La interpretación del Prokofiev resulta personal y muy atractiva, pero a mí no me acaba de convencer, sobre todo por parte de la batuta. En perfecta comunión con un solista dotado de un virtuosismo descomunal que no excluye la variedad en el toque, Rattle propone una interpretación juvenil en todos los sentidos, brillante y fogosa a más no poder, de una incandescencia fuera de serie, dispuesta a colorear timbres y a marcar aristas, también a subrayar el humor grotesco que anida en la partitura, y desde luego a desplegar garra dramática y lirismo doliente en el segundo movimiento. Lo que ocurre es que, por desgracia, este “ardor juvenil” implica también mucho de velocidad y precipitación, de nerviosismo incluso, de fuegos artificiales que se ponen por encima del sentido atmosférico y de la reflexión que también demandan las notas. De inmadurez, en definitiva.
El Concierto para la mano izquierda de Ravel funciona bastante mejor, aunque lo cuerto es que recibe una recreación poco o nada idiomática desde el punto de vista de la ortodoxia raveliana. Los dos artistas proponen una visión particularmente tensa y encrespada, incluso virulenta, de progresión amenazadora e implacable, apremiante en su sentido del ritmo y con claroscuros muy marcados tanto por la batuta como, especialmente, por un piano de sonoridad poderosísima, temperamento encendido y virtuosismo espectacular. Por ventura, la planificación del vehemente Rattle resulta minuciosa, atenta al color y a las texturas, y aunque el fraseo no es precisamente relajado tampoco cae –como sí ocurría en Ravel– en el exceso de nervio, encontrándose los clímax perfectamente estudiados para que las descargas alcancen una fuerza dramática espectacular. En fin, discutibilísimo pero genial. La toma sonora, que equilibra de manera muy convincente –asunto nada fácil– solista y orquesta, se ve magnificada por la escucha en HD, formato éste que libera y otorga toda su significación a los decisivos registros más graves de la partitura.
Hay propinas por parte del solista, grabadas asimismo en Abbey Road en las mismas fechas. De las piezas para piano extraídas del Romeo y Julieta por el propio Prokofiev, el pianista moscovita ofrece las nº 2 y 9, Escena y Danza de las jóvenes con lirios: esta última aún mejor –bastante mejor: más creativa, personal e inspirada– que en el registro de la selección completa realizado por el mismo artista en 1992 para Deutsche Grammophon. Y la Pavana para una infanta difunta sorprende porque al indispensable refinamiento que exige esta página aporta un temperamento no ya doliente, sino terriblemente encrespado, muy en la línea de lo que hace con el Concierto para la mano izquierda. En el referido disco del sello amarillo volverá a grabar esta obra, y lo hará tomándose las cosas con más calma (7'48 frente a los 6'24 del registro de EMI que comento), paladeando las melodías con aún mayor cantabilidad y aportando una todavía más desarrollada depuración sonora, pero con un grado algo menor de carga dramática del que aquí hace gala.
En fin, un disco no ya espléndido sino obligatorio, pero no por el concierto de Prokofiev sino por el de Ravel y las propinas.
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