miércoles, 22 de febrero de 2017

Concierto John Williams con la Filarmónica de Málaga

Adoro la música de John Williams. ¿De segunda fila? Es posible, aunque nada malo veo en ello. ¿Sin nada novedoso que aportar a la evolución de este noble arte a lo largo de las últimas décadas? Muy probable, sin que tampoco encuentre delito en tal circunstancia. ¿Facilona de escuchar y plagada de convenciones? Sin lugar a dudas: cuando se escribe para la pantalla grande resulta imprescindible llegar a un público en su inmensa mayoría no familiarizado con las novedades del lenguaje musical. ¿Deudora de muchos de los grandes compositores de finales del XIX y del primer tercio del siglo XX? Por supuesto, pero no por ello anda escaso de personalidad: John Williams siempre suena a John Williams incluso cuando cita más o menos directamente a Tchaikovsky, a Prokofiev, a Stravinsky, a Copland o a Walton.


Lo cierto es que el compositor de Star Wars ha sabido llegar al corazón de cientos, miles de personas en todo el mundo. E incluso les ha preparado los oídos –a mí mismo, sin ir más lejos– para ir a mayores y disfrutar de los grandes genios. ¿Y cómo ha conseguido esto? Pues con una música que es al mismo tiempo popular y culta, que está fabulosamente escrita en el aspecto técnico –nada de silbar melodías: contrapunto y desarrollo temático son formidables–, que alcanza siempre una extraordinaria conjunción con la imagen –sin que sea imprescindible ésta para disfrutar de los pentagramas– y, sobre todo, que ofrece una inspiración de altísimo nivel, aunque –como todo el mundo– haya conocido altibajos y ahora, a sus ochenta y cinco años, no se encuentre en su mejor momento creativo: Mi amigo el gigante dejaba que desear.

Ofrecía el pasado domingo la Filarmónica de Málaga un concierto bajo la dirección de Arturo Díez Boscovich –simpatiquísimo y muy hablador presentando cada obra– cuyo programa Indiana Jones/Harry Potter, supongo que diseñado por el joven maestro malagueño, parecía pensado para mí: yo hubiera escogido exactamente las mismas piezas, aunque eché de menos la ausencia de tres de las inicialmente previstas, suprimidas sin mediar explicación.

Comenzaron con la celebérrima Raiders March, que desde el punto de vista interpretativo dejó más o menos clara la línea que iba a seguir el concierto: orquesta con evidentes desigualdades entre sus familias, sonando los metales más bien pobres para las exigencias de esta música, y dirección vistosa, animada y entusiasta, aunque sin muchas sutilezas.



Siguió el bellísimo Marion’s Theme, en un afortunado arreglo de concierto que el compositor, no siguiendo su tónica habitual, decidió no incluir en el disco. The Basket Game corresponde a la escena de la persecución de la cestas en la primera de las películas de la tetralogía, un portentoso ejercicio de virtuosismo compositivo –y de sincronización con la pantalla– un tanto en la línea de los scherzos de Prokofiev que adora el norteamericano. The Map Room, desdichadamente sin la presencia del coro, es uno de los mejores fragmentos de la obra del maestro: pleno desarrollo del ominoso tema del Arca de la Alianza cuando el protagonista utiliza un rayo de luz para localizar su ubicación a través de una maqueta. Siguió la electrizante Mine Car Chase del Templo maldito, otro prodigio de escritura orquestal en el que, me temo, ni orquesta ni director lograron alcanzar el frenesí de la interpretación original.

De la cuarta entrega del aventurero interpretado por Harrison Ford nos llegaba el Irina’s Theme. Decía Díez Boscovich que le recordaba a los grandes temas de amor del cine negro vinculado a mujeres fatales; podría ser, pero a mí las primeras cuatro notas me parecen prestadas de uno de los temas rusos –el personaje es una agente soviéticaescritos por Nino Rota para Guerra y Paz. De la misma película venía Call of the Crystal: ¿por qué no mejor la excitante A Whirl Through Academe que estaba también prevista? El Scherzo for Motorcycle and Orchestra de The Last Crusade fue lo más inspirado de Williams para el tercer título de la saga, acción y humor a tope con una habilidad increíble para jugar con el ritmo, la orquestación y los leitmotivs.


Fabulosa idea la de incluir el brillantísimo, maravilloso arreglo del Anything Goes de Cole Porter realizado por John Williams  para el capítulo segundo; no hubo coro, pero sí una digna solista vocal llamada Bárbara Pareja. Lo peor vino al final de esta primera parte del concierto: títulos de crédito de la misma película sólo desde la melodía del pequeño Short Round, es decir, sin poder escuchar el tema del Templo maldito propiamente dicho. ¡Qué rabia!

Las tres primeras películas de Harry Potter se encuentran llenas de temas muy inspirados por parte de Williams, aunque también de otros que no lo están tanto. De la primera de ellas ofreció una suite de concierto extrañísima, por estar orquestada cada una de sus piezas, salvo Hedwig’s Flight y Harry’s Wondrous World –inicio y final–, para un determinado conjunto de instrumentos. Así, Hogwarts Forever sonó en el conjunto de trompas lo más flojo de la Filarmónica de Málaga, al menos este domingo–, Voldemort para la madera grave, Nimbus 2000 para las maderas en su totalidad, Fluffy and his Harp en su orquestación original para arpa y contrafagot (¡estupenda la primera, sensacional este último en su dificilísima parte!), Quidditch para los metales, Family Portrait para la cuerda grave –si no recuerdo mal–, y Diagon Alley en su plantilla original para pequeño conjunto de vientos, percusión y violín stravinskiano (perfecta la concertino, por cierto). Se disfrutó, en definitiva, de una "Guía de orquesta para jóvenes" a la manera de Williams. 

 

Suprimidos los dos inspiradísimos fragmentos que se habían seleccionado del tercer título de la saga Aunt Marge’s Waltz y A bridge to the Past–, concluyó el concierto con dos páginas del segundo, el noble tema de Fawkes the Phoenix y The Chamber of Secrets, sin duda las piezas mejor interpretadas: cuerda empastadísima, cálida y dúctil fraseando la melodía dedicada al fénix, perfecto el equilibrio de planos y la seguridad de los metales en el excitante arreglo de concierto del tema dedicado a la cámara donde se esconde el basilisco.

Yo me lo pasé en grande. El público, muy joven en su mayoría, también lo hizo, corroborando la excelencia de la iniciativa. Una puntualización: señalaba Díez Boscovich que cuando él era pequeño no se hacían conciertos de música de cine, y eso no es del todo exacto. Yo pude ver y escuchar a Jarre, a Golsmith, a Elmer Bernstein, a Morricone, a Nieto, a Yared, a Shore, a Raksin dirigiendo a North o a Savina dirigiendo a Rota en los tristemente desaparecidos Encuentros Internacionales de Música de Cine de Sevilla. ¿Por qué se fue al traste aquello?

2 comentarios:

Julio César Celedón dijo...

Que lástima que no se incluyó "Buckbeak's flight", es una delicia. Siempre me ha sonado a los metales y cuerdas de un Wagner y un Tchaikovsky, no por nada es mi compositor de cine favorito; capaz de hacer cosas tan sencillas y bellas como "Schindler list" hasta más complicadas y majestuosas como las dos trilogías de "Star Wars". Lástima que ya está más para allá que para acá y nos queda ya poco tiempo de disfrutar de su genialidad. Cuál es su último gran soundtrack a su parecer?

Fernando López Vargas-Machuca dijo...

Hola. Para mí, como para todos, la mejor época de Williams fue aquella entre finales de los setenta y mediados de los ochenta, pero si me preguntas por su última composición verdaderamente magistral te respondería que A.I.. No obstante, con posterioridad ha escrito temas aislados de enorme belleza, empezando por el tema de amor del Episode II de Star Wars (que considero uno de los más bellos de la historia del cine) y continuando por algunos de los de Harry Potter, entre ellos ese "Buckbeak's flight" que citas. Quizá esta pieza no se incluyera en el programa porque necesita, me parece, un conjunto de percusión demasiado amplio. Estoy deseando que llegue el Episodio VIII. Un cordial saludo.

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