Solistas de auténtico lujo desfilan a lo largo de todo el disco. La parte del león se la lleva Monica Mancini, que recrea diez canciones de su padre de manera por completo convincente: no es la cantante más personal posible, pero resulta ser una artista de apreciable talento, desgranando las melodías con sensualidad, emoción y esa peculiar melancolía que desprenden los pentagramas; su dicción, sin ser la de Julie Andrews –imposible echar de menos a la esposa de Blake Edwards en Crazy World–, resulta de lo más cuidada. Pero también encontramos el saxofón de Tom Scott –sensacional en Peter Gunn–, el piano de Michael Lang –músico de larga filmografía– o la harmónica del mismísimo Stevie Wonder –no del todo convincente en Moon River–, entre otros artistas invitados para la ocasión. Todos juntos realizan un espléndido homenaje en el que prácticamente no hay fisuras.
La toma de sonido es excepcional, no tanto en la versión CD normal como en el SACD surround. En este hay uso abundante de los canales traseros, es decir, a través de ellos se escuchan instrumentos y no únicamente reverberación, pero la mezcla se ha realizado con buen gusto y se busca muchísimo antes la amplitud espacial que la espectacularidad. Por lo demás, el equilibrio entre orquesta y solistas se encuentra muy logrado –hay instrumentos en primer plano, a la manera en que lo hacía el propio Mancini– y la definición tímbrica es espectacular. Nunca esta música ha sonado técnicamente así de bien. Lo dicho, un disco por completo recomendable.
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