jueves, 22 de febrero de 2018

¿Qué vamos a hacer sin él?

Eso es lo que exclamaba esta mañana mi amigo Ángel Carrascosa cuando le di la noticia del fallecimiento de Antonio Fraguas Forges. Y es que el madrileño no ha sido solo el mejor humorista gráfico español de los últimos cincuenta años –con permiso de El Roto, tan distinto y tan parecido a su paisano–, sino también un referente para todas las personas que seguimos considerándonos de izquierdas. Sus viñetas han sido una bocanada diaria de aire fresco que nos han permitido respirar en un ambiente cada día más viciado en el que la gran mayoría del país vota a la derecha –PP, Ciudadanos, Junts per Catalunya, PNV– y las redes sociales se llenan de insultos a todo lo que suene más o menos progre; cosa que no resulta difícil, ciertamente, si tenemos en cuenta la mezcla de estulticia y puritanismo que aqueja a buena parte del progresismo actual. Pero Forges siempre mantuvo la lucidez: pocas personas han luchado tan denodadamente desde una tribuna impresa para defender a la mujer, pocos tan feministas como Don Antonio, sin necesidad de caer en las estupideces que hoy tenemos que aguantar (lo de “machos y machas” siempre ha ido, obviamente, con esa mezcla de simpatía y cachondeo que le caracterizaban).


Forges, además de luchar por las cosas en la que creía –la mujer, la necesidad de romper fronteras– y de enfrentarse a quienes consideraba oportuno –la herencia franquista, la Iglesia Católica, los nacionalismos en general y el catalán en particular, el FMI, los liberales–, nos hacía reflexionar y unirnos a esa lucha. Y lo hacía sin acritud, sin necesidad de insultar ni de resultar virulento. Con una insólita capacidad para retratar nuestros aspectos más risibles manteniendo el respeto por las infinitas debilidades del ser humano. ¡Qué agudeza mostraba en esas hilarantes conversaciones matrimoniales! Por no hablar del “costumbrismo de alcoba” protagonizado por Concha y Mariano, o de las agridulces reflexiones de ese Blasillo con el que siempre se identificó.


Todo ello lo conseguía el maestro haciendo gala de un estilo visual personalísimo –nada sencillo: el autógrafo de aquí arriba tardó un buen rato en dibujármelo– y con una enorme creatividad en el uso del lenguaje, sin duda los dos puntos fuertes de su enorme arte. Hasta la prensa más reaccionaria reconoce hoy jueves semejante circunstancia. No es para menos.

Con el mismo talento que siempre, pero más necesario que nunca, Forges se nos ha ido a los setenta y seis años de edad víctima de un cáncer. Vayan desde aquí mis infinitas gracias a quien tanto ha aportado a mi vida, y a la de algunos (¡muchos, muchísimos!) más. A ver ahora qué hacemos sin él.

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