domingo, 6 de noviembre de 2016

Tannhäuser vuelve a Sevilla: deslumbrante Seiffert

Varias veces le he escuchado a un amigo eso de que "si hay grandes voces, da igual la puesta en escena". Seguro que lo piensa muchísima más gente. Yo no estoy de acuerdo con la afirmación, y menos aún cuando hablamos de Richard Wagner. Sin embargo, puede ocurrir que la pura fuerza vocal sea tan impactante que, aun cojeando seriamente la propuesta escénica de turno e impidiendo ésta que el conjunto dramático-musical termine de convencer, salga uno del teatro pensando más en la capacidad que tiene la música para deslumbrarnos que en las insuficiencias del espectáculo presenciado.

Es justamente lo que ha ocurrido con la vuelta al Teatro de la Maestranza, desde aquellas funciones de 1997 con la producción propia de Werner Herzgoz –muy vistosa en el Venusberg, pero tampoco nada del otro jueves–, del Tannhäuser wagneriano, esta vez en la versión de París, es decir, con la obertura enlazando con el ballet escrito para su estreno en la capital francesa y más largas intervenciones de Venus. A mi entender, y también al de un público que aplaudió con gran entusiasmo al finalizar la larga velada, ha alcanzado un espléndido nivel musical, empezando por la actuación del protagonista.


Peter Seiffert había sido un notabilísimo intérprete del rol allá por 2001 en la grabación de audio con Barenboim, siempre contando con las ventajas del estudio para ofrecer una recreación redonda de su difícil y agotadora parte. En 2014 volvió a registrar el papel en una filmación editada por el sello BelAir, de nuevo bajo la batuta del argentino, y como comenté por aquí decepcionó relativamente por las comprensibles desigualdades vocales derivadas en parte de la edad, en parte del directo.

Pues bien, me ha dado la impresión –quizá en casa uno ponga más pegas que en el teatro– de que en Sevilla ha estado mejor que en el Teatro Schiller berlinés. Y mejor también, según me aseguran, en la tercera función del Maestranza –que es la que yo he presenciado: sábado 5 de noviembre– que en la primera. Cierto es que el tenor alemán ha evidenciado insuficiencias y más de un problema, pero eso no es nada ante las enormes virtudes de su Tannhäuser, que se resumen en tres: una voz perfecta para el papel –ya un punto tremolante, pero brillantísima en el agudo–, un estilo por completo wagneriano y una valentía, un temperamento y un fuego expresivo irresistibles. Tengo reciente la grabación con Plácido Domingo y, la verdad, es que en los dos primeros actos Seiffert convence mucho más que el tenor madrileño. Y no sé cuántos cantantes de los últimos cuarenta años han estado, en directo, más convincentes que el protagonista de estas funciones hispalense. Probablemente muy pocos.

Ricarda Merbeth me gustó mucho en el segundo acto: voz hermosa, de color cremoso y agradable cuerpo, canto muy bello y expresividad equilibrada entre la ternura, la elegancia y la carnalidad, sin hacer una Elisabeth en exceso frágil ni desmayada. Lástima que en su bellísima intervención del tercer acto sufriera no pocas destemplanzas, porque cantó con un gusto exquisito. Venus fue Alexandra Petersamer, instrumento no del todo voluptuoso y con algunas molestas sonoridades metálicas, pero cantante expresiva que fraseó con holgura en el fiato y sensualidad en el fraseo.

La voz en exceso clara, lírica e impersonal de Martin Gantner no me convenció en absoluto para un personaje como Wolfram. Tampoco me parece que el personaje surgiera durante el segundo acto. Ahora bien, debo reconocer que en el "canto a la estrella" (¿acaso lo mejor de la partitura?) derrochó belleza y emotividad a partes iguales. ¡Bravísimo! El coreano Attila Jun podrá impresionar por la potencia de su voz de bajo, pero a mí no me gustó como el Landgrave: suena engolado y, dadas las catacterísticas de su instrumento, no logra matizar mucho. Los cantores estuvieron bien, sorprendiendo gratamente el barítono ubetense Damián del Castillo como Biterolf. Muy fresca y comunicativa la soprano grancanaria Estefanía Perdomo como el pastor.

La dirección de Pedro Halffter, sin duda el mejor Wagner que le he conocido hasta la fecha, solo puedo calificarla como espléndida. Alguien me dirá que cómo puedo comparar esto con los presuntos esplendores wagnerianos que he escuchado a lo largo de estos últimos años en el Palau de Les Arts. Pues miren ustedes, la Orquesta de la Comunidad Valenciana es superior a cualquier otra de la península, pero el maestro madrileño dirigió Tannhäuser con más estilo, más tensión interna y más convicción que Maazel en Parsifal y que Mehta en el Anillo o en Tristán. Es verdad que hubo alguna caída de tensión –sección intermedia del tema del Venusberg en la obertura–, que el empaste no siempre fue el adecuado –trompetas en la bacanal– y que el celebérrimo Coro de peregrinos pinchó claramente por carecer de la grandeza necesaria, pero hubo en su labor de batuta nobleza, elegancia, cantabilidad (¡qué fraseo más holgado y sensible!), sentido de la atmósfera y, también, una buena dosis de brillantez y frescura. La Sinfónica de Sevilla, pese a los problemas antes referidos y más de un tropiezo en los metales, rindió a un digno nivel, sobresaliendo unos violonchelos particularmente cálidos y aterciopelados. Y muy notable, dada la exigencia de su parte, el Coro de la A. A. del Teatro de la Maestranza, muy bien dirigido por Íñigo Sampil.

La producción escénica fue mediocre sin más. Achim Thorwald traslada la acción al siglo XIX, pero respetando al cien por cien la dramaturgia wagneriana y siguiendo al pie de la letra no pocas de sus indicaciones. Hasta ahí, perfecto. El problema es que la dirección de actores dejó mucho que desear, por lo que los pobres cantantes no supieron que hacer: unos se quedaban tiesos como palos, otros optaban por la gestualidad más trasnochada –la mezzo–, y solo la buena voluntad de algún secundario José Manuel Montero como Heinrich– lograba dotar de cierta credibilidad al conjunto. Visualmente molestó el Venusberg –escenario vacío con iluminación de puticlub–, quedándose en anodino cartón piedra el resto. El vestuario, a cargo de Ute Frühling-Stief, no era feo pero parecía sacado de una producción de los años sesenta. Para la bacanal se echó mano de Carolina Armenta, profesora del Centro Andaluz de Danza: coreografía estilizada y elegante que no acabó de funcionar y nada aportó, salvo distraer al personal mientras Seiffert y Petersamer, orondas figuras, intentaban fingir pasión erótica a un lado del escenario.

Lo dicho: no fue una gran noche de ópera, porque para serlo hubiera hecho falta una escena más convincente, pero nuestros oídos salieron muy satisfechos de lo que allí se escuchó. Los vítores del respetable estuvieron más que justificados.

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