran medida gracias a la admirable labor de José Julián Frontal, muy bien de voz –pelín corta en el grave– e inmenso en lo escénico interpretando a White. Hubo solvencia en el resto de los cantantes-actores, con especial mención para el simpatiquísimo y muy desenvuelto Marat de Álvaro Bernal. Pobretona de medios pero rica en sabiduría la producción escénica a cargo de Miguel Cubero, francamente satisfactoria y digna de elogio.

Y ahora vuelvo a mi refugio. Hasta otra.

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