miércoles, 15 de agosto de 2018

El Tristán de Bernstein: puro onanismo


Recuerdo que fue en 1989 cuando leí el libro sobre Leonard Bernstein escrito por Peter Gradenwitz. Una de las cosas que más me llamó la atención fue la discrepancia en torno a su lectura de Tristán e Isolda por parte de dos figuras tan significativas como Karl Böhm y Dietrich-Fischer Dieskau: el primero afirmaba haber escuchado Tristán por primera vez, mientras que el segundo consideraba que su colega y amigo había cometido un inmenso error. Nunca escuché la grabación oficial, entre otras cosas porque la edición de Philips ocupaba cinco compactos y estaba fuera de mi alcance; también porque los críticos expertos afirmaban que el resultado era soporífero.


Han pasado nada menos que veintinueve años (¡me parece que fue ayer!), y por fin he tenido la oportunidad. Me ha animado que, además de escuchar, ahora se puede asimismo ver, porque CMajor ha editado en Blu-ray la filmación realizada por la Radio de Baviera de aquellos conciertos que tuvieron lugar en la Herkulessaal de Múnich a lo largo de 1981: 13 de enero el primer acto, 27 de abril el segundo y 10 de noviembre el tercero. En versión semiescenificada: los cantantes se sitúan detrás de la orquesta y con un telón de fondo más o menos evocador del lugar de la acción, vestidos “a la medieval” y prescindiendo de partitura, aunque sin apenas interactuar entre ellos.

Mi opinión es que, efectivamente, la dirección de Lenny es un error. “Mirad cuánta belleza había en esta partitura, menos mal que he llegado yo para sacarla a la luz”, parece querer decirnos. Y así, frente una orquesta no especialmente buena como es la de la Bayerischen Rundfunks, el norteamericano decide ofrecer sonoridades de asombrosa belleza, desplegar un fraseo flexible a más no poder y seducirnos con una voluptuosidad, un colorido y una atmósfera de sensualidad suprema, pero quedándose exclusivamente en el puro hedonismo, ese que tanto le gustaba y que a veces le atrapaba hasta el punto de hacerle olvidar “lo otro”: el servicio a la partitura. No, no se trata de que sus tempi sean en general muy lentos, a veces lentísimos, porque su técnica de batuta le permite administrar con astucia las tensiones y conseguir clímax muy encendidos. Es cuestión de concepto: más que un dilatado polvo entre Tristán e Isolda, lo que aquí tenemos es un monumental ejercicio de onanismo made in Bernstein. Que haya momentos magistrales, como el final del acto primero o la arrebatadísima conclusión del dúo de amor –justo antes de la aparición de Melot–, y que en líneas generales la hora larga que duran los delirios de Tristán esté dirigida de manera admirable, no inclina la balanza en el lado positivo: la teatralidad se pierde entre blanduras y preciosismos varios, la sinceridad brilla por su ausencia y el estilo Wagner no aparece por ningún lado. 


Dicho esto, entiendo que es infinitamente mejor acercarse a esta lectura en la filmación que en los correspondientes compactos, por una razón muy sencilla: se ve a Lenny. No todo el tiempo, porque tiene que compartir cámara con los cantantes, pero sí lo suficiente como para disfrutar de lo lindo. No hace falta añadir más, porque quienes hayan visto a Bernstein moverse en el podio saben de qué estoy hablando. Aunque también es cierto que aquí hay alguien que se beneficia en la misma medida de la presencia de cámaras: Hildegard Behrens. ¡Qué actriz! Al contrario que sus compañeros, ella actúa el personaje de principio a fin, no con los parcos movimientos escénicos posibles en semejante contexto, pero sí con un rostro lleno de expresividad. Como cantante apenas resulta menos intensa, y además conoce a la perfección los pliegues psicológicos del personaje. Eso sí, hay que advertir que en el primer acto aparece tocada en lo vocal: ya saben que esta señora duró dos telediarios. A su mismo nivel de excelencia la Brangania de Yvonne Minton. Su instrumento, maravillosamente timbrado, no es el más oscuro y sensual posible, lo que nos perfila un personaje más candoroso e inocente de lo que en otras ocasiones escuchamos; por lo demás, su canto es de una depuración exquisita.

El fugaz y malogrado Peter Hofmann –falleció en 2010–  ofrece en el primer acto realiza una dignísima labor. En el segundo, pese a algunos problemas, cumple de manera satisfactoria. Y en el tercero, con la voz fresca por no haber tenido que cantar en las horas anteriores (¡ya quisieran la mayoría de los tenores que abordan el rol hacerlo en tres meses diferentes!) y aun teniendo que recurrir a la presencia de atril y partitura, da la sorpresa poniendo su bella voz al servicio de una recreación ciertamente no agónica, pero sí muy esforzada y meritoria.


Bernd Weikl y Hans Sotin, Kurwenal y Marke respectivamente, son de lo mejorcito que había por aquellas fechas, aunque ya se sabe que su incuestionable solvencia no lograba disimular la sensación de monotonía que producían como intérpretes. Mediocre el Melot de Heribert Steinbach, espléndido el pastor de Heinz Zednik y formidable el joven marino de Thomas Moser.

La calidad de imagen es buena para la época. La realización televisiva no es gran cosa: había pocas cámaras, por lo que muchos planos se repiten, aunque también es cierto que se ofrecen algunos detalles –fundido en el instante de la muerte de Tristán– de considerable acierto. La toma ofrece una muy buena definición tímbrica, pero no es del todo clara y, esto es más grave, sufre de compresión dinámica, lo que obliga a hacer uso del mando a distancia para regular el volumen y escuchar determinados momentos –final del acto primero– con cierta propiedad. Aunque la traducción no sea la mejor posible, se agradece muchísimo que haya subtítulos en castellano.

En Amazon España el BR se vende a 60 euros, pero yo lo adquirí en Berlín por 35. Si lo encuentran a este precio, mi recomendación es clara: cómprenlo. Eviten los CDs, porque sin imágenes se pierde uno lo mejor.

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