miércoles, 5 de septiembre de 2018

Un último portazo: el desastre de Kirill Petrenko y el contubernio sevillano de la cuerda de tripa

No, no me quiero ir del todo sin dar un último portazo. O dos. El primero, mi opinión sobre la Séptima sinfonía de Beethoven ofrecica por Kirill Petrenko al frente de la Filarmónica de Berlín el pasado 24 de agosto en la Philharmonie, elogiada con verdadera desmesura por algunos críticos (no en esta sino en interpretaciones de días inmediatamente anteriores o posteriores, aunque es lo mismo). Entre ellos, un Antonio Moral que a mi entender hace un verdadero alarde de pedantería y sordera a partes iguales, dejando bien claro por qué su etapa al frente del Teatro Real fue un desastre en lo que al foso se refiere: no tiene ni pajolera idea de directores. Porque para mí está clarísimo que la lectura resulta bastante mediocre, además de impropia del nuevo titular de la Berliner Philharmoniker.

Ya el acorde inicial, tímido y sin la densidad que debe tener, nos pone sobreaviso de lo que va a ser una introducción blanda en la sonoridad, lineal en el fraseo y frívola en lo expresivo que carece por completo de lenguaje beethoveniano. En el Vivace que viene a continuación Petrenko sí que se muestra muy centrado, consiguiendo una lectura sensata y ortodoxa que, en cualquier caso, se queda corta en lo que a pathos se refiere en comparación con las grandes recreaciones discográficas; incluso de vez en cuando se aprecian algunos detalles de ligereza tanto sonora como conceptual que parecen apuntar al peor Claudio Abbado, es decir, al de sus tiempos con esta misma orquesta.


Claro que esos referidos detalles no son nada en comparación con un segundo movimiento ingrávido y aséptico, por no decir trivial, transformándose esta genial página en una mera “música amable” cuya belleza no posee nada más detrás. Bueno sin más el Scherzo, admirablemente expuesto pero un tanto mecánico, falto de imaginación. Irritantes sus tríos, dichos rápidamente y con una clara intención de apostar por la levedad, al tiempo que los pasajes en fortísimo están dichos con particular contundencia y estruendo: de lo que se trata aquí es de epatar al personal con los contrastes dinámicos, da igual que el resultado sea de una vulgaridad aplastante.

El postureo de cara a la galería se hace ya por completo evidente en el Finale: aquí de lo que se trata es de correr, de correr lo más posible para demostrar al personal que la orquesta, asombrosa en su virtuosismo, es capaz de dar todas las notas, y de darlas impecablemente, a la velocidad más disparatada que se pueda uno imaginar. Da igual que las líneas de la polifonía no se identifiquen con claridad, o que la precipitación tenga poco que ver con la verdadera tensión interna. El público, ese mismo que se ha olvidado que unos tales Carlos Kleiber y Sir Georg Solti sí que supieron clarificar el entramado orquestal y ofrecer auténtico carácter implacable dentro de similar línea rápida y electrizante, aclamó esta interpretación como la de un verdadero genio. Así nos van las cosas.

Claro que aún peor están en Sevilla. Da la impresión de que Barenboim y la West-Eastern Divan no tienen intención de volver. A mi modo de ver, gran parte de la culpa la tienen los críticos que han machacado, con una malignidad verdaderamente denunciable, algunos de sus más sublimes conciertos, fundamentalmente el de las sinfonías de Mozart. En parte porque el gusto de estos señores es atroz, y en parte (siempre a mi entender, claro está) porque su intención es que desaparezca la Fundación Barenboim-Said y los fondos vayan a la Orquesta Barroca, a los hermanos Alqhai y al Femàs que uno de estos últimos dirige y utiliza como plataforma de promoción personal. Casualmente, quienes les encargan notas al programa y son, en algunos casos, grandes amigos personales de algunas de esas firmas. Un contubernio en toda regla, vamos.

¿Lo digo más claro? Creo que la música en Sevilla, la buena música y las buenas interpretaciones, ganarían mucho con la marcha de la Barroca y de los Alqhai, músicos excelentes en lo técnico pero muy pretenciosos en lo expresivo, y con la vuelta de Barenboim y la WEDO, cualquiera de cuyos conciertos ofrece muchísimo más arte que el de todos esos señores juntos. Voto por ello, aunque por descontado tengo todas las de perder.

Una cosa más: me importa un bledo lo que a tenor de estas líneas esa pandilla de pedantes escriban sobre mí. No pienso leerlo bajo ningún concepto. Y ahora sí que me voy tranquilo.


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