Compárese si no la recreación de la Suite escita de Prokofiev que abrió el programa con la descomunal lectura que registró allá en 1977 para Deutsche Grammophon: su enorme vigor rítmico, su riquísimo sentido del color y su incomparable dominio de las texturas siguen ahí, pero la concentración ha sido sustituida por el exceso de nervio, la sensualidad por la búsqueda del preciosismo sonoro y la tensión sonora por el efectismo. Frialdad en lugar de misterio, acumulación de decibelios –nada difícil con una orquesta de tan enorme tamaño– en vez de fuerza demoníaca.
Algo parecido se puede decir de la suite de Lulu, que recibe una interpretación curvilínea y elegante, adecuadamente variada e incisiva en el timbre, pero con más ruido que auténtica sinceridad expresionista, escasa en sensualidad y no del todo desarrollada en poesía, que en esta genial música la hay a raudales. Anna Prohaska se muestra irreprochable, pero a la postre la interpretación resulta algo fría. Mucho mejor la filmación de Boulez con la Sinfónica de Chicago interpretando esta suite, pero si se quiere comprobar hasta qué punto da de sí la obra maestra de Alban Berg hay que conocer la reciente interpretación de la ópera completa –DVD Deutsche Grammophon con puesta en escena horrorosa– a cargo de Daniel Barenboim, a mi entender uno de los más grandes logros operísticos del de Buenos Aires.
De propina, Prohaska ofrece al público de Lucerna el aria “Ah, ich fühl’s” de La flauta mágica: la soprano austriaca canta muy bien, pero la dirección de Abbado me parece sosa, relamida e innecesariamente ingrávida.
Patética de Tchaikovski en la segunda parte. Me ha disgustado la introducción, equivocadamente aérea, ligera tanto en la sonoridad como en la expresión, trivial incluso; luego va mejorando e incluso se alcanzan momentos de gran electricidad, aunque hay más aparatosidad que verdadero pathos. El segundo movimiento, hermoso antes que conmovedor, está fraseado con una cantabilidad extraordinaria, pero en el trío vuelven las molestas ingravideces marca de la casa. En el tercero la batuta da una lección de virtuosismo a tope, planificando de maravilla las tensiones –aunque cosas más dionisíacas se han escuchado– y obteniendo un espléndido rendimiento de una orquesta que, pese a su tamaño, toca con una agilidad impresionante. En el cuarto, al fin, Abbado parece creerse la obra y pone toda la carne en el asador: los resultados son magníficos –tremendo el clímax, subyugante la disolución final–, pero es demasiado tarde para redondear la interpretación.
La calidad sonora y visual del Blu-ray, como es norma en CMajor, son de la máxima calidad hoy posibles. No sé si recomendar la compra, la verdad, habida cuenta del alto precio del producto.
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