lunes, 28 de noviembre de 2016

Desconcierto: Rosa Torres-Pardo sigue loca, pero para bien

Confieso que he escuchado poco a Rosa Torres-Pardo, no por falta de interés sino por no haber tenido la oportunidad. Hace ya casi dos décadas le vi en el Villamarta un recital con obras de Prokofiev, Stravinsky y Falla –llevado al disco por las mismas fechas– que me pareció sensacional, de una pianista fuera de serie. Años más tarde le escuché aquel disco Albéniz The Caterpillar Songs que nos hizo a algunos pensar que esta señora se había vuelto loca. Y le perdí la pista. Pues bien, el pasado sábado 26 la vi en el Teatro de la Zarzuela presentando un espectáculo llamado Desconcierto que confirma que sigue mal de la cabeza... pero esta vez para bien. Porque fue una velada musicalmente discutible, muy arriesgada, pero llena de originalidad, de inteligencia y de buen gusto.

El asunto consistía en unir el piano de la madrileña con el arte de la cantaora onubense Rocío Márquez en torno a las figuras de Granados, Albéniz, Lorca, Falla y Turina, dando la oportunidad de confrontar las Goyescas pianísticas con las tonadillas igualmente goyescas del catalán, como también los referentes populares de la Suite Iberia El Vito y La Tarara– con sus respectivas versiones originales recogidas por el autor de Yerma... Más algo de flamenco, una canción sefardí y El amor brujo, todo ello agitado en la coctelera no sin antes incluir una serie de poemas del granadino Luis García Montero en la voz del actor Alfonso Delgado, que todos conocemos por haber sido protagonista del lacrimógeno anuncio de Lotería del año pasado.


Podía haber sido un cóctel muy indigesto, pero no lo fue. Alfonso Delgado –que se memorizó los poemas– estuvo magnífico, no solo por la poderosa tímbrica de su voz sino también por su saber decir. Sus intervenciones se superponían con la música, eso es verdad, pero integrándose con ella con sensatez y en perfecta armonía gracias al arte de quien presumo directora artística del espectáculo, una Torres-Pardo que no solo supo dialogar de maravilla con sus compañeros, sino que además sigue siendo una espléndida pianista: aun sin el grado de depuración sonora y de elevación poética de la inolvidable Alicia de Larrocha, sintoniza de manera perfecta con el repertorio español destilando garbo, garra y temperamento. Disfruté mucho con su piano, aunque a mí quien más me gustó fue Rocío Márquez, quien tras flamenquizar de manera poco convincente las tonadillas de Granados recreó con enorme acierto las canciones populares lorquianas y demostró ser –lástima que no se ofreciera la obra completa– una intérprete ideal de El amor brujo. Escénicamente, además, es una chica fascinante, no solo por su irresistible belleza sino por su muy seductora manera de moverse, con frescura, con arte y sin la menor pretenciosidad. ¡Qué enorme diferencia en este mismo repertorio con la sobrevaloradísima Estrella Morente, insípida en lo vocal y afectadísima en sus movimientos! El tango Volver –sí, Carlos Gardel aflamencado– puso punto y final a una velada merecidamente aclamada por el público. Mientras sea para cosas como ésta, bienvenida sea la locura de la Torres-Pardo.

Una cosa más: ¡a ver si cuidamos las notas al programa! Currículo de los artistas y una breve introducción a lo que se va a escuchar –máxime con una propuesta tan compleja como la presente– me parecen el mínimo exigible en un recinto como La Zarzuela.

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