viernes, 6 de octubre de 2017

Szell dirige Mahler, Walton y Stravinsky

Interesante SACD el que he podido escuchar recientemente con obras de Gustav Mahler, William Walton e Igor Stravinsky interpretadas por la formidable Orquesta de Cleveland y el que fue su titular entre 1946 y 1970 (¡ahí es nada!), el maestro de origen húngaro George Szell. Un director caracterizado por el rigor, la objetividad y el distanciamiento. Con él jamas hay concesión al oyente: nada de efectismos, ni de amaneramientos ni de preciosismos sonoros. Los arrebatos quedan descartados. La arquitectura y el análisis priman por encima de cualquier otra circunstancia, incluyendo la profundización en los pliegues expresivos de la música. De ahí que con frecuencia su arte nos deje un poco a mitad de camino.


Se abre el disco con los dos únicos movimientos completados por Mahler de su escalofriante Décima sinfonía, en grabación realizada en noviembre de 1958. El Adagio recibe una interpretación dicha de un solo trazo, sobria, honesta y dotada de sincero dramatismo: decisión y emoción se dan perfectamente de la mano. Pero a mi entender es también una lectura algo precipitada. Echo de menos un fraseo que respire con más naturalidad, un vuelo lírico más elevado, así como un punto decadente y sensual que a esta música no le sienta nada mal. Muy bien Purgatorio, sonado con adecuada incisividad.

Solo dos meses después se grababa la Partita para orquesta de Sir William Walton, al hilo del estreno mundial que los mismos intérpretes realizaban por esas fechas. Se trata de una partitura muy vistosa, diríase “cinematográfica”, que recibe una espléndida interpretación que sabe aunar incisividad, tensión interna y brillantez, aunque como es de esperar en Szell se echa de menos una dosis mayor de sensualidad y delectación melódica, sobre todo en un segundo movimiento (“Pastorale siciliana”) que le suena más inquietante que lírico. En cualquier caso, el fulgor orquestal queda garantizado y la orquesta realiza una exhibición de virtuosismo para quitarse el sombrero. ¡Qué maderas!

Queda la suite de 1919 de El pájaro de fuego, grabada ya en 1961. Adoptando un enfoque que se aparta de la sensualidad debussysta para mirar con descaro hacia Le Sacre, Szell ofrece una lectura de enorme atractivo: teatral, animada, incisiva, angulosa y de un gran sentido del ritmo, amén de maravillosamente diseccionada. Eso sí, hubiera sido de agradecer un poco más de sosiego, al menos en una danza infernal algo precipitada, como también de atención a la fuerza poética de la música. La canción de cuna, que parece muy lenta en comparación con el resto, es quizá lo más conseguido.

La toma sonora es muy buena para la época en todos los casos, muy clara y espaciosa, si bien se echa de menos una mayor amplitud dinámica.

2 comentarios:

Carlos Alberto dijo...

Coincido contigo en que a veces las versiones de Szell, siendo por lo general extraordinarias, pueden dejar un cierto sinsabor por su sequedad y porque les falta un punto de emotividad y de calidez, o eso puede parecernos. Siendo un director objetivista, sus tempi en general son rápidos y aparentemente apresurados, y es como si no dejara a los instrumentos "respirar" del todo, como decía por el contrario Giulini en una entrevista al preguntársele sobre esa morosidad suya, en la línea de "anciano director" que tú a veces has comentado, y que tanto nos gusta. O como si rehuyera el sentimiento y el excesivo drama, el romanticismo de determinadas músicas. Te gusta hasta el arrobo o te decepciona un punto. En mi caso, es verdad que a veces me parece que le falta algo para la absoluta genialidad, pero otras tantas caigo rendido a sus pies, aún teniendo asimismo otras referencias muy distintas de algunas obras. Por ejemplo, la Segunda de Sibelius que comentabais el otro día, su versión con Ámsterdam y un concierto en vivo desde Japón que creo que nos proporcionó Julio Salvador son magistrales, de absoluta referencia, en mi opinión. Y ahí sí hay corazón. Igualmente, su Haydn me parece insuperable: admiro a Bernstein, a Davis, a Jochum, a Klemperer, a Tate o a Bruggen en este repertorio, pero creo que sus sinfonías de Londres son inalcanzables. O Brahms: sus sinfonías o su primer concierto para piano, con diferentes solistas, están entre las más grandes. En fin, Mozart en sus manos es magistral, tal como yo lo veo, con fuerza, ya tan pronto alejado de preciosismos y amaneramientos. Su Beethoven también es grande, aunque un punto árido. En Europa fue muy apreciado, más que Ormandy, antes que Bernstein, y sus conciertos en vivo desde Salzburgo son ejemplares. Igual es que muchos de sus discos fueron de los primeros que escuché, y eso nos marca. El que comentas no lo conozco. De Mahler, la primera sexta que tuve fue un CD suyo, que compré al tiempo que otro de Solti, y sigue apasionándome. Incluso su Dvorak en general me resulta muy atractivo. Así que intentaré escuchar este disco que nos recomiendas, pero es cierto que es un director que, al contrario que Toscanini, que lo fue todo y hoy está bastante ninguneado, aún tiene mucho que decirnos.

jmpbat dijo...

No encuentro otra forma de comunicación.
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