miércoles, 11 de marzo de 2015

¿Cómo es Doctor Atomic?

Esta es la pregunta que se estarán haciendo los melómanos sevillanos que no saben si acudir a alguna de las tres funciones que ofrece el Teatro de la Maestranza, los próximos días 13, 16 y 18 de marzo, de la ópera creada al alimón por el compositor John Adams y el director de escena, aquí libretista, Peter Sellars. Doctor Atomic fue estrenada en San Francisco en noviembre de 2005, contando con el barítono Gerald Finley en el rol de Robert Oppenheimer, y ahora nos llega en una producción que no es la original del propio Sellars, sino una procedente del Badisches Staatstheater de Karlsruhe. Una más de las seis que existen, entre ellas la de la Opéra national du Rhin transmitida por el canal televisivo Arte –la copia circula por internet– y la del mismísimo Metropolitan de Nueva York, editada en DVD por Sony Classical. La verdad es que no está nada mal semejante número de producciones, con sus representaciones correspondientes, para una ópera que apenas llega a la década de vida.

Doctor Atomic Opus Arte

Estas cifras nos hablan de un enorme éxito de público que se explica perfectamente por lo que he confirmado viendo la otra edición comercial disponible, la filmada en la Nederlandse Opera en junio de 2007 con la puesta en escena de Sellars, editada por Opus Arte: Doctor Atomic gusta mucho porque es fácil, muy fácil de escuchar. Nada de “música rara” o “ruidos contemporáneos”, que es lo que se imaginan los que han decidido no acudir al Maestranza. Esto es minimalismo, eso desde luego, y de hecho la repetición obsesiva de una serie de células y el carácter futurista de la sonoridad encajan a la perfección con el argumento escogido, esto es, las vicisitudes del equipo de científicos y militares en las horas previas a la primera prueba nuclear de la historia, que tuvo lugar en el desierto de Nuevo México en junio de 1945. Pero este es un minimalismo muy particular, pues como intenté explicar en la entrada anterior, John Adams se siente completamente libre y desacomplejado a la hora de asimilar todas las referencias que sean necesarias para lograr una comunicatividad directa con el espectador.


De este modo, y junto con el minimalismo propiamente dicho, podemos encontrar aquí sensuales texturas impresionistas –el hermoso dúo de amor del primer acto por momentos recuerda  al Daphnis de Ravel–, melodismo de ecos puccinianos, instantes muy reconocibles de belcanto, deudas con el musical norteamericano y pasajes orquestales que encuentran paralelismos con la música cinematográfica de John Williams. Todo ello, en cualquier caso, escrito con gran dominio de la escritura sinfónica y aportando esa tímbrica plateada y espectacular propia de John Adams. Posiblemente a los melómanos más sesudos esta música les parezca un pastiche para paladares poco selectos, una obra que disimula su escasa sustancia tanto musical como dramática bajo una epidermis de compromiso político y de lenguaje presuntamente avanzado.

¿Y a mí? Yo he disfrutado, aunque también es cierto que la ópera se hace un poco larga por culpa del libreto, que es por donde más flojea. Peter Sellar es un hombre encantador, y en la interesante entrevista de media hora que incluye la edición de Opus Arte dice cosas tan maravillosamente naifs como que sería necesario destruir todo el arsenal nuclear mundial y preparar un nuevo Plan Marshall para todos los países pobres. Su mentalidad es la de una izquierda tan admirable como utópica y tristemente pasada de moda: la misión del arte es hacer que la sociedad tome conciencia de la realidad para comenzar a construir un mundo más justo. Por eso su texto para Doctor Atomic resulta excesivamente discursivo, algo pretencioso en la inserción de textos poéticos –la pareja protagonista hace el amor mientras recita a Baudelaire– y prolijo en datos históricos de claro afán didáctico. Las buenas intenciones de Sellars y su compromiso político, que admiro al cien por cien, no me impiden reconocer que la obra se podía haber aligerado un tanto y que las tensiones dramáticas podrían haber estado mejor construidas. Curiosamente, es el acto segundo acto, más largo que el anterior, donde las cosas funcionan mejor, quizá por su carácter más atmosférico, onírico incluso; en el primero creo que sobra “rollo tecnológico-militar”. El final es acongojante.

Peter Sellars

Dos apuntes sobre los vídeos. El de Opus Arte, que cuenta con una calidad visual y sonora absolutamente sensacionales en blu-ray, cuenta con la ventaja de ofrecer la producción original de Sellars procedente de San Francisco. Aquí el regista norteamericano no tiene necesidad de alterar nada de la dramaturgia original, como hace tantas veces: el dramaturgo es él mismo. Los resultados son francamente buenos, aunque a mi entender las coreografías sobran. Gerald Findley está magnífico y Jessica Rivera, a la que tendremos en Sevilla, se muestra muy sensible en el rol de Kitti Oppenheimer, originalmente escrito para mezzo y aquí trasladado a la tesitura de soprano por el propio autor. Los demás cantantes están muy bien y la Orquesta Filarmónica de los Países Bajos funciona de maravilla bajo la batuta de Lawrence Renes.

De la producción alemana solo he podido ver el primer acto, porque el archivo flv que he descargado funciona mal en mi reproductor multimedia y la imagen se atasca cada dos por tres; al final he tenido que renunciar a completarlo. Suficiente, en cualquier caso, para apreciar una escenografía quizá más sugerente que la original y un trabajo actoral francamente sólido, insistiendo aquí más en las dificultades de comunicación del matrimonio protagonista de la acción. Dietrich Henschel, aunque ya no en su mejor momento vocal, ofrece un interesante Oppenheimer, quizás más humano y torturado que el de Finley. Kitty es aquí la mezzo Anna Grevelius. La batuta de Patrick Davin y la orquesta no se muestran tan convincentes como sus colegas de Holanda. El DVD de Sony Classical, de nuevo con Finley, no lo conozco. Supongo que en EEUU venderá muchísimo.

¿Recomendaciones? El blu-ray de Opus Arte es muy aconsejable si lo encuentran, como yo hice hace tiempo en Valencia, a buen precio. Y al Teatro de la Maestranza hay que acudir si hay medios para ello, de eso no cabe duda. La oportunidad hay que aprovecharla.

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