martes, 21 de febrero de 2017

¿Criticar? A cineastas, sí. A músicos, no.

Aunque he dado por cerrada mi discusión con un anónimo lector sobre las bondades de la violinista Amandine Beyer, no quiero dejar de destacar una reflexión de carácter mucho más general que apunté al hilo de la polémica. ¿Por qué está tan mal visto criticar con gran dureza a los músicos cuando eso mismo es moneda corriente cuando se trata de cineastas? Cojan ustedes las páginas de cualquier periódico o revista y encontrarán con facilidad comentarios durísimos sobre directores, actores o películas de toda clase, desde los grandes nombres del circuito internacional hasta los debutantes locales.

 
Permítanme un ejemplo de hoy mismo. Sin ir más lejos, lean lo que en las páginas de Diario de Sevilla, en las mismas en que se alaba (aquí) el concierto de anoche de la OBS y la señora Beyer, acaba de escribir mi muy admirado Carlos Colón sobre la recién estrenada película El nacimiento de una nación: "un fracaso merecido", "pésimo y sanguinolento panfleto mal rodado", "tremendismo efectista, mal filmado y peor administrado", "ridículas libertades poéticas y simbólicas, cursis y mal insertadas", "una mala película que además tiene un tufo de insinceridad oportunista" (leer aquí la crítica completa).

¿Se escandaliza alguien de estas palabras? No creo. ¿Se molestarán los admiradores de la película? Muy probablemente, pero ahí lo dejarán estar. ¿Escribirá alguien vinculado al filme al susodicho crítico para ponerlo de vuelta y media? Seguro que no: semejantes ridiculeces solo las hace Pedro Almodóvar. Sin embargo, cuando yo he hablado así sobre artistas como Enrico Onofri o la citada Beyer se me ha dicho absolutamente de todo. ¿Por qué? No lo sé, pero parece claro que opinar con libertad sobre músicos –y denunciar lo que a uno le parece realmente mediocre– es mucho más difícil que hacerlo sobre cineastas. Al menos en ciertos sitios.

24 comentarios:

Nemo dijo...

Parece que la música (clásica) está "sacralizada", impregnada de ese sebo romántico y místico que tanto me irrita. Los músicos son "oficiantes", "sacerdotes", que conectan con esencias nacionalistas, con el "alma cultural" de una nación, o con el "más allá". Esto se traduce en poses que se cultivan con esmero: el pianista (o la pianista) con melenas beethovenianas, con gesto arrebatado, los ojos en blanco, la cabeza hacia atrás, en trance, frente al instrumento; el director levitando en éxtasis; el violinista poseído... El "rarito" excéntrico que aparece sin duchar, o en pijama, sin peinar, o que se sube a un taburete para tocar su instrumento, o que no se corta las uñas, o que lleva un calcetín de cada color... porque él es así, es un genio, es único, es un artista (con mayúsculas)... Un circo repugnante, y ridículo, animado por las discográficas en sus buenos viejos tiempos. Capturan a un público ignorante, de pega, que hace como que escucha y como que sabe algo de algo.

Cualquiera dice nada en ese contexto...

Sin embargo el cine se ha sacralizado, pero solo en parte. Nadie puede poner a caer de un burro a Bergman o a Ford, por poner un caso, sin que le caigan bofetadas por todos lados, porque eso ya es cine clásico y los grandes clásicos están en los altares. Pero a los cineastas actuales sí los puedes vapulear. Se considera que el cine es industria, entretenimiento. El más pretencioso puede irritar además. Solo se respetan los clásicos, y eso pasado bastante tiempo (Hitchcock hoy sí, en su tiempo era un entertainer).

Lo cual nos lleva al desconcertante hecho de los catálogos en conciertos o discos: ¿cuánta obra actual? Muy poca. Esa sí la podríamos vapulear. De hecho se hace. La música clásica es en su mayoría música muerta, de museo, música sagrada, y el cuento del músico "oficiante", del músico "médium", cuela. La edad media de las obras en cualquier concierto son 150 años. La más moderna, 100 años. Si una orquesta toca algo de Boulez, ¿qué puedo decir yo de la "interpretación"? ¿Meneará eléctricamente la melenaza el director, el violinista, el pianista...? Muchos aspectos del mundo de la música clásica dan vergüenza ajena y es un mundo que se está muriendo rápidamente (se sostiene a duras penas, con mucho apoyo del Estado, que financia generosamente para unos pocos la enésima "interpretación" arrebatada de la Quinta de Tchaikovsky... porque eso es cultura con mayúsculas). Como todos los moribundos, tiene miedo y no quiere cambiar. Se cierra más y más, conforme se va pudriendo.

Fernando López Vargas-Machuca dijo...

Gracias por tus reflexiones, Nemo. Lo que apuntas sobre el cine es particularmente interesante: no está tan sacralizado porque en buena medida es, y sigue siendo, un entretenimiento, aunque comparta este carácter con evidentes cualidades artísticas. Lo cierto es que conozco a un gran melómano que sigue afirmando -a estas alturas- que Hitchcock era ante todo un "entretenedor" cuando a mí me parece el más grande de los cineastas, pero no por eso se me ocurre lanzarme al cuello y decirle que es un ignorante.

En el mundo de la música sí, y ahí somos todos un poco culpables. Pero lo cierto es que resulta dificilísimo opinar sin temor a que te apedreen. En la música contemporánea es verdad que se da mucha caña, muchísima, pero también hay no pocos intereses creados. Por ejemplo, no es infrecuente ver a un compositor escribiendo en un diario de tirada nacional la crítica del estreno mundial de un colega. Pero nada, nada infrecuente (me muerdo los labios aquí). ¿En qué medida podemos estar seguros de su sinceridad? ¿Hasta qué punto hay que leer entre líneas? ¿Cuántas cosas se callan?

Doctor Amor dijo...

fernando López Vargas-Machuca,

Nos queda claro que es usted una víctima...pero de sus propias palabras!No nos vuelva a engañar.

Opinar no está mal, siempre y cuando se haga desde el más profundo de los respetos. Lo que usted ha hecho no es opinión: roza la difamación y el insulto, con el agravante de no saber de lo que habla y de no molestarse lo más mínimo en informarse.

Y de ahí su ridículo espantoso, del que no ha sabido zafarse, tan solo, con sus desafortunados comentarios de muy mal gusto, ha ahondado en su propia infamia...Le confieso que a mí, desde luego, me ha dado vergüenza ajena su reacción.

Admítalo, se le ha ido la pluma y no ha sabido reconducir la situación. Rectificar es de sabios, y usted, pues bueno...

Visite a su médico, yo creo que una mínima terapia puede ayudarle a recapacitar.



Cristian Muñoz Levill dijo...

Bueno, no es cosa más que hacer un poco me memoria para que vengan a la cabeza los nombres de la "gran época" de la crítica musical, encabezados por el sostenidamente insoportable Eduard Hanslick.

Tal como se desprende de lo dicho en este post, la "crítica" no apunta a las obras consagradas por el paso del tiempo, sino que prefiere desquitarse con la novedad, independientemente de su época. Como bien se sabe, prácticamente todos los grandes compositores fueron vapuleados por "expertos" coetáneos (Beethoven, Berlioz, Schumann, Brahms, todos los compositores rusos, Wagner, Mahler, Bruckner, la segunda escuela de Viena...), hasta que, por supuesto, deja de ser bien visto.

Juan José Roldán dijo...

He esperado bastante para añadirme a esta digamos polémica en torno a la opinión de Fernando López Vargas-Machuca sobre el tipo de artistas que suelen ser convocados por la Barroca de Sevilla, en especial Enrico Onofri y muy particularmente en el caso que nos ocupa, Amandine Beyer. Y lo hago en esta entrada en lugar de la correspondiente porque entiendo que aquélla ha quedado zanjada y porque en los comentarios se vierten tantos improperios y acusaciones de mal gusto e infundada razón que prefiero no compartir página. Yo mismo asistí al concierto de anoche en el Maestranza y vertí mi opinión como crítico musical en El Correo de Andalucía y mi propio blog. Me gustó, como lo hizo en las anteriores ocasiones en que he podido verla en Sevilla.

Sin embargo, nadie que siga este blog ni sus amigos puede tachar a Fernando de persona mal informada, poco cultivada o irresponsable. Quizás en sus formas resultara algo agresivo y desconsiderado, no más desde luego de como se las gastan otros críticos muy respetados, como el que se cita en esta columna a colación de la no tan desafortunada película de Nate Parker. Además está en su blog y lo mantiene precisamente para eso, para opinar y advertir cuando lo estime oportuno. En la inteligencia de cada persona debe distinguirse qué opinión seguir y cuál no, pero de ahí a lanzar improperios como energúmenos... Y algunos lo hacen, la Sra. de Jerez, el Doctor Amor aquí, y sobre todo fgs. Encima se parapetan en el anonimato, mientras Fernando denuncia abiertamente sin miedo ni hipocresía. Puede que sus maneras no fueran en este caso las más sutiles, pero fueron razonadas y definidas, cosa que no se puede decir de sus detractores, que echaron simplemente mano del insulto y la descalificación, sin reflexionar sobre el daño que eso puede provocar sobre la persona a la que atacan.

Los estudios comparativos, los centenares de grandes espectáculos musicales que atiende, sus reflexiones sobre grabaciones y artistas, demuestran que Fernando es una persona extremadamente culta en la materia que nos convoca, responsable, que escucha una y otra vez, una y otra versión, compara y trabaja sin recompensa económica ni reconocimiento más allá de la mucha gente igualmente cultivada y exquisita que sigue su blog. No merece ni de lejos los improperios que ha recibido en estos últimos días, la censura a la que ha sido sometido. Merece tan sólo respeto, y el artista que se sienta agredido por unas opiniones así sólo demuestra que no está a la altura, ni en humildad ni en talante, y que no sabe encajar que la exposición pública tiene eso, que a unos gusta y a otros no. Por eso a mí me gusta Amandine Beyer y a Fernando no, pero tan amigos. Discutir sobre el tema consistiría en intentar convencerse unos a otros de nuestras posturas, pero no insultarse por no compartirlas. Confío en la grandeza de Beyer para, si esta polémica llega a sus oídos, restarle importancia más allá de la mera reflexión, inteligente y formada. Pero quienes aquí se han limitado a insultar e intentar hundir al bloguero poca grandeza demuestran.

Anónimo dijo...

Yo creo que opinar cualquiera lo puede hacer, faltaría más. Otra cosa es el papel que juega el crítico. Nunca me ha quedado claro qué hay que estudiar para ser crítico, o qué méritos hay que tener. No sé si todos saben leer una partitura (sé que Arteaga sabía), tocar un instrumento o si alguna vez se han puesto delante de un público o un micrófono a interpretar una obra archiconocida y ya con muy buenas interpretaciones. Por ejemplo, para mí, para poner notas como hace usted y otros críticos a interpretaciones de Klemperer, Barbirolli, Szell, y tantos otros hay que ser o un maestro como ellos o un tanto osado. Siguiendo la línea de su entrada de hoy no sé por qué no puntúa las películas de cine, las sinfonías de Beethoven, las catedrales, etc. Opine desde luego pero no sé por qué su opinión, que yo respeto, va a ser más válida que la de otro colega u otro melómano. Además, es difícil que las opiniones de los críticos coincidan, más bien hay gran disparidad. Para mí está claro que la apreciación artística es muy subjetiva y los críticos también son subjetivos, tienen sus filias y fobias como cualquiera de nosotros. Usted recordaba el otro día a Arteaga en otra entrada. A mí lo que me gustaba en él era su carácter abierto para apreciar las distintas interpretaciones. Seguramente unas le gustaban más que otras pero él sabía trasmitir el placer de la escucha.
Como decían en otro comentario, en el pasado los críticos vapulearon obras hoy consideradas obras maestras. Pienso en Melville al que machacaron y hoy sus obras son consideradas en general como hitos. Precisamente en su novela Mardi le dedica a los críticos unos comentarios muy interesantes. Por su puesto, la opinión es libre y bienvenida pero no entiendo por qué porque a uno le guste “los de la tripa” , Barenboim u otro intérprete haya que criticarle.
LV

Fernando López Vargas-Machuca dijo...

Gracias a Cristiandelicia y a LV por sus consideraciones.

Juan José, tus palabras me han emocionado.

A Doctor Amor nada tengo que decirle, salvo que con su anonimato está ensuciando el nombre de otros aficionados y/o músicos que seguro que no son como él. Porque no serán poco los que piensen que el mundillo de la música antigua en Sevilla está integrado por un conjunto de fascinerosos. Y seguro que no es así.

Nemo dijo...

"Nunca me ha quedado claro qué hay que estudiar para ser crítico, o qué méritos hay que tener."

Yo valoro que el crítico haya realizado una escucha atenta, ordenada y comparada de una amplia selección de registros, haciendo un esfuerzo por valorarlos, jerarquizarlos. Con sus gustos, claro, faltaría más. Yo no puedo hacerlo, o no tan amplias y sistemáticas, y por eso leo y aprendo.

"Siguiendo la línea de su entrada de hoy no sé por qué no puntúa las películas de cine, las sinfonías de Beethoven, las catedrales, etc."

Las puntuaciones, o los rankings, no son más que una técnica de ordenación. La ordenación te obliga a comparar de forma sistemática, a revisar juicios (parciales), a reflexionar y reconsiderar valoraciones previas, a explicar y explicarse... vamos, aquello a lo que un crítico dedica mucho tiempo y dinero, y que al escribir y publicar (¡y gratis!), comparte.

Bruno dijo...

Ya se sabe que para ser crítico de cine hay que haber dirigido tres películas con Oscar, para de letras naber escrito tres novelas con multiediciones y para de arquitectura haber diseñado el Partenón y colaborado en su construcción.
¡Viva la libertad!
La contracrítica me pareció miserablemente razonada.

Fernando López Vargas-Machuca dijo...

Gracias a Nemo y a Bruno por sus comentarios sobre cuestiones que yo no he tenido tiermpo de abordar con la profundidad precisa.

Como dicen ambos melómanos, para ser crítico de música no hay que ser músico. Como no hay que ser pintor para ser crítico de pintura, cineasta para serlo de cine, cocinero para escribir como crítico culinario, futbolista para hacer críticas de fútbol... El etcétera es muy largo. ¿Entonces? Yo diría que tres cosas. La primera, cierta experiencia como espectador/oyente/lector o lo que en su caso corresponda. Yo no podría escribir dentro de unos meses una crítica taurina por muchísimo que me preparase. La segunda, unos criterios más o menos definidos, coherentes y razonados. Tercero, ser capaz de expresar esos razonamientos de una manera clara, inteligible y con una literatura lo menos pretenciosa posible. Añadiría una cuarta: una combinación nada fácil entre respeto al artista y valentía para expresarse con toda la contundencia posible cuando las circunstancias lo requieran. Y una quinta que no viene nada mal: mantenerse al margen de los círculos de artistas, porque eso suele crear serios compromisos que coartan de manera considerable la libertad al escribir. ¿Y quién dice hasta qué punto el crítico de turno cumple con esos requisitos? Obviamente el lector, concediéndole mayor o menor crédito.

Ahora sigo...

Fernando López Vargas-Machuca dijo...

A LV le diré que eso de puntuar interpretaciones a mí siempre me ha parecido un tanto pueril, sencillamente porque no existe un sistema de categorización universal para algo tan subjetivo como es la percepción artística. Ahora bien, resulta extremadamente útil para transmitir de la manera más rápida posible lo que nos ha gustado o disgustado algo. Las revistas están llenas de estrellitas que sirven al lector para saber qué película u obra de teatro le interesa no perderse de la cartelera, por ejemplo.

¿Y por qué no clasificamos catedrales, pregunta LV? Pues mire usted, me ha hablado de mi especialidad, y resulta que al final sí que las clasificamos. Aunque crítica de arte e historia del arte no son la misma cosa, los historiadores también entramos a valorar y decimos, por ejemplo, que la Catedral de Chartres está más conseguida que la de París porque resuelve de manera más satiafactoria la articulación del sistema de soportes sustituyendo los pilares cilíndricos de la catedral de la capital francesa por pilares baquetonados que recogen los nervios de las bóvedas, dando como resultado una apariencia más orgánica, más ágil y con un mayor sentido de la verticalidad. ¿Ve usted? No necesito ser Villard de Honnecourt para emitir una valoración cualitativa basada en una argumentación más o menos razonada. Pues eso mismo se puede aplicar a la interpretación musical. Otra cosa es que los constructores de las catedrales estén muertos hace muchos siglos mientras que los músicos del concierto a los que hemos asistido estén vivos y se puedan molestar seriamente. Molestia por completo comprensible, pero que "va con el lote", igual que para un cura puede resultar muy desagradable oficiar entierros y para un profesor, que es lo que soy, aguantar a alumnos rebeldes y a padres despreciativos. No nos pagan para eso, pero sabemos que va con la profesión. Los músicos deberían comprenderlo.

Por otra parte, como bien dice Nemo, la necesidad de emitir una valoración y plasmarla numéricamente resulta un ejercicio de razonamiento de lo más sano. Yo he aprendido mucho desde que, cada vez que escucho cualquier cosa, tomo al terminal unas líneas de apuntes y coloco una puntuación en una libreta personal (documento word) que tengo. Porque me obliga a realizar una escucha activa y una meditación en la que le puedo sacar mucho más partido a lo que he escuchado, lo que a su vez permitirá que en próximas audiciones de las mismas obras esté pendiente de aspectos nuevos.

Una ultimísima cosa a LV: Arteaga era capaz de transmitir un extraordinario entusiasmo sobre interpretaciones de signo muy diverso, pero también podía dar palos extraordinariamente duros. Las cosas que de Gerard Mortier -uno señor muchísimo más reputado que Amandine Beyer, dicho sea de paso- dijo por la radio destilaban un desprecio y una irritación muy considerables. Pero a él, que sepamos, no le llovieron insultos personales de los fans de Mortier por hacerlo.

Juan Ramón Lara dijo...

Estimados todos y todas:

Este párrafo me resulta de lo más interesante:

"la Catedral de Chartres está más conseguida que la de París porque resuelve de manera más satisfactoria la articulación del sistema de soportes sustituyendo los pilares cilíndricos de la catedral de la capital francesa por pilares baquetonados que recogen los nervios de las bóvedas, dando como resultado una apariencia más orgánica, más ágil y con un mayor sentido de la verticalidad."

Aparecen ahí argumentos de alguna enjundia técnica –en un amplio sentido de la palabra–, de los que no veo equivalente en la larga discusión de tres posts que sostienen ustedes en torno a la Beyer, Szeryng et al. He leído solo generalidades sobre "expresividad" y "sonido", descalificaciones y calificativos subjetivos. La interpretación de la música, al menos como yo la concibo, es otra cosa, relacionada con cuestiones concretas articulatorias o de importancia de cada nota en el fraseo, que no encuentro en su discusión por ninguna parte. Tal vez ahí haya un terreno objetivo en el que tal discusión tenga sentido.

Un cordial saludo a todos.
Juan Ramón Lara

Fernando López Vargas-Machuca dijo...

Estimado señor Lara:

Gracias por su participación, por su educación y por aportar una réplica de interés. Dicho esto, entiendo que cuando afirma que “aparecen ahí argumentos de alguna enjundia técnica (…) de los que no veo equivalente en la larga discusión” y que ha leído “solo generalidades sobre "expresividad" y "sonido", descalificaciones y calificativos subjetivos”, lo que está diciendo es que encuentra todo lo que hemos escrito falto de valor. Lamento que tenga semejante consideración sobre lo que un servidor y otros hemos escrito. Habla de las descalificaciones a la señora Beyer, pero no habla de las gravísimas descalificaciones ad hominem que yo he recibido. Tampoco lo hacía en su misiva su colega el señor Ventura Rico. Entiendo que ustedes no encuentran necesidad alguna de censurar estas últimas, por los motivos que sea: cada cual podrá imaginarlos según su criterio.

Comprendo que su visión de lo que es la crítica no coincida en absoluto con la mía, y probablemente con la de muchas otras personas, por la sencilla razón de que usted ejerce al mismo tiempo de músico profesional (colabora, por ejemplo, con la Orquesta Barroca de Sevilla) y de crítico musical en un diario sevillano. Su visión, al ser al mismo tiempo las dos cosas, le otorga una perspectiva muy distinta a la del común de los mortales que no tocamos otro instrumento que la zambomba por Navidad. No le discuto que haya una relación directa entre el cómo se hacen las cosas (decisiones técnicas sobre la interpretación) y el porqué (intenciones expresivas detrás de las referidas decisiones), pero no me parece que sea necesario argumentar técnicamente para aplaudir o descalificar estéticamente una interpretación.

Dicho esto, confieso haber caído en mi propia trampa al poner la Catedral de Chartres como ejemplo. Demasiado abstracto, aunque permítame seguir con el mundo de la arquitectura gótica. ¿Conoce usted la iglesia de San Antonio Abad de Trigueros, provincia de Huelva? Es una especie de réplica de Santa Ana de Triana realizada en época algo posterior. Todos coincidimos en que la iglesia onubense es mucho menos afortunada: versión “basta” de la hispalense. Aquí no se puede hablar de la articulación de los soportes ni de nada parecido. Simplemente de tosquedad, de falta de pericia en la realización… El especialista podrá quizá argüir, qué sé yo, limitaciones provocadas por el hecho de haber reutilizado parte de un edificio hispanomusulmán anterior, pero la valoración estética la da simplemente el ojo.

Vámonos a Sevilla: la portada de El Salvador suele considerarse como una obra que no está a la altura de las circunstancias. ¿Razones? Pesadota, desproporcionada, con una deficiente relación entre sus dos cuerpos. Bueno, ¿y quién dice que esa relación sea deficiente? ¿Un matemático, un geómetra, un arquitecto? No: basta con tener un poco de ojo, un poco de sensibilidad, haber visto suficiente arquitectura de esa época, tener un cierto conocimiento de la historia del arte, ser capaz de establecer comparaciones… Así de simple.

Un saludo a todos.

Fernando López Vargas-Machuca dijo...

Una cosa más me gustaría apuntar, volviendo a la idea que dio origen a esta entrada. En el mismo diario donde escribe sus críticas –generalmente coincidiendo con la celebración del Festival de Música Antigua– el señor Lara puede leerse, de ayer mismo, una crítica firmada por Manuel J. Lombardo sobre una película realizada con fines solidarios (recaudación para una fundación benéfica) que se llama “Lo que de verdad importa”. La cinta no la he visto, pero eso ahora no viene al caso. Lo que me interesa es el título, “Solidaridad de rastrillo pijo”, y que en ella se escriben cosas como “lo que encontrarán a cambio es un cuentecito rancio, blanco e infantiloide sobre milagros y curaciones en una pequeña e idílica localidad de Cortilandia, una anacrónica y cándida historia de redención (sic) plagada de clichés del buenismo y carente de todo valor cinematográfico. Por lo visto, a la infanta Elena le ha emocionado mucho.”

No sé si el tono empleado por este crítico es mucho más educado, respetuoso, y objetivo, menos visceral que el que yo he usado cuando escribía que en la interpretación historicista “hay mucho pedante que se escuda en la presunta fidelidad histórica, en la necesidad de actualizar los criterios interpretativos y en la apuesta por lo original para ocultar su petulancia, su mediocridad o –peor aún– una mezcla de ambas cosas”. ¿Sí lo es, señor Lara, señor Rico, señores anónimos? Tampoco sé si los autores de la película le habrán escrito emails a la redacción del diario diciéndole las mismas cosas que a mí me han dicho en este blog. Lo que sí sé es que en su crítica, que se puede leer completa en el siguiente enlace, no se justifica semejante valoración hablando de cómo es el montaje, de qué manera se articula el guion, de lo adecuado o no del formato panorámico cuyo uso se cita, de la utilización expresiva del color o cómo se integra expresivamente la banda de sonido. Tampoco lo hace la crítica del señor Colón a la que hacía referencia en la entrada. ¡Ni falta que les hace! Se están limitando, desde su criterio personal por completo subjetivo, aunque ciertamente basado en una larga experiencia de visionado y de reflexión sobre cine, qué sensación les causa la película de turno y si se la recomiendan a sus lectores. Como hacemos casi todos, con mayor o con menor fortuna.

Saludos cordiales.

Antonio Pérez Villena dijo...

Yo creo que cuando se criticó la interpretacion de Beyer (y discúlpenme si me he perdido entre tanto post y tanta paja...) si se comentaron aspectos de índole técnica. "Expresividad" puede ser escurridizo como término, vale, pero hasta donde llegaron mis conocimientos de un par de años en el profesional, capté que está bastante ligado a la articulación y al sonido, que es donde a mí la interpretación de la srta. Beyer me deja más frío que un témpano. Sonido áspero es algo que podemos identificar de forma automática por ejemplo con Gidon Kremer, cuyo Bach hace muchos años me sacó de mis casillas.

Fernando López Vargas-Machuca dijo...

Efectivamente, Antonio, y gracias por tu participación. Kremer es un ejemplo perfecto de violinista de enorme reputación que algunos (o muchos) consideramos insufrible, entre otras cosas, por la aspereza del sonido. ¿Y quién dice que es áspero? ¿Quién es usted para atreverse, encima sin mediar una explicación técnica de por qué es áspero o por qué no lo es? ¿Quién es usted para llamar fraude a alguien que ha trabajado con los más grandes, de Maazel a Barenboim pasando por Argerich, y ha vendido infinidad de discos? Pues no soy nadie, mire. Pero no me van a impedir que comparta mis impresiones, aunque esa sea su intención cargándome de insultos.

Cordiales saludos.

Miguel Ángel dijo...

Bueno, si algo ha quedado claro aquí, es que algunos visitantes anónimos del blog se la tienen jurada a Fernando. Es normal; es algo que le ocurre a menudo a aquellos que manifiestan públicamente sus opiniones con educación, sí, pero sin pelos en la lengua. Y está más claro aún que prevalecen las inquinas personales de cierto sector del mundillo musical de la zona, en general, bastante desinformado y poseedor de un pésimo gusto, hacia el cultísimo, refinado y enciclopédico saber de Fernando. La envidia, ya se sabe, es pura ponzoña.

Aún así, es fácil encontrarle una parte lúdica a sus comentarios: según dicen aquí algunos atrevidos, es un disparate criticar a Klemperer, Barbirolli, Szell sin ser un maestro como ellos. Es la tontería más grande que he leído en mi vida. O sea, ¿que debo escribir mejor que Joyce para criticar la obra Zafón? ¿O ser un Griffith redivivo para afirmar categóricamente que Spielberg es un "moñas" insoportable desde hace años? ¿O superar los logros de Pollock para reírme de algunos autores modernos que sólo saben emborronar lienzos? Por favor, un poco de seriedad.

Veo que también se apunta aquí a que es condición sine qua non saber destripar técnicamente una interpretación musical para poder juzgarla con propiedad. Pues vuelve a ser un enunciado la mar de divertido, pues es fácil ver que abundan los intérpretes que tocan con precisión mecánica inmaculada, con técnica pasmosa y hasta con un sonido precioso (véase, v.g., la escuela china de violín) pero que son pésimos músicos, malos de solemnidad. Y viceversa. Aunque esto, lamentablemente, es mucho menos frecuente (¿recuerdan a Menuhin?). Aquí no se habla sólo de técnica ni de sonido; se habla, sobre todo, de arte, de alma. Y eso, ¿qué narices es?, dirán los miembros del grupito que tanta hiel está vertiendo sobre el autor de este blog. Pues eso, señores, es algo que si ustedes no entienden por sí mismos, nadie podrá explicárselo. Es demasiado elevado.

La próxima vez escojan mejor el nombre de su cabeza de turco, por que esta vez han pinchado en hueso.

Miguel Ángel

Fernando López Vargas-Machuca dijo...

Muchas gracias por tu participación y por tus elogios, Miguel Ángel. Estos últimos no los merezco en absoluto. Solo una cosita, pero sobre Spielberg: a mí "El puente de los espías" me gustó mucho. De "Mi amigo el gigante", mejor no hablemos. Saludos.

Antonio Pérez Villena dijo...

Comparto que a veces Spielberg es ñoñas y edulcorado hasta provocar diabetes jajaja.

Las cosas en su contexto, que no se trata que Fernando esté gestionando el Maestranza y le niegue el contrato a un músico, eso ya sería otra cosa.

Ismael G. Cabral dijo...

Fernando,

Desde mi admiración por Amandine Beyer, a la que no pude escuchar por encontrarme en Madrid disfrutando de una propuesta más afín a mis intereses, la ópera "La Ciudad de las Mentiras", de Elena Mendoza, quería mostrarte mi total respeto por tu ejercicio democrático de crítica.

Como tú mismo te has encargado de publicitar, nuestros criterios son antagónicos en la mayoría de las ocasiones, también en lo que compete a Beyer, pero esto no es óbice para iniciar ninguna persecución por un comentario que libremente expones en tu blog. Sí me sorprende, me lo permitirás, tu sorpresa y tus desvelos hacia quienes te condenan cuando tú mismo, creo, has incurrido en virulentas invectivas contra quienes no piensan como tú; pero eso es otro asunto.

Por otra parte, es muy certera tu comparación con la crítica cinematográfica, donde todo está permitido y nadie se escandaliza. Esto incluso sucede en el flamenco; si quienes ejercemos el periodismo musical en el ámbito clásico utilizáramos los modos de nuestros colegas de la crítica jonda; seríamos atizados en la plaza pública.

Saludos

Juan Ramón Lara dijo...

Gracias también por el tono, Sr. López Vargas-Machuca.

Cuando escribí "enjundia técnica" añadí muy conscientemente "en un amplio sentido de la palabra" porque comparto con usted la convicción de que el conocimiento técnico en un sentido muy restrictivo (como saber qué es un acorde napolitano o en qué tonalidad se toca mejor el traverso) no es imprescindible, aunque sí deseable, en un crítico; unos por ser profesionales y otros por no serlo, supongo que cada uno tenemos nuestras limitaciones y hemos de asumirlas.

Mi objeción iba por otro terreno, aunque cercano: desde mi punto de vista la crítica sin argumentos objetivos queda reducida al título de uno de sus posts, "Me gusta/No me gusta", y ahí, en ese terreno subjetivo, yo le veo poco sentido; difícilmente podemos compartir ideas que no pertenecen más que a un mundo interior: en este género no estamos escribiendo poesía. Por ello creo necesario –por ejemplo, en una comparación entre la versión de Szerying y la de Beyer– detalles concretos que hagan más deseable una que la otra, más allá de la "expresividad", la "musicalidad", "el alma" (este no es suyo) u otros conceptos inconcretos que me recuerdan a la "intensidad" en los deportes: un comodín que todo lo explica sin decir gran cosa. Yo admiro el sonido recio, el buen legato y la limpieza de Szerying en esa versión (eso faltaba); sin embargo creo que su fraseo adolece de un defecto muy de mediados del siglo XX: una homogeneidad (tiradas de notas del mismo peso, el mismo color, el mismo ataque y la misma articulación, sea legato total o un stacaccato tatatatatata) que empobrece los detalles del fraseo en comparación con la Beyer, que cuida más el modo de decir cada nota con el peso justo, la articulación variada –de una nota a la siguiente– y la flexibilidad de tiempo debida. No es culpa de Szerying: como en todos los conservatorios mainstream del siglo XX lo enseñarían a hacer escalas homogéneas, algo totalmente ajeno al resto del universo de la música de todos los tiempos. Las hace muy bien, seguramente mucho mejor que la Beyer, pero es más pobre.

Por supuesto no pretendo decir que todas sus críticas –de vez en vez lo leo con agrado– adolezcan de falta de argumentos objetivos, pero aquí sí, sin duda.

En los fangos de la discusión anterior comprenderá que no entre. Ni me interesan demasiado ni deseo que me salpiquen.

Un cordial saludo
Juan Ramón Lara

Juan Ramón Lara dijo...

(El pasaje en torno a los 10:50 de la Beyer y a los 12:00 de Szerying puede servir de ejemplo, aunque hay mil más)

Fernando López Vargas-Machuca dijo...

Gracias por compartir tus impresiones, Ismael.

Tienes razón en que a veces yo mismo me he pasado de la raya: ya sabes que soy de temperamento inflamable. Te pido disculpas públicamente por aquellas meteduras de pata (¿ven ustedes, qué fácil es pedir perdón?). Dicho esto, cuando he pataleado contra alguna cosa que tú o algún otro haya escrito, ha sido en solitario, firmando con mi nombre y sin mandar a nadie al manicomio ni decirle que se vaya de paseo para hacerle un favor a la humanidad. Lo que están haciendo contra mí, como me decía un amigo común nuestro, es un linchamiento en toda regla, usando repetidamente el anonimato, con una agresividad extrema y atacando desde varios los flancos, probablemente de común acuerdo entre varios de ellos, y quién sabe si azuzados por algún líder espiritual. Otra diferencia fundamental: no es un melómano (crítico) contra otro melómano (crítico también), sino un grupo de músicos (ahora algunos dirán que no lo son, pero no habrá quien se lo crea) contra alguien que, quizá por primera vez, se ha atrevido a hablar en público, aunque desde un sitio tan limitadísimo en difusión como un blog, en contra una de las estrellas con las que ellos colaboran. Y que conste que en esta entrada ni he ido de víctima (el tipejo que arriba escribe bajo el pseudónimo “Doctor Amor” miente con el mayor descaro) y ni he lanzado consignas del tipo “la música antigua de Sevilla intenta ejercer el totalitarismo sobre la crítica”, lo cual sería muy burdo y simplificador. Mi intención era reflexionar sobre esta relación entre la crítica cinematográfica y la musical que me parece no poco interesante y que da muchísimo que pensar.

Por cierto, en mi réplica anterior se me olvidó el enlace a la crítica de Lombardo: http://www.diariodesevilla.es/ocio/Solidaridad-rastrillo-pijo_0_1111389314.html
Y ya que hablamos de relaciones entre artistas y público, ya estarás al tanto de cómo en el Teatro Real algunos gritaron que La ciudad de las mentiras es una puta mierda delante de la autora. Seguro que Elena Mendoza no se ha liado a bolsazos con nadie y que tampoco rebusca en los foros para, bajo pseudónimo, poner a caldo a sus detractores. Una pena haberme perdido este estreno, y más aún –para mí- perderme el Billy Budd, pero no podía ser.

La interesante nueva réplica de Juan Ramón Lara da para mucho que hablar, pero precisamente por eso la dejo para mañana. Vengo del trabajo (mi turno este año es vespertino) y estoy verdaderamente cansado.

Saludos cordiales a todos.

PD: mientras he escrito todo esto he seguido escuchando a la Beyer. Y lo siento, su Bach me resulta desagradable. ¡Qué le voy a hacer!

Fernando López Vargas-Machuca dijo...

Estimado señor Lara:

Ante todo, muchas gracias por interesarse por contrastar ideas y por hacerlo aportando cuestiones tan interesantes. Entiendo sus reproches de no haber concretado casi nada sobre la Beyer, pero supongo que se daría usted cuenta de que mi entrada comparándola con Szeryng estaba escrita a vuelapluma, improvisadamente a raíz de las réplicas recibidas por la entrada anterior; lo hice intentando darle una oportunidad a la violinista con su grabación de estudio (no sé si coincide conmigo en que el vídeo deja muchísimo que desear, y no por la toma sonora) y con la intención de que los lectores pudieran comparar por sí mismos sin mediar explicación.

Su análisis comparativo con Szeryng me resulta admirable, pero no comparto la valoración final. Sí, claro que la Beyer resulta mucho más flexible y variada en los acentos. Pero precisamente lo que no me gusta de ella es, además de la aspereza de su sonido (cuestión por completo subjetiva) que esas libertades (en la acentuación, pero también en el tempo: ¡menudas carretitas!) las utiliza con una idea expresiva (subjetividad de nuevo) que no me gusta; una idea que para mí tiene que ver con el capricho, con la frivolidad y con la ausencia de espiritualidad (subjetividad aquí elevada a la enésima potencia). Quizá la culpa la tenga Rachel Podger: hace poco escuché su integral y me gustó bastante. La violinista inglesa no parece menos históricamente informada que su colega, y sin embargo su fraseo me resulta mucho más natural, menos nervioso, más sensato en los tempi; su expresividad, no todo lo contrastada y honda que a mí me hubiera gustado, tampoco muy atenta a los aspectos más dramáticos de la música bachiana, pero sí menos afectada, más sincera, más comunicativa; y la belleza de su sonido mucho mayor.

De la cuestión que en esta entrada comento acerca de la crítica cinematográfica no me dice nada. Supongo que, al escribir en las mismas páginas que los señores Colón y Lombardo, prefiere mantenerse al margen de tal asunto. Obviamente, aunque a veces discrepe de las valoraciones que estos emiten y a veces también del tono utilizado (¡como se puede discrepar del que yo utilizo en otras ocasiones, claro!), yo sí comparto con ellos la valoración crítica como una experiencia subjetiva. Y como este es, el de la subjetividad de la experiencia musical, un tema que da para largo, permítame que continúe mi respuesta en una nueva entrada que permita cerrar este ya en exceso largo hilo.

Muchas gracias por su atención y saludos a todo el mundo.

La Bella Susona: el Maestranza estrena su primera ópera

El Teatro de la Maestranza ha dado dos pasos decisivos a lo largo de su historia lírica –que se remonta a 1991, cuando se hicieron Rigoletto...