Interesante comparar estas dos interpretaciones de
Mi patria, el maravilloso conjunto de poemas sinfónicos de Bedřich Smetana en el que la belleza de
El Moldava ha terminado eclipsando, con absoluta injusticia, la belleza de las otras cinco piezas. Las dos lecturas comparten un mismo punto de partida expresivo, pero los resultados terminan siendo muy distintos entre sí.
La primera de ellas es la que Antal Dorati y la Orquesta del Concertgebouw realizaron en octubre de 1986 para Philips. El ya por entonces veterano maestro húngaro –ochenta años: quedaban dos para su fallecimiento– ofreció una
interpretación reposada, de extraordinaria calidez y vuelo lírico, belllísima en
lo puramente sonoro, en la que un fraseo natural, flexible, dotado de una
cantabilidad fuera de serie, permite subrayar ante todo la extraordinaria vena
melódica del compositor. En este sentido, pueden preferirse interpretaciones
más escarpadas, más dramáticas, menos ensoñadas que ésta (¡sensualísimo
Moldava, con pasajes verdaderamente mágicos!), aunque eso no signica en
modo alguno que la presente resulte en exceso otoñal, ni blanda, ni menos aún
morosa, pese a que los tempi no sean precisamente rápidos. Antes al contrario,
las tensiones están muy bien sostenidas y, con perfecta naturalidad, se alcanzan
clímax expresivos de apreciable calidez y elocuencia.
La segunda la protagonizan Harnoncourt y la Filarmónica de Viena (¡menudo morbo!) en registro realizado por RCA en noviembre de 2001. Haciendo uno de unos tempi
tendentes a la lentitud y de una amplia gama dinámica, el maestro berlinés intenta plasmar una versión de tintes románticos en la que ante todo, como ya había hecho su colega, se pusieran en evidencia los aspectos líricos y evocadores de la obra. El problema es que a Herr Nikolaus, al contrario que al mucho menos prestigioso Dorati, sí le faltan
tensión interna, variedad expresiva y fuerza dramática, siendo el resultado más
bien frío y deshinchado. Por si fuera poco, este mismo señor que tanto luchó contra las interpretaciones hinchadas y fuera de estilo del repertorio barroco y clásico cae aquí presa de
karajanitis aguda y sustituye la garra y las sonoridades
escarpadas por la opulencia, incluso la grandilocuencia, incurriendo en claros
excesos de pompa y en una evidente insinceridad. La orquesta, eso sí, está
espléndida, aunque con una sonoridad mucho menos bella de lo que acostumbra.
No lo duden: busquen la de Dorati y olviden la de Harnoncourt, salvo que quieran enterarse de la
otra realidad de director del Concentus Musicus Wien.
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