domingo, 27 de mayo de 2018

Adriana Lecouvreur, ¿el mejor Levine?


Dicen expertos amigos que los años setenta fueron la mejor época de la trayectoria de ese director mediocre y hortera llamado James Levine, y más concretamente que la Adriana Lecouvreur que grabó frente a la Philharmonia Orchestra en agosto de 1977 para CBS –treinta y cuatro años contaba Jimmy– es una de sus pocas realizaciones realmente brillantes. Estoy globalmente de acuerdo, pero debo puntualizar.


Y es que esta Adriana pone de relieve tanto las virtudes como los defectos del maestro norteamericano. Fundamentalmente, un elevadísimo sentido teatral –no es de extrañar que la ópera sea su hábitat natural– y una brillantez innata que logran que la irregular partitura de Francesco Cilea, en la que se alternan momentos de sublime inspiración con otros más bien rutinarios, no solo se revista de credibilidad desde la primera hasta la última nota, sino también que resulte fresca y trepidante en esos momentos banales. Por ventura, los más íntimos están dichos con esa poesía mórbida un punto decadente que demandan, paladeados además con una concentración y una cantabilidad que no suelen ser muy habituales en Levine. Y a ello hemos de añadir una circunstancia tampoco muy habitual en él: un trabajo excepcional con las texturas orquestales, minuciosamente expuestas por su parte y por la de una orquesta que aún seguía siendo sensacional, amén de soberbiamente recogidas por una toma sonora espléndida para la época.

¿El problema? Levine ya era Levine –poco antes había registrado el horrendo ciclo Brahms que comenté hace tiempo–, de tal modo que los excesos, las contundencias y la búsqueda del escándalo gratuito también se hacen aquí bien presentes. Insisto en que el trazo es mucho más fino de lo que en él suele ser habitual, pero acordarse de la Obertura 1812 cada vez que llega un fortissimo no resulta de recibo. En fin, hay muchísima gente a la que le gustan semejantes numeritos: ahí están sus largas décadas como director del Met neoyorquino, durante las que ha conocido intensos aplausos que solo han sido ahogados por razones cien por cien extramusicales.

Dos palabras sobre los cantantes. De Renata Scotto se ha dicho que en esta grabación posee una voz con poca carne y que sufre problemas técnicos. Es verdad, pero me parece una intérprete sutilísima y una artista como la copa de un pino; sus filados, de infarto. Soberbio Plácido Domingo, como no podía ser menos. Quizá un punto verista en algunas frases, pero ¿no es esto acaso verismo? Como siempre, Sherill Milnes luce un instrumento espléndido pero se muestra un tanto monocorde en la expresión. Imponente en lo vocal Elena Obraztsova, aunque para mi gusto ofrece una Princesa de Bouillon algo tremendista. Muy alto nivel en los secundarios, entre los que se incluyen nada menos que los nombres de Lilian Watson y Ann Murray.

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