sábado, 27 de agosto de 2016

Mis favoritos musicales (I): directores de orquesta

Hace poco afirmaba tener unos gustos en interpretación musical muy distintos de los de aquellos críticos que pusieron a caldo, y con una mala leche muy considerable, la interpretación de las tres últimas sinfonías de Mozart por Barenboim en el Maestranza. Creo que va siendo hora de explicar cuáles son esos gustos. Los míos, quiero decir. Porque aunque este blog ha dado durante estos años buena cuenta de ellos, para el lector recién llegado puede resultar interesante saber a qué atenerse y hasta qué punto le puede resultar de utilidad lo que aquí se escriba. Y lo hago empezando por las batutas: poco a poco iré hablando de otras cosas.

Ante todo, me gustan los directores-filósofos. Los que se mueven, y cito mi reseña del referido concierto de Barenboim, en el terreno "de la hipersubjetividad musical, entendiendo esto no como la decisión de ignorar lo que dice la partitura, sino la de entender la dirección de orquesta poniendo como base no necesariamente lo que sabemos sobre el compositor, sobre sus presuntas intenciones o sobre la praxis de la época, sino la pura sensibilidad personal del intérprete, su visión del arte, del ser humano e incluso de la existencia, a veces incluso el estado de ánimo en un momento concreto, pero haciéndolo a partir de las posibilidades que esconden las notas y poniendo de relieve cosas que se escondían en ellas y que, al salir a la luz, nos descubren cuánta genialidad hay en las grandes creaciones de la historia de la música".



Por eso mismo considero a Wilhelm Furtwaengler el mayor genio de la dirección orquestal del que haya quedado testimonio discográfico. Puede que su técnica no fuera la mejor posible –decían los músicos que no le miraban cuando dirigía, porque sus indicaciones eran erróneas–, pero de un modo u otro conseguía transformar el hecho de la interpretación musical en una experiencia emocional y reflexiva de primerísima magnitud. Experiencia al borde del abismo en los tiempos de la II Guerra Mundial, más claramente filosófica y no poco transfigurada en los últimos años de su carrera. Y eso a costa de lo que hiciera falta, incluso pasando por encima de las indicaciones expresas del compositor. ¿Le han escuchado ustedes el Allegretto de la Séptima de Beethoven? Pocas cosas conozco en dirección orquestal tan subjetivas como estas. Y tan grandes. No duden que si Furt reviviera e hiciera esto en Sevilla, el clan de la cuerda de tripa le apedrearía.


Otto Klemperer se sitúa, en principio, en el extremo opuesto. Antirromanticismo puro y duro. Adiós a la delectacion melódica. Rigor absoluto en el tempo. Contención del arrebato temperamental. Desinterés por la belleza sonora. Análisis casi científico del entramado orquestal. Y mucha mala leche. En el fondo, estamos ante una actitud tan subjetiva como la de Furt, e incluso ante una visión del ser humano no muy distinta: trágica, doliente, aunque distanciada del sufrimiento extremo gracias a una buena dosis de humor negro. En los quince últimos años de su carrera alcanzó una genialidad asombrosa. Mi segundo director favorito, desde luego.


Carlo Maria Giulini era el humanismo personificado. El legato al servicio de la más elevada inspiración poética. Belleza sonora extrema y cantabilidad suprema no eran fines en sí mismos, sino una vía para la reflexión, pero esta vez desde un punto de vista distinto al de Furt y el de Klemperer: con el italiano, el dolor se transforma en comprensión, diríase que en reconciliación del ser humano consigo mismo, en una plena asunción de nuestras virtudes y muestras miserias, en un abrazo a la vida –y a lo que pueda haber más allá– sin poner condiciones. Y efectivamente, a este señor también le importaban un pimiento las nuevas vías interpretativas: escúchese su Sinfonía 39 de Mozart con la Filarmónica de Berlín –muy en la línea de la que hizo Barenboim en el Maestranza, pero aún más lenta y densa– y repárese en cómo se puede profundizar más que nadie en las notas manteniéndose por completo a distancia de lo históricamente informado. Ni falta que hace.

 
No sé si clasificar a Leonard Bernstein dentro de la línea digamos filosófica. Probablemente sí, pero su filosofía fue la del goce inmediato de la vida y de la música; de las melodías, de los ritmos, de los colores, de los grandes contrastes sonoros. Asumiendo incluso que en la existencia no solo hay belleza, sino también cosas grotescas, vulgares y hasta desagradables. Quizá por eso fue tan enorme intérprete de Mahler. Y todo ello haciéndolo desde la espontaneidad y desde una subjetividad absoluta, dejándose llevar por la emoción del instante y por cómo se ven las cosas en ese momento concreto, siempre desde una plena sinceridad emocional. O casi siempre, porque a veces se dejaba llevar por el narcisismo. Inolvidable director, en cualquier caso, muy especialmente en las dos últimas décadas de su carrera.


La filosofía de Sergiu Celibidache, ya se sabe, era zen. Hablar de espiritualidad es un tópico, pero un tópico cierto. Como lo es hablar de divinas lentitudes, desmaterialización y todo eso. Muchas de sus interpretaciones resultaban discutibles, por transgresoras en lo estilístico. A veces el oyente tenía que encontrarse en unas condiciones muy especiales para asimilar lo que este señor proponía. Pero en muchas ocasiones fue genial. Y en el repertorio impresionista, único. Dicen quienes estudiaron con él que su fuerte era su manejo de la polifonía –hizo la tesis sobre Josquin des Prez–, aunque los melómanos admiramos ante todo su dominio increíble del color y, más aún, del tiempo. El tiempo que se convierte en espacio, como decía Gurnemanz. Por cierto, en el Maestranza le escuchamos en su momento una 39 de Mozart de lentitudes infinitas. ¿Qué opinarían hoy nuestros ilustres críticos? 


Completo mi lista de favoritos con Daniel Barenboim. Director dramático y combativo, convencido de que la experiencia musical no solo no es una mera distracción, sino que debe exigir un esfuerzo al oyente para su pleno disfrute. En los años sesenta defendió a Mozart como artista más serio de lo que algunos retrataban en sus interpretaciones. En los setenta reivindicó a Bruckner como compositor mucho menos pío y devoto de lo que se pensaba, más lleno de rabia, de dolor, de desafío a la divinidad... En los ochenta su batuta alcanzó control y madurez, probablemente tras la singular experiencia de Tristán e Isolda en Bayreuth, y ya en el siglo XXI su arte se ha enriquecido no solo con la sabiduría que otorga la edad, sino también con una considerable apertura hacia nuevas posibilidades expresivas. Ha dejado entrar en su batuta aspectos como la ternura, la sensualidad, la nobleza, el sentido del humor... Incluso ha aligerado densidades y traído una buena dosis de luz mediterránea a sus interpretaciones. Claro heredero de Furtwaengler, cada día recuerda más al Furt de los últimos tiempos, al menos arrebatado y más reflexivo, aunque a veces da la impresión de que el espíritu de Giulini, también del Giulini más tardío, sobrevuela por su podio. Y el de Celibidache.

Por descontado, hay otros directores que me apasionan. No puedo imaginar la música sin la magia sonora de Karajan, la poesía marmórea del último Karl Böhm, la naturalidad de Kubelik, la fuerza telúrica de Reiner, Solti o el primer Abbado, el desgarro de Barbirolli, la nobleza de Sir Colin Davis, la emotividad de Rostropovich, el sarcasmo de Rozhdestvensky, el empuje viril de Muti... Seguro que se me olvida alguno de los que me gustan muchísimo, aunque mis favoritos son los antedichos.


No estaría completo mi autorretrato si no confesara quiénes son los que, albergando incuestionable talento, me gustan más bien poco. Toscanini es la antítesis de Furtwaengler, la negación sistemática del desarrollo orgánico del discurso horizontal, de la flexibilidad en el fraseo y de la subjetividad expresiva; le reconozco un fuego enorme a su batuta y admiro muchísimo su Falstaff, pero en general no me gusta. Como tampoco lo hacen Gardiner y Chailly –artistas que aprecio bastante en otros repertorios– cuando, sobre todo en estos últimos años, se han puesto a recuperar las maneras del de Parma. De Stokoswski decían que era un mago del color. Comparto la impresión, pero también pienso que era un hortera capaz de regodearse en la más chabacana exhibición de mal gusto. Sin llegar a semejantes extremos, Levine suele hacer gala de una evidente brocha gorda. Como el inefable Gergiev, dispuesto siempre a conseguir el aplauso por la vía más fácil.

El señor Norrington ha hecho un terrible daño a la interpretación musical: frivolidad, amaneramiento y cursilería elevadas a la enésima potencia, pero disfrazadas de rigor filológico. Parece mentira que engañase a alguien de tan enorme talento como Claudio Abbado –el mismo Abbado que en su juventud era uno de mis favoritos–, empeñado en la última etapa de su carrera en ofrecer las sonoridades más ingrávidas y relamidas que uno se pueda imaginar: su Mozart tardío me parece detestable. Minkowski queda, finalmente, como síntesis entre las vulgaridades de unos y las ligerezas de otros.

10 comentarios:

Nemo dijo...

Estimado Fernando:

Coincido totalmente con tu lista de favoritos, aunque no tanto con la de detestados.

Barenboim es un director especial porque, aunque su relación con Furtwängler no va más allá de un contacto visual cuando era niño, sí ha trabajado con alguno de los mejores directores del siglo XX. Conoció a Klemperer y tocó para él los Conciertos de piano de Beethoven. Por cierto, Klemperer tenía buen criterio. Se resistía a grabar los Conciertos por no encontrar un pianista de su gusto, y cuando escuchó a Barenboim lo tuvo claro. Barenboim también ha trabajado con Celibidache, nada menos. Por citar solo dos grandes. Si hay alguien permeable, abierto a colaborar (que siempre es ceder algo) y a reflexionar, a cambiar y por tanto a madurar, ese es Barenboim. Todo eso desde una fuerte personalidad. Pocos directores ha habido, además, que hayan trabajado con ese abanico de orquestas. No me refiero a contactos puntuales, sino a trabajo de años (Berlín y Chicago entre otras).

En cuanto a los admirados, yo incluyo en mi lista a George Szell. Klemperer es un antirromántico, pero no un objetivista. Szell sí es un objetivista, pero dentro de eso, con una potencia analítica deslumbrante. Un ejemplo es su grabación de la Tercera de Bruckner, grabación poco apreciada en general. El primer movimiento describe un arco ascendente expuesto de forma clara y poderosa por Szell, en una interpretación que no tiene exacto igual en la discografía. Y es que Szell, aunque era objetivista, producía grabaciones únicas. Forjó una orquesta maravillosa, y muy adaptable. Abordaba Szell distintos compositores adaptando el sonido, la articulación, el tempo y todo lo demás a la música de ese autor. En ese sentido se adelantó a algunas propuestas renovadoras del repertorio clásico o prerromántico. Fue uno de los grandes.

Como creo que ha sido uno de los grandes Harnoncourt. Quizá no en el repertorio romántico que practicó al final, pero revolucionó la forma de interpretar y entender la música barroca y clásica, haciendo aportaciones notabilísimas, siempre interesante. Un músico fundamental, un transformador, gran divulgador.

Ahora voy con la lista de odiados...

Nemo dijo...


Por otro lado, no estoy de acuerdo con la inclusión de Stokowski en la lista de los execrables. En efecto era un rey del color (en palabras de Celibidache), y tenía gestos horteras de vez en cuando. Pero creó la mejor orquesta de Estados Unidos, y probablemente del mundo en su época, la Orquesta de Filadelfia. Fue un músico interesado por la tecnología, y promovió las primeras grabaciones estéreo, experimentales, de los Laboratorios Bell a finales de los años 20 y principios de los años 30. Desarrolló junto a Disney el sistema de tres canales que llamaron Fantasound, con el que se grabó Fantasía (entre 1938 y 1940 más o menos). Stokowski promovió incansablemente la música contemporánea (suya) en una época en la que el rechazo del público era más fuerte que hoy, y en Estados Unidos, donde eso tenía un impacto en taquilla. Ayudó incansablemente a jóvenes compositores y músicos, formando orquestas y ayudando a otras. Sus esfuerzos en la difusión de la música clásica en Estados Unidos fueron continuados. Es verdad que era una egocéntrico, pero ese otro aspecto altruista y su sincera pasión por la música no suele mencionarse. Era inglés, organista, y se estrenó como director ante la Sinfónica de Londres en 1912. Volvió a ella en 1972, 60 años después, para celebrar su 90 cumpleaños, y dejó un maravilloso Preludio a la siesta de un fauno, una Cuarta de Brahms inolvidable y un maravilloso Preludio de los Maestros Cantores. Sus grabaciones para la RCA tienen de todo, porque su repertorio era raro, muy amplio pero con muchos agujeros. Barroco, en sus adaptaciones "victorianas". Clásico poco (hay un disco maravilloso de Vanguard, y poco más). Beethoven, son accesibles una Tercera, Quinta, Séptima y Novena, de sonido poderoso y muy bien trazadas, pero con algún ramalazo raro. De Brahms hay grabaciones estéreo de las cuatro (discutible Primera, algo sosa la muy tardía Segunda, estupenda Tercera en Houston de los años 50 y unas sorprendente Cuarta). Bruckner nada. Wagner, suites sinfónicas. De Strauss, ha quedado poca cosa (un Don Juan de estudio, una Danza de Salomé). Pero la música de finales del XIX y principios del XX es contemporánea suya y la trabajó a fondo, sobre todo el repertorio ruso y francés (de ahí el calificativo de "rey del color", supongo, como puede escucharse en su grabación de El Mar), y mucha música de vanguardia, incluyendo el estreno de la Cuarta de Ives. Así como Levine es un director-apisonadora, Stokowski es un personaje a considerar con otros parámetros. No fue un director al uso, ni un músico homologable a los directores europeos actuales. Fue otra cosa.

Y corto el rollo porque lo principal es que, en efecto, comparto la lista de favoritos casi al 100%.

bekmeser dijo...

Me gustaría conocer su opinión sobre otro director al que podría considerarse filósofo:Bruno Walter.De el he oído un Mozart,Beethoven y Brahms bastante interesantes.

Jorge Luis Argüero dijo...


Hola Manuel y Nemo..!!

Esta página-blog cada día se pone mejor y mejor..!!

Admirable su Administrador Sr. Manuel y del mismo modo
su distinguido visitante, Sr. Nemo... Ambos de lujo..!!

Con sus opiniones y reseñas, en palabras claras y simples,
aumentan mi conocimiento y mi aprecio por la música académica.-

Wilhelm Furtwängler - NAXOS Sinfonías 8 y 9 de Schubert,
"la octava" grabada en ENE/1950 y "la novena" en DIC/1951;
o mi oído es una tapia, o debo decir que es una grabación
maravillosa en un CD's de (muy) bajo precio; en Argentina por lo menos...

Saludo cordial para cada uno de ustedes. Atte.-

Nemo dijo...

Quisiera dejar apuntados algunos momentos mágicos de estos directores que recuerdo. Solo son ejemplos sueltos de algunos de ellos.

- De Stokowski, ya que no está en la lista de favoritos de Fernando, dejaré aquí El Mar de Debussy, que me dejó anonadado cuando lo escuché por primera vez, o su espléndida Segunda de Mahler en estudio.

- De Celibidache podría mencionarse su Bruckner. Pero recuerdo quedarme sin habla después de escucharle una Sinfonía Fantástica de Berlioz, o la Cuarta y Quinta de Tchaikovsky. Parecían obras distintas a las que yo creía conocer muy bien.

- De Furtwängler recordaré siempre el final del primer movimiento de la Cuarta de Brahms, tan electrizante. Pero es un ejemplo muy conocido, supongo. Querría traer otro más raro. Su Anillo de Wagner con la Orquesta de la RAI, publicado por EMI, que son sesiones de la radio, a pesar de las carencias de la orquesta (los cantantes son en general muy buenos), tiene una dirección inolvidable. Da la medida de quién fue Furtwängler. Tanto que cuando pienso en el Anillo tengo como una de las referencias, claro, a Knappertsbusch, pero por encima de él, a Furtwängler.

- De Klemperer voy a citar dos recuerdos, aunque hay muchos. Uno de ellos es la escena de la aparición final del Comendador del Don Juan de Mozart. Ninguna otra grabación tiene esa fuerza, esa lógica, esa potencia. Otro ejemplo es el arranque del cuarto movimiento de la Octava de Bruckner (una lástima los cortes caprichosos del director en ese movimiento). Al comenzar, la cuerda empieza a rotar muy lentamente, entonces, del centro de la orquesta brota una nota sostenida del viento madera, como un faro que se enciende en la noche. A partir de ese momento la cuerda se levanta y acelera.

- De Harnoncourt recordaré algo también. Su última grabación del Requiem de Mozart. Recuerdo quedarme pasmado con la claridad de la polifonía en algunos pasajes que sonaban para mi nuevos, de lo que se beneficiaba en general el tipo de orquesta y de instrumentos. Citaré también la "gamberrada ilustrada" de su última grabación de la Quinta de Beethoven, que a Fernando no gustó nada. Quizá recoge bien el espíritu de la época y la intención iconoclasta del compositor en aquel momento.


Fernando López Vargas-Machuca dijo...

Nemo, muchísimas gracias por las sustanciosas aportaciones. Comparto gran parte de sus apreciaciones, aunque en el caso de Don Leopoldo me temo que su gusto por la espectacularidad desatada a veces me puede. En cuanto a Szell, no hay duda de que fue un grande, aunque pocas veces me emociona intensamente. Se me ocurren dos excepciones: Séptima de Dvorák y El Moldava.

Bekmeser, nada nuevo descubro al decir que Bruno Walter fue un director de enorme importancia, sobre todo en Mozart y Mahler. Su celebradísimo Brahms, sin embargo, a mí dista de convencerme. Sea como fuere, para calibrar mejor su figura necesito conocer mejor su legado fonográfico más temprano, del que aseguran es muy distinto al posterior.

Jorge Luis, las "Novenas" de Schubert por Furt son un ejemplo de elasticidad y de libertades metronómicas, unas más y otras menos. Una verdadera lección.

Gracias a todos.

Nemo dijo...

Ya que habláis de las Novenas de Schubert de Furtwängler... ¿sabéis que hay una grabación stéreo?

Tahra publicó un cofre con 3 CDs, que tengo. Contienen una Novena de Schubert y un Cazador Furtivo.

¿El origen? Un amigo de Furtwängler, llamado Kunz, obtuvo permiso para grabar en estéreo las intervenciones del director alemán en el Festival de Salzburgo de 1954, si no recuerdo mal.

Las cintas se guardaron en un sótano, y una inundación destruyó casi todas, porque al parecer Kunz grabó bastante más. Pero sobrevivieron esa Novena y ese Cazador.

La versión es magnífica, pero lo llamativo es el sonido, claro. Es un estéreo real, aunque no tiene la calidad de una grabación de la RCA de los años 50. Además es una toma en vivo.

Bruno dijo...

Creo que, antes que enumerar directores, habría que analizar un poquito las funciones de los mismos en la interpretación de las obras de los creadores.
En arte hay una idea y luego su materialización. Esa materialización viene condicionada por los medios de transmisión de la obra de arte.
La escultura, la pintura, la arquitectura, parece que se transmiten directamente del artista al receptor aunque el artista ya lucha con la materia y con el medio en el que la presenta.
Ciñéndonos a la literatura; con el teatro, y el teatro musical; y a la música, son artes que necesitan de un intérprete para llegar al receptor. La literatura también. Cada uno de uds. mismos. Y hagan la prueba si alguien dotado les lee un fragmento. No será lo mismo que si lo lee otro. Vayan al teatro, aparte de todo lo de la puesta en escena y dirección artística.
En la música resulta que la partitura, que el oyente normalmente no sabe leer, necesariamente pasa por un intérprete o por varios. Y en el caso del director de orquesta resulta que, a su vez, coordina a intérpretes. No puede salir nunca el mismo resultado.
Entonces se presentan, por lo menos, dos cuestiones: Los distintos factores en los que se puede apreciar su labor: fraseo, claridad, tempo, intención, sonido, etc. etc., y si lo que hace estaba previsto por el autor. Para definir y apreciar a un director se debe de encuadrar en el primer marco. Lo segundo es otra cuestión sobre la que se deberían, por lo menos, pronunciar los compositores.
Como ejemplo: Escuché a Giulini en Valencia la 1 y 3 de Brahms. No me gustó. Mi pregunta era: Si el autor había prescrito ese tempo y resultaba plausible a la vista de la partitura o era un enfoque muy particular del director y por lo tanto posible: allí estaba. Yo no lo sé. Ese allegretto de la 7 que nos pone, ¿lo debería haber escrito Beethoven de otra manera para frasearlo así? ¿Era Chostakovich como lo pinta Kondrachin o como lo despinta Rozhdestvensky? Y no empiezo con Harnoncourt, del arma de artillería.
Empiezan a plantearse numerosas zonas donde ubicar el particular estilo de cada director. Y ahí empieza el misterio ese de clasificarlos. Espero que esa lista se amplíe mucho. Y quedarán muchos olvidados.

Fernando López Vargas-Machuca dijo...

Pues no, estimado Bruno, la lista no se ampliará mucho, ni poco, por la sencilla razón de que NO es una lista de los grandes directores de orquesta, sino de los que a mí más me gustan. Tan sencillo como eso. Eso sí, he intentado explicar por qué. Sus aportaciones, en cualquier caso, son muy bienvenidas y nos ayudan a todos a pensar.

Nemo, he escuchado esos registros estereofónicos de Furt. Gracias.

agustin dijo...

Se agradece mucho el análisis y es un placer para el aficionado leerlo.
Por cierto, ningún español nombrado, cosa bastante lógica pues en este país se premia mucho más el amiguismo que el talento.
Lo milagroso es que España haya dado tantos grandes cantantes de ópera, pero directores grandes ni uno, que yo sepa.
Comparto bastante la lista de favoritos, con un infravalorado en general Karl Bohm (no por ud.).
Si acaso se podría mencionar a Josef Krips y a Neville Marriner por sus interpretaciones de Mozart.
Saludos a todos.

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