Sigue el Cuarteto nº 4, de nuevo con resultados excepcionales: recreación aún más tensa que la del Borodin de 1982, pero no menos bella, y eso que el primer violín suena muy aristado cuando debe. Se cierra el primer CD con el Cuarteto nº 9: enorme depuración y belleza sonoras, fraseo flexible y asombrosamente matizado en las dinámicas, y un enfoque lírico y humanístico –que no superficial ni descafeinado– mucho antes que visceral presiden esta interpretación a la que le falta quizá un último punto de tensión sonora, como también un sentido del humor más inquietante, alcanzando en cualquier caso grandes cotas de intensidad en un soberbio Allegro conclusivo. Esta vez me quedo con el Fitzwilliam y con el Borodin.
Ya en el segundo compacto, la del Cuarteto nº 6 –escrito en 1956– es una interpretación de belleza formal extrema, fraseada con una naturalidad admirable, muy matizada en las dinámicas pero no exenta de tensiones internas y de sentido de lo inquietante. Los tempi de los dos primeros movimientos son más lentos que los del Borodin, lo que hace estas interpretaciones más cantables y holgadas, pero en el Lento, van apreciablemente más rápido y eso se nota, porque se ahonda bastante menos en la densidad y en la negrura de la página. Por eso me vuelvo a quedar con los rusos, y también con el Fitzwilliam.
En el emblemático Cuarteto nº 8 no ofrecen una visión expresionista ni violenta, sino más bien humanista y profunda; también de enorme belleza en lo sonoro, pero atendiendo plenamente al carácter doliente y desolado de la obra. En comparación con la del Hagen que comenté hace poco, esta es más rápida, más atmosférica y desde luego más lírica, se encuentra fraseada con mayor flexibilidad, despliega más imaginación y ofrece un enfoque más plural, pero carece de la inmediatez, la garra y el intenso dramatismo de aquella, que me sigue pareciendo más recomendable, sin olvidar de nuevo a los señores del Borodin (Melodiya y Virgin, no así lo del renovado Borodin en Decca).
Cuarteto nº 11 para concluir. Lejos de ofrecer una áspera y angulosa lectura nihilista a la manera del Borodin (Melodiya), y sin necesidad de extremar contrastes como hizo el Emerson (DG), el Jerusalem vuelve a apostar por una perfecta mezcla entre belleza sonora, cantabilidad, concentración y tensión dramática, permitiendo que la obra fluya con naturalidad pasmosa. No hay que forzar nada: música pura interpretada con objetividad, lo que tampoco significa renunciar a la electricidad o el dramatismo en el fraseo –tremendo el cuarto movimiento– ni al humor más inquietante –quinto-, como tampoco al lirismo elegíaco –sexto– que demanda una obra no en vano compuesta por Shostakovich en 1965 a la memoria de Vasily Shirinsky, miembro de su querido Cuarteto Beethoven. Lo dicho: un producto muy recomendable.
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