Aparte de la calidad del sonido, Bychkov modeló a la formación madrileña con un desarrollado sentido de la plasticidad, trabajando planos sonoros, texturas y colores de manera admirable. La polifonía estuvo meridianamente explicada, al igual que estuvo lograda la especial sonoridad que requiere esta partitura. Pero es que además, y eso es lo difícil en un título tan largo y tan lento –maravillosamente lento– en su discurso como el presente, el maestro supo dotar a la obra de continuidad, de progresión dramática, manteniendo de manera admirable el pulso sin que se le viniera el edificio abajo y sin caer tampoco en el extremo contrario, el de la ausencia de concentración; el fraseo fue fluido y flexible, y las melodías estuvieron muy bien cantadas. Hasta ahí, estupendo.
Lo discutible estuvo en el concepto: ni místico, ni humanista, ni sensual ni erótico, sino terriblemente dramático. Me recordó a lo que hizo Barenboim en la primera de sus grabaciones –ahora el argentino ha cambiado–, solo que dando todavía una vuelta de tuerca más. No quiero decir con esto que escenas como las del Grial carecieran de belleza; ni tampoco que todo el largo dúo de la seducción resultara frío; pero sí afirmo que Bychkov se escoró claramente hacia los aspectos más escarpados, demoníacos y oscuros del drama. En consecuencia, lo más logrado de su interpretación estuvo en el tercer acto, particularmente en las exequias de Titurel, llenas de rebeldía y de carga dramática, y lo menos en aquellos momentos en los que Wagner más se acerca (¡vaya música genial!) al impresionismo.
¿Tuvo algo que ver esta óptica expresiva de Bychkov con lo que se veía en la escena? Habría que escucharle al ruso un Parsifal con otra propuesta escénica para saberlo, pero lo cierto es que rimaban a la perfección: al igual que con Guth, misticismo y carga erótica quedaron relegados frente a una muy pesimista visión política del asunto. En cualquier caso, debo reconocer que si lo del regista llegó a molestarme, lo de Bychkov me pareció bastante más logrado: me interesó escuchar una propuesta tan distinta y, al mismo tiempo, tan bien realizada. Desde luego, muchísimo mejor que la dirección que en el mismo Teatro Real, en versión de concierto, ofreció en 2013 Thomas Hengelbrock haciendo uso de instrumentos originales.
La que sí ha estado estupenda es Anja Kampe, no muy sensual ahora que estamos ya acostumbrados a las Kundry mezzo, pero sí una cantante a la altura de las circunstancias. En la grabación de Thielemann de 2006 –dirigida de modo muy irregular, dicho sea de paso–, Franz Josef Selig me resultó un Gurnemanz monótono y sin mucha autoridad vocal; ahora me ha parecido más variado en la expresión y, desde luego, con muy apreciable volumen y adecuado color. Una gran baza para estas funciones madrileñas.
Detlef Roth ha sido un digno Amfortas, más por intención que por voz. Evgueni Nikitin, a quien le escuché un buen Amfortas con Maazel en Valencia, ahora ha decepcionado de manera considerable ofreciendo un Klingsor más bien áfono. Ante Jerkunica, fantástico Brighella en La prohibición de amar del propio Wagner hace tan solo algunas semanas –lo siento, no pude escribir crónica–, ha sido un Titurel de voz poderosísima. Caballeros, escuderos y muchachas flor de muy buen nivel. Y en cuanto al Coro Intermezzo, se merece un fuerte aplauso a pesar de las desagradables estridencias de las sopranos justo al final de la obra: lidiar con un título tan exigente a semejante nivel es de lo más meritorio.
Una cosa más: ¡sensacional la conferencia de José Luis Téllez!
No hay comentarios:
Publicar un comentario