Escrita en 1987, mismo año de su Concierto para violín, el poema sinfónico The Light es puro Glass en el sentido de que no hay intención alguna de bucear en diferentes atmósferas expresivas a la manera de una obra más o menos tradicional: su interés se centra exclusivamente en generar sugerentes texturas sonoras a partir de la repetición una y otra vez, sutiles variaciones mediante, de unas determinadas células melódicas y rítmicas. Dado que el propio planteamiento de la obra implica la necesidad de desarrollarse durante un extenso periodo de tiempo, hemos de reconocer que lo que ante unos oídos más o menos tradicionales puede parecer excesiva divagación, no es en realidad sino el propio espacio temporal que la partitura demanda para desarrollarse. Bien, se puede aceptar o no. En el caso de entrar en el juego y de ofrecer nuestra complicidad –y nuestra paciencia–, lo cierto es que esta partitura llega a enganchar, lo que no impide que uno termine preguntándose si tras esta atractiva superficie de diseños geométricos hay algo que convierta a esta experiencia en algo más que un adictivo juego caleidoscópico.
Estreno en España del Concierto para dos pianos, precisamente encargo de la OCNE junto con la Filarmónica de Los Ángeles, la Orquesta de París, la Sinfónica de Gotemburgo y la Filarmónica Borusan de Estambul. A mi entender han (hemos) malgastado el dinero: un ladrillo considerable. Da igual que en esta partitura Glass, superadas todas las etiquetas y asumiendo plenamente su condición de postmoderno, se pliegue hasta cierto punto a los conceptos clásicos de la composición y ofrezca intenciones digamos "expresivas". El problema, sencillamente, es que la inspiración no aflora ni aun contando con la baza de las Labèque, tan sensacionales aquí como siempre; de propina, las dos hermanas ofrecieron otra pieza del autor que tampoco me terminó de motivar.
La misma intencionalidad expresiva existe en la obra que ocupaba la segunda mitad del programa, la Sinfonía nº 8; al menos, parece haberla en los dos últimos de sus tres movimientos, porque el primero –que se extiende a lo largo de casi veinte minutos– parece una mera repetición de la fórmula de The Light. Para David Rodríguez Cerdán, autor de las notas al programa, nos encontramos ante "una efusiva celebración del sinfonismo absoluto y también de la propia vida"; el mismo experto afirma que "no es solamente hasta la fecha la mejor sinfonía de Glass, sino que descuella también como una de las obras maestras de su catálogo". Yo no sabría decirles, la verdad, porque mi ignorancia sobre el referido catálogo es grande. Solo puedo apuntar que a ratos me interesó y a ratos me aburrió. Como la mayoría de las obras de Glass que escucho.
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