martes, 10 de marzo de 2015

Acercándome a John Adams

El próximo estreno en Sevilla –y en España– de Doctor Atomic me ha llevado a adentrarme en el mundo de un compositor del que conocía poca cosa, John Adams (Massachusetts, 1947), oficialmente "minimalista de la segunda generación" y artista tan exitoso en su país de origen, sobre todo en la Costa Oeste, como cuestionado por las sensibilidades más depuradas en lo que a música contemporánea se refiere.

John Adams

Empecé visionando el blu-ray de la ópera arriba referida, pero ese lo comentaré en otro momento. Vamos ahora con los tres registros que he escuchado hoy, todos ellos con repertorio sinfónico. El primero en el tiempo lo grabó el sello Naxos en junio de 2003, y lo protagonizan Marin Alsop y la Sinfónica de Bornemouth; incluye Short Ride in a Fast Machine, The Wound-Dresser, Shaker Loops y una orquestación de la sugestiva Berceuse Élégiaque de Ferrucio Busoni. El segundo es un registro en vivo del estreno mundial de City Noir, que tuvo lugar el 8 de octubre de 2009 a cargo de Gustavo Dudamel y la Filarmónica de Los Ángeles; la toma la distribuye Deutsche Grammophon exclusivamente como descarga digital. El tercero es muy reciente, de febrero y abril de 2013, luciendo una toma sonora asombrosa a cargo de los ingenieros siempre admirables del sello Chandos; Peter Oundjian y la Royal Scottish National Orchestra se encargan en él de la Doctor Atomic Symphony, Harmonielehre y, de nuevo, Short Ride in a Fast Machine.

Antes de pasar a dar algunas pinceladas sobre las referidas partituras, que iré repasando por orden cronológico de composición, debo decir que tras las audiciones creo haber comprendido los motivos de muchos para disfrutar su música y de algunos para cuestionarla. Entiendo a los melómanos más exigentes. Me refiero a esos que se entusiasman escuchando a los más grandes compositores de la historia, de Monteverdi a Ligeti pasando por Bach, Beethoven o Berg, pero no se sentarían a escuchar bandas sonoras de películas porque tendrían la sensación de estar perdiendo el tiempo, ni acudirían a ver un musical, ni pondrían en su equipo música ligera. Resulta lógico que afirmen que esta es música menor, música fácil en el peor de los sentidos.

Y es que, en el fondo, creo que tienen razón: este es un mundo musical muy postmoderno en tanto que en él se asimilan muchas experiencias del pasado, culto y no tan culto, para crear un híbrido cuyos códigos conoce perfectamente el espectador con un poco de formación, quien se complacerá en identificarlos y se sentirá muy cómodo disfrutando del mero placer sensorial que producen estas músicas sin calentarse mucho la cabeza, pero sin que ello le haga pensar que está renunciando a la autoexigencia o que está siendo conservador: esto se vende como "lo último" en música culta y cuenta con las bendiciones del pope de la postmodernidad musical, Alex Ross, así que poco importa lo que digan los críticos más sesudos.

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Pero yo he disfrutado, aun sin entusiasmarme en ningún momento, escuchando a John Adams. Porque aunque –como lo melómanos exquisitos antes referidos– admiro profundamente y escucho de manera infatigable la música de los más grandes compositores de la historia, no le hago ascos a páginas como éstas, todo lo tramposas que se quiera pero magníficamente realizadas y dichas con una sanísima intención de comunicar con el espectador. A veces, incluso, resultan muy inspiradas: las obras que he escuchado me parecen más interesantes que las de un Philip Glass, pongamos por caso, y no tienen nada que ver con la pedantería y el aburrimiento insoportables de un Michael Nyman. Esto es otra cosa.

Shaker Loops (1978) es la página más puramente minimalista de las que se incluyen en estos discos. No aparece en ella aún el eclecticismo propio del autor, quien deja bien clara su asombrosa capacidad para desplegar colores extremadamente sugestivos a pesar de escribir aquí solo para cuerdas. Más interesante aún es Harmonielehre (1984-85), siempre que uno esté dispuesto a entrar en el juego y aceptar un collage que, por citar solo el segundo movimiento, nos pasea por la Cuarta de Sibelus, la Décima de Mahler o las maderas "en suspense" de Bernard Herrmann. En el resto de la partitura se ofrecen pinceladas que van desde el impresionismo hasta el minimalismo clásico, pasando por el melodismo sencillo propio de la escuela norteamericana.

John Adams Harmonielehre Oundjian 

El título Short Ride in a Fast Machine (1986) ya anuncia el componente digamos futurista de la obra, perfectamente acoplado con un carácter repetitivo que parece anunciar una filiación más o menos clara a lo que podíamos denominar “minimalismo ortodoxo”; sin embargo, en la sección final aparecen unas figuras épicas en los metales, más cercanas a John Williams que a Aaron Copland, que dejan clara las intenciones del compositor.

La obra más sincera y emotiva de las relacionadas, también la más recogida en su espíritu y sonoridad, es The Wound-Dresser (1988), escrita para barítono –en el disco de Naxos, un sólido Nathan Gunn– y orquesta sobre acongojante texto de Walt Witman que rememora la experiencia como enfermero del poeta norteamericano durante la Guerra de Secesión. Los marcados intereses pacifistas de John Adams consiguen aquí extraer lo mejor de su inspiración, aunque haya más de un pasaje que suene en exceso a Debussy.

La Doctor Atomic Symphony (2007) apuesta, en su síntesis de la ópera homónima, por el maquinismo y el nervio antes que por el vuelo lírico y la atmósfera opresiva que estaban presentes en la obra original. La sinfonía resulta en exceso repetitiva, porque las ideas se agotan pronto: aun siendo mucho más larga, la ópera completa funciona mejor.

Gustavo_Dudamel-Adams_City_Noir

Para terminar, esa especie de sinfonía evocadora del Los Ángeles de finales de los cuarenta y principios de los cincuenta que es City Noir me parece poco inspirada; que el jazz sea uno de los ingredientes principales aporta vistosidad pero escasa enjundia a una obra que, eso sí, da pie a que Dudamel luzca su prodigioso sentido del ritmo, del color y de la espectacularidad, si bien en el final tanto a él como al señor Adams se le van la mano con el ruido. Y menos mal que el compositor cita en sus notas al programa a la trompeta de Chinatown, en referencia a la magnífica música de Jerry Goldsmith para el filme de Polanski: de no haberlo hecho, se hubiera considerado algo más que un homenaje.

En cuanto a la ópera Doctor Atomic, espero hablar de ella en la siguiente entrada. Si es que el estrés laboral que estoy viviendo estos días (¿hace falta que les cuente cómo está la enseñanza?) no acaba conmigo antes, claro.

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