Eso es lo que exclamaba esta mañana mi amigo Ángel Carrascosa cuando le di la
noticia del fallecimiento de Antonio Fraguas
Forges. Y es que el
madrileño no ha sido solo el mejor humorista gráfico español de los últimos
cincuenta años –con permiso de
El Roto, tan distinto y tan parecido a su
paisano–, sino también un referente para todas las personas que seguimos
considerándonos de izquierdas. Sus viñetas han sido una bocanada diaria de aire
fresco que nos han permitido respirar en un ambiente cada día más viciado en el
que la gran mayoría del país vota a la derecha –PP, Ciudadanos, Junts per
Catalunya, PNV– y las redes sociales se llenan de insultos a todo lo que suene
más o menos progre; cosa que no resulta difícil, ciertamente, si tenemos en
cuenta la mezcla de estulticia y puritanismo que aqueja a buena parte del
progresismo actual. Pero
Forges siempre mantuvo la lucidez: pocas personas han
luchado tan denodadamente desde una tribuna impresa para defender a la mujer,
pocos tan feministas como Don Antonio, sin necesidad de caer en las estupideces
que hoy tenemos que aguantar (lo de “machos y machas” siempre ha ido,
obviamente, con esa mezcla de simpatía y cachondeo que le caracterizaban).
Forges, además de luchar por las cosas en la que creía –la mujer, la
necesidad de romper fronteras– y de enfrentarse a quienes consideraba oportuno
–la herencia franquista, la Iglesia Católica, los nacionalismos en general y el
catalán en particular, el FMI, los
liberales–, nos hacía reflexionar y
unirnos a esa lucha. Y lo hacía sin acritud, sin necesidad de insultar ni de
resultar virulento. Con una insólita capacidad para retratar nuestros aspectos
más risibles manteniendo el respeto por las infinitas debilidades del ser
humano. ¡Qué agudeza mostraba en esas hilarantes conversaciones matrimoniales!
Por no hablar del “costumbrismo de alcoba” protagonizado por Concha y Mariano, o
de las agridulces reflexiones de ese Blasillo con el que siempre se identificó.
Todo ello lo conseguía el maestro haciendo gala de un estilo visual
personalísimo –nada sencillo: el autógrafo de aquí arriba tardó un buen rato en
dibujármelo– y con una enorme creatividad en el uso del lenguaje, sin duda los
dos puntos fuertes de su enorme arte. Hasta la prensa más reaccionaria reconoce
hoy jueves semejante circunstancia. No es para menos.
Con el mismo talento que siempre, pero más necesario que nunca,
Forges se nos
ha ido a los setenta y seis años de edad víctima de un cáncer. Vayan desde aquí
mis infinitas gracias a quien tanto ha aportado a mi vida, y a la de algunos
(¡muchos, muchísimos!) más. A ver ahora qué hacemos sin él.
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