Dicen expertos amigos que los años setenta fueron la mejor
época de la trayectoria de ese director mediocre y hortera llamado James
Levine, y más concretamente que la Adriana
Lecouvreur que grabó frente a la Philharmonia Orchestra en agosto de 1977
para CBS –treinta y cuatro años contaba Jimmy– es una de sus pocas
realizaciones realmente brillantes. Estoy globalmente de acuerdo, pero debo
puntualizar.
Y es que esta Adriana
pone de relieve tanto las virtudes como los defectos del maestro
norteamericano. Fundamentalmente, un elevadísimo sentido teatral –no es de
extrañar que la ópera sea su hábitat natural– y una brillantez innata que
logran que la irregular partitura de Francesco Cilea, en la que se alternan
momentos de sublime inspiración con otros más bien rutinarios, no solo se
revista de credibilidad desde la primera hasta la última nota, sino también que
resulte fresca y trepidante en esos momentos banales. Por ventura,
los más íntimos están dichos con esa poesía mórbida un punto decadente que
demandan, paladeados además con una concentración y una cantabilidad que no
suelen ser muy habituales en Levine. Y a ello hemos de añadir una circunstancia
tampoco muy habitual en él: un trabajo excepcional con las texturas
orquestales, minuciosamente expuestas por su parte y por la de una orquesta que
aún seguía siendo sensacional, amén de soberbiamente recogidas por una toma
sonora espléndida para la época.
¿El problema? Levine ya era Levine –poco antes había
registrado el horrendo ciclo
Brahms que comenté hace tiempo–, de tal modo que los excesos, las contundencias
y la búsqueda del escándalo gratuito también se hacen aquí bien presentes.
Insisto en que el trazo es mucho más fino de lo que en él suele ser habitual,
pero acordarse de la Obertura 1812 cada
vez que llega un fortissimo no resulta de recibo. En fin, hay
muchísima gente a la que le gustan semejantes numeritos: ahí están sus largas décadas
como director del Met neoyorquino, durante las que ha conocido intensos aplausos que solo han
sido ahogados por razones cien por cien extramusicales.
Dos palabras sobre los cantantes. De Renata Scotto se ha dicho
que en esta grabación posee una voz con poca carne y que sufre problemas
técnicos. Es verdad, pero me parece una intérprete sutilísima y una artista
como la copa de un pino; sus filados, de infarto. Soberbio Plácido Domingo, como
no podía ser menos. Quizá un punto verista en algunas frases, pero ¿no es esto
acaso verismo? Como siempre, Sherill Milnes luce un instrumento espléndido pero
se muestra un tanto monocorde en la expresión. Imponente en lo vocal Elena Obraztsova,
aunque para mi gusto ofrece una Princesa de Bouillon algo tremendista. Muy alto
nivel en los secundarios, entre los que se incluyen nada menos que los nombres
de Lilian Watson y Ann Murray.
No hay comentarios:
Publicar un comentario