martes, 6 de diciembre de 2016

Dos versiones del Primero de Brahms con Grimaud

He podido comparar dos grabaciones del Concierto para piano nº 1 de Brahms protagonizadas por Hélène Grimaud, ambas registradas en vivo. La primera es vieja conocida: la realizada junto a Kurt Sanderling y la Staatskapelle de Berlín en octubre de 1997 para Erato, que ahora he podido pillar en un SACD del sello Esoteric que suena estupendamente. La segunda es la ofrecida en la Herkulessaal de Múnich en2012 con Andris Nelsons y la Sinfónica de la Radio Bávara. Quince años median entre ellas: suficiente para que se note la diferencia.


En la primera de ellas, la aún joven –nació en 1969– pianista francesa toca con una limpieza extraordinaria y sabe hacer lo suficientemente denso su sonido como para afrontar los momentos más tremendos de la partitura, incluidos los clímax del primer movimiento, y se muestra tan decidida y entusiasta como dispuesta a paladear las melodías. Sin embargo, aún no termina de calar a fondo en la obra, mostrándose algo plana e impersonal. Afortunadamente, tiene a su lado a un auténtico maestro brahmsiano. Ya desde los primeros compases, llenos de grandeza y fuerza trágica pese a no resultar particularmente escarpados ni electrizantes, queda bien claro que el veterano Sanderling –ochenta y cinco añitos– va a ofrecer exactamente lo que se espera de él, un Brahms denso, noble y humanístico, fraseado con holgura y naturalidad supremas (¡qué manera de hacer cantar a las maderas en el Adagio!), antes reflexivo que electrizante, pero en absoluto exento de potencia dramática. Quizá le falte, como suele ocurrirle al director prusiano, un punto adicional de emotividad y de belleza sonora, aunque en este sentido la Staatskapelle de Berlín contribuye a otorgar a la interpretación una sonoridad particularmente germánica, densa y oscura, lejos de las irisaciones de la Filarmónica de Viena. A la postre, una gran interpretación: 9’5 puntos para Sanderling, 8 para la solista.


La dirección de Nelsons tampoco es precisamente una tontería. Como ya se hacía evidente en las otras grabaciones –mayormente radiofónicas– que le conocíamos de este repertorio, el maestro letón deja bien claro que es el más directo heredero del Brahms de Carlo Maria Giulini –y del del propio Sanderling– ofreciendo una dirección de sonoridad idónea para el compositor –cálida, aterciopelada, pero también con músculo– en la que el fraseo respira con una naturalidad y una cantabilidad admirables y desprende esa particular mezcla de nobleza, ternura, humanismo, dolor contenido y efusividad típicamente brahmsiana, al tiempo que alcanza clímax dramáticos que, sin ser los más rabiosos y encrespados que se puedan escuchar, acumulan una tremenda fuerza gracias a una portentosa planificación de las tensiones internas. La flexibilidad no es menos digna de admiración, como lo es su dominio de los silencios –con su peso justo, dejando que la música vuelva a arrancar con verdadera magia– y su manera de dialogar con el piano en un Adagio lentísimo y paladeado con concentración extrema en el que vuelo lírico, espiritualidad y un muy significativo amargor se entremezclan a la perfección.

Felizmente, Hélène Grimaud se muestra más madura aquí que en su grabación con Sanderling, más imaginativa y rica en matices, siempre con la sensibilidad a flor de piel y haciendo gala de un toque que, careciendo de la densidad del de otros solistas –imposible aquí no acordarse de un Gilels o de un Barenboim–, resulta lo suficientemente variado y “puede” con los momentos más poderosos de la muy exigente partitura, todo ello haciendo gala de una depuración sonora insuperable y de un virtuosismo en general que es digno de admirar. Su Adagio, en perfecta sintonía con la inspiración excelsa de la batuta, ofrece un lirismo de muy altos vuelos, si bien es cierto que en el último movimiento, aunque se muestre viril y decidida, se le podía pedir –quizá también a Nelsons en determinadas frases– una última vuelta de tuerca en lo que a variedad expresiva se refiere, incluso de inspiración poética. Otro 9'5 para el director, y esta vez un 9 para el piano. Es muchísimo, pero ambos aún lo pueden hacer mejor: es el caso del  Segundo del mismo autor ya comentado por aquí.

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