domingo, 24 de mayo de 2015

Grieg por Perianes: nuevo éxito

Determinadas circunstancias personales me obligaron a finales del mes pasado a poner este blog en piloto automático. Lo seguirá estando durante algún tiempo –tengo material solo para cuatro semanas más–, pero hago ahora una excepción y, aunque mis ánimos no están como para ponerse al teclado, escribo hoy domingo por aprecio personal al artista que protagoniza este compacto que acaba de aparecer en el mercado: Javier Perianes. Tras su portentoso, revelador disco Mendelssohn que ya comenté, le llega el turno a Edvard Grieg: Concierto para piano y una selección de las Piezas líricas. El primero se grabó en directo el 24 de octubre de 2014 en el Barbican Hall Londinense (con toma sonora muy superior a las que realiza la London Symphony en esa misma sala), siendo acompañado el onubense por Sakari Oramo y la Sinfónica de la BBC, mientras que las piezas para piano solo se registraron cuatro meses antes en los estudios Teldex de Berlín con la soberbia calidad que allí acostumbran.

Grieg Perianes

Los resultados artísticos son también formidables, y eso que en una pieza tan manida como el concierto de Grieg la competencia es enorme. En los últimos días he tenido la oportunidad de repasar algunas de las más importantes grabaciones de la obra, y puedo asegurarles que Perianes se incorpora al selecto grupo de los grandes intérpretes de la misma. Obviamente ni él ni nadie le arrebata el trono a Claudio Arrau, no el más virtuosístico y brillante de los pianistas (¡increíbles Zimerman con Karajan y Kissin con Rattle desde el punto de vista técnico!), pero sí el que ha extraído de ella la mayor dosis de poesía, tanto en la interpretación dirigida por un joven Dohnányi que se mostró hondo y dramático (Philips, 1963) como en la más apolínea de Sir Colin Davis (Philips, 1980).

El reinado de Arrau (tiene una grabación más, con Alceo Galliera, que no he podido escuchar) es incuestionable, insisto; pero Perianes se le acerca bastante con una interpretación que podemos situar al lado de la extrovertida de Lupu, las poderosísimas de Gilels (sendas filmaciones con Colin Davis y Paavo Berglund), la fulgurante de Zimerman y la clásica de Perahia, superando a pianistas de enorme prestigio como Curzon –muy notable pero algo más coqueto de la cuenta– Richter –sorprendentemente cuadriculado–, Anda –tópico y superficial– Kovacevich –parco en matices–, Ove Andsnes –entregado al más lamentable exhibicionismo junto a un vulgarísimo Jansons– o el citado Kissin –espléndido, pero por debajo de sus posibilidades–.

Las virtudes de Perianes son bien conocidas, y como era de esperar éstas le hacen rozar el cielo en el bellísimo Adagio: concentración absoluta, cantabilidad excelsa, belleza sonora extrema y poesía de altos vuelos son sus señas de identidad. Ahora bien, lo interesante es que en los movimientos extremos Javier sabe evitar la tentación del virtuosismo vacuo y, olvidándose de carreritas de cara a la galería, frasea con naturalidad, matiza de manera sensible y diferencia estados de ánimo –de lo evocador y lo amable hasta lo dramático– sin que se pierdan el empuje, la brillantez y la garra aquí imprescindibles. Hay mucho fuego en su recreación, sí, pero fuego admirablemente controlado y acompañado de una apreciable elegancia; impresiona por su sinceridad, pero también por la rotundidad de su sonido, la cadenza del primer movimiento, así como la fuerza expresiva que imprime al final.

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Muy notable la dirección de Sakari Oramo. El maestro finlandés, si bien no muy personal ni especialmente inspirado, dirige con calidez, entusiasmo e irreprochable gusto, haciendo que la orquesta (¡magnífica!) respire con holgura, evitando dulzonerías –quizá en exceso: las sublimes frases de los chelos en el primer movimiento podría estar más aprovechadas– y sin caer en la ampulosidad en un final que, no obstante, yo hubiera preferido que sonara con mayor fuerza trágica. Por otra parte, acierta al no confundir este concierto con el de Schumann –sí, ya sabemos que fue la inspiración para el de Grieg– y aporta un grado de rusticidad muy conveniente, redondeando así una interpretación de verdadera categoría.

Los treinta y nueve minutos restantes del disco están ocupado por una selección de doce de las sesenta y seis Piezas líricas que Grieg escribió a lo largo de toda su carrera. Páginas bellísimas todas las escogidas, en ningún caso música menor, llenas de poesía honda y de confesiones personales, aunque también de deliciosas evocaciones folclóricas y hasta de sentido del humor.

Estas miniaturas conocen en manos de Perianes interpretaciones igual de formidables que la del Concierto para piano. En este caso la discografía no es muy pródiga y solo he podido contar con tres referentes: las selecciones de Emil Gilels (registrada por Deutsche Grammophon en 1974), Andrei Gavrilov (también DG, entre 1992 y 1993) y Leif Ove Andsnes (EMI, 2001, en el Steinway que perteneció al compositor). Obviamente los tres no coinciden en todas las piezas grabadas por Perianes, pero sí en la mayoría. He ido una a una tomando notas y he llegado a conclusiones más o menos claras.

Quien menos me ha gustado ha sido Ove Andsnes: interpretaciones notables, fraseadas con apreciable fluidez y buen gusto (¡nada que ver con su grabación del Concierto arriba citada!), pero un tanto lineales, no muy ricas en matices y más interesantes cuando hay que respirar el aire puro de los paisajes nórdicos que en los momentos en los que hay que destilar poesía íntima. Las interpretaciones de Perianes me parecen muy superiores, con la excepción del final de la op. 68/3, donde el pianista noruego logra, por una vez, estar a la altura de las circunstancias con una frase verdaderamente mágica.


Gilels y Gavrilov se mueven a otro nivel: el más alto posible. Pero aquí hay ostensibles diferencias de enfoque. El primero de ellos, además de hacer gala de la abrumadora densidad de su inconfundible sonido (por cierto: he comprado la descarga a 96KHz/24bits), desdeña tanto la belleza sonora como las evocaciones paisajísticas y nos entrega interpretaciones muy sobrias, de extraordinaria concentración interior, que subrayan los aspectos más amargos de estas páginas sin que se le mueva un pelo; no resulta fácil entrar en su propuesta, pero es él quien ofrece más profundidad y más filosofía, como si quisiera encontrar una conexión subterránea entre Grieg y el mejor Liszt. Interpretaciones como las de la op. 43/2, la 47/3 o la 68/3 son memorables.

Gavrilov no quiere hurgar tanto en las heridas y ofrece recreaciones de riquísimo colorido, infinitos matices y poesía suprema; su dominio de la técnica es absoluto –increíble como retiene el tiempo, prepara los clímax o gradúa las dinámicas–, su estilo resulta perfecto y su comunicatividad se encuentra siempre a flor de piel, alcanzando un certero equilibrio entre extroversión e introversión. El resultado es genial en piezas como la op. 43/1, la 47/3, la 54/4, la 68/3, la 68/5, la 71/1 o la 71/7.

Perianes

¿Y Perianes? De los cuatro pianistas citados, sus interpretaciones son las que ofrecen mayor belleza sonora. Su concentración iguala a la de Gilels, aunque su enfoque es muchísimo menos severo. En variedad de colores, maleabilidad y fantasía no llega a la cima de Gavrilov, pero sí le supera en cantabilidad, humanismo y poesía íntima; interpretaciones más maduras, más otoñales si se quiere las del pianista onubense, pero sin la menor concesión al narcicismo sonoro y partiendo siempre de una sinceridad emocional extrema. Mi impresión es que Javier hace con estas piezas lo que hubiera hecho Claudio Arrau si hubiera llegado a grabarlas. Destacaría el derroche de lirismo que destila en la op. 43/2 “Viajero solitario”, el equilibrio entre poesía y belleza sonora de la op. 47/3 “Melodía”, la fascinante sección central de la célebre op. 54/3 “Marcha de los trolls”, la emotividad crepuscular con que aborda la op. 54/4 “Nocturno”, las texturas fascinantes de la op. 57/6 “Nolstalgia” y las mágicas retenciones del tempo en la op. 68/5 “Canción de cuna”.

Muy en resumen: Gilels es el filósofo, Gavrilov el comunicador y Perianes el poeta. Creo que los tres discos son imprescindibles, porque ofrecen visiones distintas de una música maravillosa. Nuevo acierto pleno, pues, en la discografía de un Javier Perianes que ya se sitúa por derecho propio entre los mejores pianistas del orbe terrestre. Permítanme que me sienta orgulloso de que sea andaluz.

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